En un artículo reproducido hace poco en Rebelión, Eva Illouz, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, presentada a menudo como «una especialista de las emociones», no pierde el tiempo a la hora de proyectar sospechas y culpas sobre el gobierno y el pueblo chino en la difusión del más famoso de los coronavirus [1].
Ya en el primer párrafo se nos habla de la transmisión zoonótica, el salto de especies animales al hombre, para que no queden dudas de cuál es el origen de todo el asunto. La palabra se repite varias veces, respaldada por la opinión de especialistas norteamericanos tales como Dennis Carroll del CDC, Larry Brilliant o el mismo Bill Gates, y con la inevitable alusión a los famosos mercados al aire libre chinos. Finalmente, en el último párrafo se lanza al aire el cuchillo: «el silenciamiento de la crisis por parte de China hasta enero fue criminal, dado que en diciembre todavía era posible detener el virus».
Yo creía que China había dado a Occidente un tiempo precioso de casi dos meses para poder tomar medidas adecuadas y escarmentar en carne ajena. De hecho, en comparación con la lentitud de los países occidentales que ya estaban sobre aviso, lo que nos pareció a todos en su momento es que el gobierno chino se precipitaba al tomar medidas tan drásticas. Si a estos países les costó tanto decidirse, después de contar con semejante ventaja de tiempo, resulta manifiestamente falaz pretender que hubo una importante demora china cuando ni siquiera existía un referente.
Piénsese que todavía a primeros de marzo numerosos expertos occidentales apenas sabían cómo diferenciar este virus de uno de la gripe ordinario. Ahora mismo, a 20 de abril, sorprenden las salvajes divergencias de opinión entre expertos —a pesar del ímprobo esfuerzo de los medios dominantes por crear una perspectiva consensuada. Algunos dicen que las muertes no tiene nada que ver con neumonías agudas, sino con la privación de oxígeno al nivel de los glóbulos rojos; otros hablan ya de dos tipos diferentes de enfermedad, de las posibles mutaciones, etcétera.
Esto sin contar con que la inmensa mayoría de los test son incapaces de detectar o identificar con precisión el virus, siendo un organismo normal portador de un gran número y variedad de ellos. El test de reacción en cadena de la polimerasa, ideado por Kary Mullis, según su propio creador no puede detectar virus, sino sólo proteínas y fragmentos genéticos atribuidos a determinados virus. Se podría hablar una infinidad sobre el tema pero no creo que haga falta seguir.
Aun más importante es darse cuenta de que el gobierno chino no puede tener el menor interés en silenciar o demorar la respuesta a un brote epidémico puesto que China ya ha sido objeto de ataques biológicos japoneses desde la gran guerra y estadounidenses desde la guerra de Corea, y gran parte de los nuevos virus a escala global han surgido en su territorio. China ya tiene una enorme y justificada susceptibilidad a este respecto, y su gobierno sólo tiene cosas que perder si no actúa con prontitud en caso de emergencia —y además sabe perfectamente que en esta nueva Guerra Fría con Champán está en el punto de mira.
Pero resulta además que la epidemia podría haber pasado desapercibida si a los doctores chinos no se les hubiera dicho qué era lo que tenían que buscar. Parece ser que George Fu Gao, el director del Centro Chino para el Control y Prevención de la Enfermedad que dio la señal de alarma sobre una neumonía de origen desconocido, había estado presente en el famoso Evento 201 que se celebró el 18 de octubre del 2019 en Nueva York para simular una pandemia por un nuevo coronavirus, patrocinado por el Foro Económico Mundial, la Fundación Bill y Melinda Gates, y el John Hopkins Center, que sigue siendo el que maneja las cifras globales oficiales de muertos e infectados a nivel mundial y que depende de la John Hopkins Bloomberg School.
De modo que sólo de muy mala fe puede hablarse de «silenciamiento criminal». De lo que se trata ante todo es de lanzar acusaciones y calumnias dentro de la continua guerra mediática en que vivimos, contienda en la que Israel es todo menos neutral porque tiene bastante que perder.
Ciertamente sería deseable que se cerraran mercados de animales salvajes, pero no tenemos la menor idea de si el origen del COVID-19 está en ellos, en la biotecnología, o en la cría intensiva de animales domésticos, de las que las granjas porcinas son un estremecedor ejemplo. Un matadero de cerdos moderno no es menos repugnante que estos mercados por el sólo hecho de que los alejen de nuestra vista, y las condiciones de crianza de estos animales también son un peligroso experimento para la salud, no sólo para los animales sino también para quienes los consumen.
El que esto escribe dejó hace tiempo de comer todo tipo de carne por mera cuestión de principio, no por preocupación de salud; y no por ello pretendemos obligar a que la gente deje de comer carne, por más que comer carne, en cualquier caso, no sea otra cosa que alimentarse de cadáveres.
Illouz habla también de crear «nuevos tribunales sanitarios internacionales», precisamente para tratar «el silenciamiento criminal» de China. Es una pena que no sugiera que su sede se encuentre en Jerusalem o Tel Aviv, lo que sería la forma ideal de estar por encima de cualquier contingencia, ya que Israel es el único estado desarrollado del mundo que no ha firmado la Convención internacional de armas biológicas, además de defecar a diario sobre el derecho internacional en su conjunto.
Sabido es que el primer anuncio de vacuna, aún por ensayar, ha surgido de Israel; los investigadores en cuestión llevaban años trabajando en un virus diferente, y sin embargo, sorprendentemente similar. Pero no cabe duda de que surgirán otras vacunas en China, en Rusia, o en otros países fuera de la esfera de la OTAN, y la competencia, no sólo por el dinero de las vacunas, sino por el ascendiente sobre los estados y sus sistemas de salud, va a estar muy reñida. En este contexto, un «tribunal internacional», organizado por los países que mejor saben evadir las leyes entre iguales —Estados Unidos e Israel-, sería la jugada perfecta para eliminar competidores.
Pero es que no hay nada en el artículo de Illouz que no suene falso, que no parezca pensado sino para sacar provecho de la situación. Se habla de «la insoportable levedad del capitalismo» y del obligado retorno de lo público, claro que sí, pero préstese un poco de atención a las palabras empleadas: «la creación de organismos internacionales para innovar en campos como el de los equipos médicos, la medicina y la prevención de epidemias». Ya estamos con la palabra innovación, el mantra de todas escuelas de negocios desde la Rockefeller Foundation y la Global Business Network para abajo.
Y para que no queden dudas, así concluye el artículo: «Sobre todo, necesitaremos que una parte de la vasta riqueza acumulada por las entidades privadas se reinvierta en bienes públicos. Esa será la condición para tener un mundo». Es decir, no se trata de alejar a la plutocracia del gobierno de los asuntos humanos, sino de involucrarla todavía más. ¿Pero qué clase de porquería es ésta? Yo creía que no necesitaban invertir más en lo público porque lo poco que había de público ya lo habían comprado, pero al parecer en los think tanks ya están pensando en otro tipo de adquisición, en otra clase de «inversión responsable.»
Y es esto lo que tendría que hacernos pensar. Illouz quiere quedar muy bien con eso de la reinversión en bienes públicos, pero la verdad es que suena horrible. Su artículo no es sino una muestra entre millones del giro que se le quiere dar a la situación, y del que ya estamos en pleno desarrollo.
Porque tal vez la gente salga pronto de la cuarentena, pero esta crisis está diseñada para poder durar. El culebrón puede alargarse indefinidamente, con remisiones y nuevas oleadas, con intermitencias entre la vida normal y las nuevas alarmas que faciliten una penetración gradual de las medidas. Ese es el escenario ideal que estaban buscando: una plataforma temporal para introducir cambios desde arriba que pueda durar cinco, diez o incluso quince años. Existen informes detallados para este tipo de escenarios al menos desde el 2010, que indudablemente se han tenido que refinar mucho desde entonces [2].
Hay que impedir que esta gente nos meta en su guión, y es obligado decir que muchos de los medios que se dicen alternativos les están haciendo el juego. Illouz hasta saca a colación la peste de Atenas de la guerra del Peloponeso: «La catástrofe fue tan abrumadora que los hombres, al no saber qué les sucedería a continuación, se volvieron indiferentes a toda norma de la religión o la ley». Y por supuesto la apelación al miedo es continua.
Pero muchos de nosotros ni nos hemos vuelto indiferentes ni tenemos el menor miedo; a lo sumo demasiada paciencia. En cuanto a la «catástrofe», lo que dicen las cifras desnudas es que, incluso con la más que dudosa atribución de muertes al coronavirus por los medios oficiales, son una parte menor del número de muertes ordinarias. Más aún, la alarma creada por los medios puede estar ocasionando la desatención y muerte de otros muchos enfermos por causas diferentes [3].
Son ellos los que deberían de tener miedo. Podrán correr, pero no podrán huir. No es el momento de amoldarse a narrativas, sino de llegar al fondo de las cosas.
Referencias
[1] Eva Illouz, El coronavirus y la insoportable levedad del capitalismo,
https://rebelion.org/el-coronavirus-y-la-insoportable-levedad-del-capitalismo/
[2] The Rockefeller Foundation & Global Business Network, Scenarios for the Future of Technology and International Development
http://www.nommeraadio.ee/meedia/pdf/RRS/Rockefeller%20Foundation.pdf
[3] Covid-19:What They Don’t Tell You, by a man with an internet connection
http://mileswmathis.com/covid.pdf