Pero, ¿cuánto vale una hora de trabajo?
Puesto que en las actuales condiciones de choque secundadas por la mayoría de los medios se habla cada vez más del tema de la renta básica, tendría que ser obligado, para empezar, hacer una estimación seria del precio y el valor de las salarios, algo que difícilmente encontraremos en ninguna parte.
En un artículo de hace algunos meses Miles Mathis hacía la siguiente reflexión. El salario mínimo en los Estados Unidos para empleados que reciben propinas, como los camareros, es ahora de 2.13 dólares/hora. Cuando él lo hacía en la Universidad para pagarse los estudios, en 1984, cobraba 2 dólares por hora. Puesto que la inflación real en estos 36 años es de un 300%, lo que antes valía un dólar ahora vale 4. Lo que significa que ahora los camareros cobran aproximadamente 1/4 o una cuarta parte que entonces.
Pero aquí no termina todo; porque los precios de estudiar han crecido mucho más que la inflación promedio —del orden de tres veces más rápido, y sería como mínimo 10 más caro que en la fecha indicada. Los 2.13 dólares actuales hubieran sido como 24 céntimos para un estudiante de 1984.
Cierto, el salario mínimo regular está ahora por los $7.25/hr, pero eso es algo puramente teórico que no se aplica en la mayoría de los casos, porque tampoco existe interés por parte del gobierno. Cobrar la cuarta parte que en los años ochenta no es cualquier cosa, pero hay que tener en cuenta que tampoco es que a la patronal le fuera muy mal en esos años; es decir, que ya entonces solían quedarse con la parte más grande del pastel.
Desde la llamada «Gran Recesión» que empezó en el 2007, las grandes fortunas han aumentado ocho veces de promedio, mientras el monto de los salarios se ha mantenido casi igual.
El salario mínimo en los Estados Unidos era $3.35 por hora en 1981, así que se ha multiplicado por 2, 3 en casi cuarenta años… y se ha mantenido igual desde el 2009. Haciendo cuentas con la inflación oficial, algunos grupos piden que se suba ahora a $15, es decir, a más del doble del vigente que ni siquiera se aplica. Sin embargo, si en vez de tener cuenta estos altamente sospechosos índices de inflación tomamos como referencia el producto nacional bruto, tendría que ascender al menos a 25 dólares.
Sin embargo, tampoco nos deberíamos detener ahí, porque eso aún no equivale a dividir la riqueza total por el número de gente para obtener un salario por hora. Si hiciéramos eso, el salario subiría aún mucho más. Con una renta per capita de $62,000 por año, y con sólo la mitad de la gente formando parte de la fuerza laboral, tendríamos que dividir $124,000 por las 2080 horas de trabajo al año, lo que nos daría…. 60 dólares por hora… frente a los $7,25 considerados «demasiado poco realistas» como para pretender que se apliquen rigurosamente.
Sin comentarios. Y en nuestra Europa colonizada y ultraliberal, por aquello de ser competitiva, podemos estar seguros de que las cifras apenas son diferentes.
Con todo, dice Mathis, aún no deberíamos aceptar esos 60 dólares como el valor real de la hora promedio de trabajo. ¿Por qué? Porque una gran parte de la riqueza hoy está escondida en la tela de araña de los paraísos fiscales dispersos por el mundo y cuyo centro está en la City de Londres. Si se tuvieran en cuenta estos ingresos evadidos, el valor de una hora de trabajo podría oscilar, dependiendo de los países, entre $100 y $600 la hora. En un país como Noruega tal vez podrían ser del orden de $1.000, en Estados Unidos algo más cercano a los $400, y en otros países más pobres, mucho menos.
¿Parece muy exagerado, verdad? Ahora bien, precisamente lo que más sobrestimamos es el valor de nuestras fraudulentas monedas. Estamos muy confundidos, y no por casualidad. El valor de un salario no se debería medir contra el precio de los cacahuetes, sino contra la producción real total en términos monetarios—al menos esa es la vara de medir de las élites, y no veo porqué tendría que haber otra para el populacho. Esa es justamente la cuestión.
Como mínimo deberían movernos a un replanteamiento profundo en el cálculo del valor real de los salarios. El que se trate de estimaciones elementales e improvisadas no les quita importancia, más bien al contrario, pues está claro que la mayor parte de las evaluaciones de los economistas son pura prestidigitación y niebla de números para alejarnos más y más de la verdad.
Más allá de estos cálculos a bote pronto existen otros muchos indicadores de una desproporción descomunal entre precio y valor de los salarios. Según el Captor, aquí en España, por ejemplo, el beneficio declarado del sector turístico subió entre el 2007 y el 2017 de 3.000 millones de euros a 15.300, pero los salarios y número de trabajadores apenas cambiaron. Y hablamos de un sector en el que, como en tantos otros, la evasión fiscal campa a sus anchas.
Un índice probablemente mejor podría ser el aumento de los sueldos de los ejecutivos de las corporaciones multinacionales. Se ha dicho muchas veces que allá por 1968 el director ejecutivo de la General Motors ganaba 66 veces más que el trabajador promedio de la compañía, mientras que ahora gana 900 veces, e ignoro si se contabilizan las «bonificaciones».
Otro buen ejemplo, llegados ya a la epidemia, podría ser el más reciente «paquete de estímulos» que el gobierno de los Estados Unidos ha destinado a los trabajadores comparado con el rescate a las grandes empresas. A los trabajadores de todo el país se les ha concedido 250.000 millones por prestaciones de desempleo más otros 250.000 del famoso cheque de 1.200 dólares por trabajador. El total es medio billón de dólares. Ahora bien, las corporaciones llevan ya 4,5 billones, en dinero que normalmente se utiliza para volver a comprar sus propias acciones y elevar artificialmente los precios.
Es decir, el dinero recibido por todos los trabajadores es un 10 por ciento del total. Pero es que, además, se da la circunstancia de que ese 90 del dinero va hacia los acreedores e inversores, mientras que el 10 va hacia deudores que ya están de deudas hasta el cuello. Y si se les ha dado algo, seguramente ha sido para que sigan pagando su deuda y no se declaren insolventes de inmediato, lo que aún desencadenaría más consecuencias indeseables.
En definitiva, los salarios de los trabajadores ordinarios hoy son una parte casi despreciable del dinero total que se mueve en el mundo por transacciones financieras; pero por otro lado esa parte sigue siendo necesaria para amortizar mediante el consumo toda la producción de bienes básicos, además de servir a la deuda. Es decir, la parte de los salarios es sólo el lubricante mínimo para que siga girando la rueda.
Esto no es nada nuevo, pero hacer algunos números y ver con alguna aproximación la proporción entre el trabajo productivo y la especulación improductiva nos hace ver cuál es la relación de poderes, si juzgamos esos poderes sólo desde el punto de vista económico. Y esta relación de poder económico ha cambiado de forma dramática en los últimos cincuenta años: si hiciéramos bien las cuentas, veríamos que la desigualdad real se ha multiplicado algo así como por cien.
Por supuesto el razonamiento de Mathis tiene su buena parte de razón pero también contiene una falacia que cualquiera puede ver: si todos los salarios se multiplicaran de esa manera, los precios también se dispararán. ¿Pero subirían todos los precios por igual? Seguro que no. Este es un asunto de ida y vuelta entre el suelo y el techo de los precios, y lo más probable es que el poder adquisitivo de los salarios se quedara a mitad de camino entre 1 y 100, es decir, en torno a 10 veces el actual, lo que no está nada mal como aumento.
En realidad lo que se reduciría por un factor de 10 es la diferencia entre los bienes más básicos y los más elevados en el escalafón, que son los sobornos y la compra de poder, o la capacidad de los excedentes de inflar los precios de lo innecesario. Los poderosos verían reducida su capacidad de comprarlo y corromperlo todo en un factor de 10, y esto sería tan importante como el aumento de poder adquisitivo de las clases más bajas, si es que ambas cosas no son una sola.
Renta Mínima y pandemia
Esto permite ver con otra luz el tema de la Renta Mínima. Realmente, para las élites ya no sería gravoso garantizar una renta mínima a cambio de la obediencia y la servidumbre de la deuda; especialmente si, como ya sucede ahora, controlan todo el mecanismo de la creación del dinero-deuda. Todo lo contrario, por lo que están dispuestos a ofrecer, y que en realidad no les cuesta nada, se trata de una verdadera ganga.
La única cuestión que se plantea no es ya de costes, sino de si merece la pena el cambio profundo de estrategia: de tener a la gente hambreada o luchando por subsistir, a ofrecerle una seguridad mínima a cambio de su consentimiento.
Diana Johnstone, toda una veterana del periodismo independiente, se preguntaba no hace mucho qué podrían ganar las élites encerrando a toda la población en sus casas y desencadenando una cirisis económica de proporciones inauditas. Después de todo, nadie encierra en un cuarto a su fiel perro labrador para que no le muerda. Con la cantidad de bulos y acusaciones infundadas que nos llegan, puede parece tranquilizador escuchar a voces que suenan sensatas; pero creo que a estas alturas alguien como Johnstone debería saber mejor.
En primer lugar, que esta crisis no está producida por la epidemia, sino por un ciclo de deuda absolutamente abrumador para el que todos los especialistas ya pronosticaban un inminente vencimiento. Nos lo han estado diciendo por activa y por pasiva durante cerca de dos años, hasta tal punto, que incluso parecían interesados en convencernos. Precisamente, lo más imperdonable de todo sería atribuir ahora la crisis a esta atolondrada cuarentena, cuando las causas son estructurales y totalmente independientes.
Por otra parte lo que es trasparente y meridiano, con completa independencia del origen del virus, es que las medidas de cuarentena y confinamiento para la población sana es algo único en la historia, pues lo que se ha hecho siempre, con plagas infinitamente peores, es confinar únicamente a la población enferma. ¿Y ahora, teniendo muchos más medios, se teme colapsar los sistemas sanitarios? Son los otros medios, los «informativos», los que han amplificado la alarma de una forma desmedida.
Otro aspecto totalmente evidente e innegable es que los gobiernos occidentales han adoptado estas medidas claramente en contra de su voluntad. Los casos más manifiestos nos llegan del núcleo del Imperio, con Trump y Johnson resistiéndose a adoptar medidas, y luego tenemos otros grandes países como el Brasil de Bolsonaro o la Rusia de Putin —pues si este último fuera realmente un autócrata como habitualmente se dice no habría cedido a la presión. Pero la renuencia inicial de los gobiernos ha sido el caso general.
Y la presión no era la de las cifras efectivas de infectados y muertos, sino la de unos pronósticos y una famosa curva exponencial que no tiene porqué tener nada que ver con la realidad. De hecho todos los pronósticos anteriores de Neil Ferguson, el responsable putativo de las extrapolaciones, han fallado de la forma más escandalosa. Este hombre, por ejemplo, ya había predicho en el 2005 200 millones de muertos a causa de la gripe aviar… finalmente, el número de fallecidos fue de varios cientos.
Ferguson, del Imperial College de Londres, ha estado trabajando como asesor para el Banco Mundial, diversos gobiernos y organizaciones; y está claro que si se han usado sus predicciones no es ni por su índice de aciertos ni por su reputación, sino porque tiene valedores muy poderosos, que no son otros que los que controlan los medios liberales de comunicación —los bancos, los grandes fondos y los bancos de los bancos. Y detrás de estos, un grupo minúsculo de personas.
El primer gran beneficio para los responsables de la crisis financiera es poderle echar la culpa a un virus, y si pueden llamarlo «virus chino», todavía mucho mejor. Después, que los acreedores reciban nueve veces más dinero que los deudores, tampoco está nada mal, si se tiene en cuenta que son los mismos deudores los que van a pagarlo en calidad de contribuyentes.
Pero la principal ventaja es que la inmensa mayoría de los asalariados, que viven de cheque a cheque y de mes a mes, quedan sin la menor posibilidad de negociar, y obligados a depender del dinero que caiga desde arriba. Además, en este experimento social con feedback ya se está monitorizando continuamente y sobre la marcha el grado de consentimiento, asentimiento y resignación; y las distintas fases de esta gran transformación pueden extenderse por un número indeterminado de años.
Supongo que en un momento de indeterminación como este es inevitable que cada cual proyecte, no ya sus ideas, sino hasta sus impulsos más profundos. Hace más de cuatro años, en un artículo titulado Futuro y fuga del dinero, ya alertábamos, y creo que fui de los primeros en tocar el tema con algo de profundidad en español, de los planes de los bancos para ir arrinconando el dinero en metálico y hacerse con el control absoluto de los fondos sin tener que rendir cuentas a nadie ni temer a pánicos bancarios. También conjeturaba que esta era la situación ideal para hacer concesiones sociales sin el menor coste para los acreedores, dado que en realidad lo pagarían los mismos usuarios del dinero.
Si por un lado está claro que la tecnología parece abocarnos al dinero electrónico, lo decisivo es en qué condiciones y bajo qué estado de opinión se produce el cambio. Lo que hace cuatro años todavía parecía remoto desde el punto de vista social y de las decisiones, ahora parece acercarse a pasos agigantados.
Por lo pronto los medios liberales, que son la mayoría y marcan la pauta con joyas de la corona como el New York Times o El País, haciéndose eco de las sugerencias del Foro Económico Mundial y otros órganos semejantes, llevan ya años hablándonos de la necesidad de un nuevo pacto social —más o menos el mismo tiempo que se llevaba hablando de otra nueva e inminente crisis financiera. Es decir, no cabe duda de que son los poderosos los que buscan nuestro consentimiento a un nuevo «paquete de condiciones» y tratan de masajearnos las neuronas para mentalizarnos.
Ahora la gente va a necesitar un dinero extra que se les ha impedido por la fuerza ingresar, pero, una vez más, ¿porqué tienen que pedir prestado los Estados su propio dinero a los bancos privados? ¿cómo es que hay que resolver una crisis de deuda aumentando aún mucho más su monto? Lo único que podría reactivar a una economía enferma y malherida es la cancelación de la deuda. O mejor dicho, la primera condición para una economía mínimamente sana tendría que ser acabar con el mecanismo del dinero-deuda hecho por y para la banca privada.
Y que no se confunda, como a menudo se hace con la peor mala fe, el fin del sistema de reserva fraccional con engendros neokeynesianos como la Teoría Monetaria Moderna: esta última es mera oposición controlada para seguir justificando la deuda a gran escala. En un sistema sin reserva fraccional no hay dinero-deuda, porque no hay más dinero que el que emite el Estado. Es así de simple.
Los bancos sin embargo quieren aprovechar la transición al dinero electrónico para eliminar esta posibilidad de un dinero legítimo de los estados y sustituirlo por el dinero-deuda perpetuo y sin posibilidad de apelación. Tras consumar hasta el máximo grado posible sus privilegios, estarían dispuestos a hacer algunas graciosas concesiones sin ningún coste real. Podemos llamarlo el Pacto de los Cacahuetes.
Y como esto apenas difiere de lo que ya tenemos, de lo que se trata es de buscar nuestro consentimiento en aras de la estabilidad y la «gobernanza»; ya que se supone que un pacto es un libre acuerdo entre distintas voluntades.
Los cacahuetes son un alimento excelente y completo, puesto que nos aporta todas las proteínas, carbohidratos y grasas que necesitamos para una vida creativa y a pleno rendimiento. El Pacto de los Cacahuetes, or the Peanuts Pact, te pondrá ante una oferta que no podrás rechazar: puedes coger tu soberana ración de cacahuetes mientras sigues pagando cómodamente la hipoteca, o puedes chupar una pata cruda bajo el puente.
Tres cosas, nada más
Sabido es que en la narrativa del marxismo, cuanto peor vaya todo para la mayoría, más inevitable es la revolución y la toma del poder del proletariado. Sin embargo, el Pacto de los Cacahuetes podría terminar con este cuento de un plumazo. Ya casi podemos oír lo que dirán los historiadores futuros: «También estaban los que decían que cuanto peor, mejor, que la historia había sido hecha para ellos y que el poder no se les podía escapar. La resistencia prometía ser épica en todos los resquicios y grietas del Imperio, pero lo que nadie podía imaginar es que llegaría el Pacto de los Cacahuetes. Fin de Partida.»
Creo que hay tres grandes temas en economía y socio-economía que ignoran sistemáticamente todas las grandes corrientes teóricas completamente para su descrédito: el valor real de los salarios, la creación del dinero, y la ley de potencias en la distribución de riqueza. Las tres están estrechamente relacionadas.
Porque claro, el marxismo no deja de insistir en su teoría del valor, con álgebra y hasta con autovectores. Pero, ¿para qué queremos autovectores si no sabemos dividir y multiplicar? La gente ya sabía que le robaban mucho antes de Marx, la cuestión es, ¿cuánto? Hay que hacer números, por favor; porque el álgebra sólo sirve para que la gente salga corriendo. Si la teoría económica es incapaz de determinar el valor real de un salario, simplemente no vale para nada, o peor aún, sólo sirve para engañarnos.
Es como las interminables elaboraciones sobre la desigualdad de Piketty. ¿Porqué hablan tanto de Piketty en el Foro Económico de Davos? Porque saben que sus tochos no los va a leer nadie, y además ocultan mucho más de lo que muestran. Ocultan por ejemplo la escandalosa ley de potencias de la presente economía, sobre la que ya hemos hablado en otras ocasiones.
Sólo para refrescar la memoria: El 20 por cien de la población tiene el 80 por ciento de los bienes, pero esta ley del 80/20 es iterativa, se repite indefinidamente: El 80 por ciento de ese 80 por ciento lo tiene un 20 por ciento de aquel 20 por ciento, y así hasta llegar a la cima de la pirámide de la riqueza. Cima en la que nos encontramos con que sólo tres o cuatro personas, o si se quiere familias, tienen, si no la mayoría de la riqueza mundial, sí la mayor parte del excedente de poder de compra, con todo lo que eso significa de ahí para abajo para toda la pirámide.
Los números son muy fáciles de hacer, otra cosa es sacar a la luz a estas personas, que sería la única forma de terminar con su impunidad. Sin embargo, y como dicen ellos, no es nada personal. Ellos dicen «No es nada personal, es sólo negocios», pero eso no es cierto. Si no se trata sólo de negocios ni siquiera para ellos, mucho menos lo es para nosotros.
La ley de potencias de la distribución de riqueza es un hecho absolutamente básico de la economía y de la sociedad, en el sentido de que es a la vez estructura y función, forma y simultáneamente dinámica, sistema capilar de succión y sistema hidráulico de goteo, jerarquía con un continuo de favores ofrecidos y servicios prestados. Pretender que el capitalismo es un fenómeno puramente «líquido» es pura necedad, como pretender que tenemos mercados neutrales. Si el capitalismo ha llegado hasta aquí es porque entraña una jerarquía plutocrática que sin embargo es sumamente funcional. Y la ley de potencias es la radiografía de esta jerarquía y esta estructura, sin la cual este sistema concreto y particular no se sostendría.
Hay además muy buenas razones para pensar que esta jerarquía, y el número de iteraciones de la ley de potencias que estira la pirámide de riqueza, está íntimamente ligada a las estructuras del crédito, puesto que es principalmente a través del crédito que se ha creado. Porque lo normal no es que el empleador se lleve diez veces el monto de los salarios, sino que haya una cadena acumulada de crédito igual que hay una cadena de valor agregado, y esta cadena de crédito, que es una estructura de succión, sólo puede dirigirse hacia arriba.
Y naturalmente esta estructura de filtros sucesivos de crédito es una sola cosa con el sistema de creación de dinero-deuda por los bancos privados. Me muero de risa cuando me dicen que el dinero es sólo un reflejo de las estructuras reales de la propiedad, y que no verlo es incurrir en el famoso fetichismo del dinero. Porque, por el contrario, lo completamente inerte es los títulos de propiedad, o el aparato productivo, si los abstraemos de la dinámica y la funcionalidad.
Lo que hace que se obligue a cumplir la letra muerta de las leyes no puede ser meramente estructura, ya que esta también es inerte, sino el ámbito en el que coinciden estructura y función. Se tiene que poder mover libremente como el dinero, pero tiene que estar dentro de unos vasos con unas proporciones que son las que nos dan las relaciones efectivas de poder. Esta unión de estructura y función que permite a los de arriba estar donde están es justamente la ley de potencias de la que hablo, y no podría seguir indemne si le priváramos del instrumento del dinero-deuda, el dinero creado con la deuda de todos los demás.
La ley de potencias intrínsecamente unida al dinero-deuda es la palanca misma del poder.
Tengo entendido que en hebreo la palabra sangre y dinero son la misma; parece ser que ellos lo entienden mucho mejor. Por el contrario, tanto el liberalismo como su antítesis se emplean hasta el fondo en distraernos de esto. Negar la relevancia de estos tres aspectos es como negar la presencia de tres elefantes en el cuarto de la lavadora unidos por la trompa y la cola; tiene mérito, tiene mucho mérito.
En realidad, si nunca ha estado tan concentrada la riqueza como ahora, nunca tendría que ser más fácil descabezar a esta innombrable criatura. Naturalmente, a pesar de lo extremadamente selecto de la cúpula directiva, tienen lo bastante contento al 10 por ciento que lo lleva casi todo como para que el asunto no sea tan fácil en la práctica. Pero esto también forma parte de la ley de potencias, que siempre es una relación de poder.
¿Aceptaremos el Pacto de los Cacahuetes cuando nos pongan delante de la mesa?
Prefiero no llegar a verlo.
Referencias
Miles Mathis, The minimum wage, http://mileswmathis.com/wage.pdf
El Captor, ¿Qué está pasando en el sector turístico en España? http://www.elcaptor.com/economia/esta-pasando-sector-turistico-espana
Diana Johnstone, COVID-19: Coronavirus and Civilization, https://www.globalresearch.ca/covid-19-coronavirus-and-civilization/5709343
Miguel Iradier, Futuro y fuga del dinero
Miguel Iradier, Caos y transfiguración, https://www.hurqualya.net/caos-y-transfiguracion/