Imaginemos un equipo de biofeedback donde los tres principios de la mecánica son expresados de forma alternativa aunque cuantitativamente equivalente, como en la ley de fuerza de Weber (1846): en vez de inercia, existe una suma cero de fuerzas; en vez de fuerzas constantes, la intensidad de las fuerzas depende del entorno; en vez de simultaneidad de acción y reacción, hay un “potencial retardado” y por tanto un tiempo interno o propio específico del sistema. La primera diferencia destacable entre estos principios y los más conocidos es que permiten, hasta cierto punto, interpolar la conciencia en su interior. La segunda es que se aplican igualmente a cuerpos o eventos puntuales y extensos, tornando innecesarios los artificios cruciales que apuntalan la relatividad especial, la general, o la mecánica cuántica haciéndolas incompatibles entre sí. La tercera es que hace posible una concepción del tiempo distinta de las de la física y la psicología.
(Recordemos, por si fuera necesario, que los mismos principios de la mecánica son indemostrables dentro del sistema al que sirven de marco y son una cuestión de elección —algo que ya evidenció Poincaré discutiendo precisamente los sistemas de Hertz y Weber). Los tres principios de la mecánica comportan, a través de las cantidades que las expresan, un concepto esquemático del espacio, el tiempo y la causalidad. Pero, ¿qué tipo de relación existe entre los principios de la mecánica y el tiempo? Y aquí, antes de hablar del aspecto subjetivo del tiempo o temporalidad, habría que empezar por considerar el tiempo mismo de la mecánica. Casi todos los físicos se inclinan hoy por un criterio que podemos llamar “operacional” y que afirma que el tiempo físico no es sino la medida del movimiento; y se emplea este criterio para argumentar que, sin asumir la constancia de las fuerzas o la igualdad del fondo y de los sistemas de coordenadas, la física no sería posible. Esto es algo típico del sistema de Newton, que como más tarde haría la teoría de la relatividad mezcla indisolublemente conceptos absolutos y relacionales; cuando nos atenemos a una idea puramente relacional de la dinámica como en la ley de Weber, además de la inercia podemos prescindir consistentemente tanto de constantes universales como de la sincronización global.
Si pueden establecerse secuencias temporales inequívocas con los tres principios de Newton, también puede hacerse con los tres principios relacionales que Weber no enuncia pero que hace explícitos Andre K. T. Assis —aun cuando aún se halle lejos de extraer las posibles consecuencias de estos principios. Por descontado que los principios de la mecánica, cualquiera que sea la elección, no pueden dar cuenta por sí solos de la inagotable complejidad de flujos naturales con una posible interpretación temporal. Son una clave general que en muchos casos requerirá un fuerte componente estadístico, sustituyendo los cuerpos ideales simples por conjuntos —algo ya contemplado en la distinción entre partícula material y punto material de la mecánica de Hertz. Hasta donde sé, el proponente más destacado de un enfoque relacional estadístico del tiempo es Vladimir V. Aristov.
Aristov ha hecho mucho por enriquecer la descripción convencional del tiempo en la física, hasta ahora esquemática en extremo. Esta se ocupa de intervalos de tiempo —cuando no piensa en instantes como puntos en un eje numérico—, pero no ha juzgado necesario darle al tiempo una descripción de estado. Por supuesto persiste la importante cuestión de cómo surge la irreversibilidad temporal, algo que en las llamadas leyes fundamentales ni siquiera se considera. Aristov propone para ello un modelo con tres puntos de referencia en lugar de dos, así como una serie de aportaciones estadísticas y axiomáticas que abarcan también la problemática biológica y son en cualquier caso necesarias para que el tratamiento cuantitativo del tiempo sea menos simplista.
Por más necesarias que puedan ser este tipo de precisiones, es muy probable que lo más intangible del tiempo, a saber, su aspecto subjetivo, tampoco dependa de la complejidad. En entradas anteriores hemos sugerido que el retardo o “tiempo propio” de la mecánica de Weber podría encontrarse a mitad de camino entre el límite puramente exterior de la sincronización global y el medio homogéneo indiferenciado —y que la sensación subjetiva de paso del tiempo requiere tanto una relación constante como una variable entre un tiempo físico propio y la densidad unitaria de la homogeneidad de fondo, aun si para las partículas el fondo homogéneo también se considera como un promedio estadístico. Se trataría de tres aspectos o planos del tiempo diferentes, de un modo hasta cierto punto similar a las categorías de terceridad, segundidad y primeridad de C. S. Peirce en los momentos de la semiótica o deriva de los signos en la mente, que también entraña un proceso temporal, aunque sin duda irreversible a diferencia de las tres leyes de la mecánica, que por otra parte también pueden ponerse en correspondencia con estas categorías.
La mecánica relacional puede adoptar diversas formas, que no tienen por qué ser equivalentes. Si se pregunta a distintos físicos comprometidos con este enfoque cuál es su rasgo esencial con respecto a otros más promovidos como las teorías de campos, lo más probable es que se nos diga que el prescindir del espacio-tiempo como categoría independiente. Otros podrían decir que, al menos en una mecánica como la de Weber, el hecho de emplear cantidades homogéneas debería permitir una mejor comprensión de los ubicuos números inexplicados de la física. Pero si aquí nos detenemos en esta última como modelo por excelencia de la física relacional, es ante todo porque nos libera de la idea de inercia, así como de la sincronización global y las constantes universales que le sirven de salvaguardia; y con ello de muchos otros artificios, como los penosos, escolásticos arbitrajes con los diversos sistemas de referencia.
En cualquier caso la importancia de prescindir de la inercia va mucho más allá de cuestiones como la conveniencia o la simplicidad. Se trata del fundamento de nuestra idea de la Naturaleza, secuestrada por una cierta idea de la física, así como de nuestra idea de lo vivo y lo muerto, y aun de la deriva general de nuestra lógica y nuestra mente. Costó dos mil años madurar el concepto de inercia, pero menos de un siglo sentarse tranquilamente sobre él —porque sólo se lo quería como punto de partida. Podrá argumentarse que la mecánica de Weber se desvía de la relatividad a velocidades y energías altas, igual que puede argumentarse que una teoría como la relatividad siempre tiene artificios de sobra para arreglar los datos a su favor; pero a estas alturas ya no vamos a entrar en tales controversias. Por supuesto que en ella no hay lugar para agujeros negros y otras muchas paradojas y patologías sin las que se encuentra huérfano el género fantástico, pero tanto mejor. De hecho un agujero negro no es una consecuencia de la relatividad, sino del carácter absoluto de una fuerza de gravedad que sería del todo independiente de las condiciones del sistema, lo que solo puede ser una ficción. Claro que en contrapartida hay muchas otras cosas a las que habría que seguirles la pista y que aún esperan detección. Pero es una cuestión de principios, y como los principios ya afectan a la interpretación final, también afectan a todo lo demás.
Husserl realizó penetrantes análisis sobre los tres aspectos del tiempo, tanto en la música como en relación con la subjetividad trascendental —con el momento autorreferencial de la conciencia aún no dirigida por la intención, una suerte de “tiempo cero” del que resultarían los momentos del presente, pasado y futuro como una fuga interpuesta. Este estudio de la temporalidad en Husserl se encuentra entre las reflexiones más profundas sobre el tema, aunque su presentación de la experiencia autorreferencial como un cortocircuito o trauma doloroso recuerda demasiado a las elucubraciones contemporáneas del padre del psicoanálisis. ¿Por qué tendría que resultar la autoconciencia dolorosa? ¿Qué le impide reposar en sí misma? Y aquí podría aducirse que esa incapacidad se debe a la mera inercia de un hábito o condicionamiento.
Lo que nos llevaría de nuevo al biofeedback, que, antes que una forma de controlar las funciones biológicas, es un medio para atenuar sus condicionamientos —se trata de un feedback negativo, como suele ser el caso en los mecanismos de regulación naturales. Una señal del potencial, asociado a un estado del sistema, parece mucho más adecuada para inducir un feedback negativo que una señal de la fuerza, toda vez que el tipo de influencia que aquí existe es involuntaria, no eferente o motora. ¿Y qué tiene que ver esto con una mecánica relacional como la de Weber? La mecánica de Weber o la de Assis sustituyen la inercia por el equilibrio dinámico, que ha de existir en todo momento y por definición. En cambio el equilibrio entre acción y reacción tiene lugar en un intervalo temporal, coexistente con el ajuste de la fuerza a su medio, ya sea externo o interno.
De hecho no hay una distinción entre ambos puntos de vista. En la mecánica de Newton y en cualquier otra con inercia y la sincronización global que la ampara todo está dispuesto externamente aun si entraña una contradicción flagrante, puesto que después de todo la inercia nos pide que asumamos un sistema cerrado que a la vez no esté cerrado. Esto crea la posibilidad de leyes temporalmente reversibles, lo que sin duda ha de ser otra ficción, y ahonda la división entre las leyes físicas y lo que Peirce llamaba “la ley de la mente”. Lo que nos lleva a otra pregunta que nunca suele hacerse pero que resulta de gran alcance: ¿la mecánica relacional de Weber, tomada en su sentido más genérico, es reversible o irreversible? El hecho de que la ley de fuerza de Weber y su potencial asociado surgiesen en el contexto de la electrodinámica podría llevar a pensar que es privativo de los sistemas reversibles, pero esto es un prejuicio sin mayor justificación, y ya hemos visto que las mismas ecuaciones de Maxwell pertenecen a dos categorías termodinámicamente diferentes. Habría que hacer un estudio detenido del caso, pero todo hace pensar que, supuesto que esta mecánica no depende de una condición quimérica como la que impone el principio inercia, permite tanto los comportamientos reversibles como los irreversibles. Sin embargo, en contra de la opinión más difundida creemos que estos últimos son el caso general, y por tanto, también el más fundamental.
Si la dinámica relacional admite lo irreversible, permite trasladar a lo interno, y también a la esfera mental, una rectificación a lo largo del tiempo entre los tres momentos de su equilibrio, algo que en la mecánica clásica nunca puede hacerse explícito. En contraste con el enfoque relacional, hemos visto otras formulaciones anholonómicas de la mecánica, de tipo cartesiano, que tampoco tienen inercia pero en cambio hacen depender el movimiento de la aceleración y por tanto del desequilibrio. Opuestas en planteamiento, ambos dinámicas podrían coincidir en el terreno común del desfase del potencial, que en la física moderna se ha introducido por la puerta de atrás en lo que se conoce como “fase geométrica”. Y también hemos visto el equilibrio ergoentrópico que propone Mario Pinheiro entre la mínima variación de energía y la máxima entropía, en una reformulación irreversible de la mecánica. Aquí no podemos entrar en la relación entre estas tres formulaciones aunque el tema merece un estudio en profundidad.
Dentro del esquema semiótico de Peirce, lo retroprogresivo surge al remontarnos de las categorías terciarias a las secundarias, y de estas a las primarias. El tercer principio de acción-reacción define las condiciones de interacción, mediación y medición; la segunda ley, que define la acción o fuerza, sólo puede tener para el tiempo un carácter indicial e incompleto; la primera ley define o recorta el contorno de lo inmediato de que partimos. Pero la cuestión que no se ha planteado es que las mismas leyes de la mecánica, siendo un caso particular para uso interno de la física, terminan por arrastrar la deriva del mundo y de la mente en que nos hayamos sumidos —puesto que, como disposición general, también han determinado la fuga entera de la tecnología. Si con la tecnociencia se ha echado el resto en el control externo del mundo, es normal que ahora lo exterior nos arrastre no importa lo que quiera nuestra voluntad.
El biofeedback puede ser usado como un medio para comprobar el lado interno o subjetivo de determinados principios de la dinámica, mientras que los principios relacionales de una dinámica como la de Weber nos permiten ver que ese lado interno también admite un correlato externo. Buscando un contexto general para la faz hombre/máquina, se han propuesto en las últimas décadas enfoques como la “endofísica”, una física “desde dentro” que combinaría oportunamente elementos de la mecánica cuántica, la relatividad y la teoría del caos; pero enfoques de este tipo permanecen ligados a la concepción, dominante en la física, del observador, de la representación y de las fuerzas controlables. Se habla de la interfaz como “corte” a diversos niveles, pero el gran y definitivo corte que ha introducido la física es la inercia y el sistema inercial, y es por aquí que hay que empezar. El “enfoque endofísico” no ha tenido desarrollo ulterior, pero el trabajo con interfaces entre seres vivos y máquinas no deja de intensificarse, y hoy comprobamos que la fase geométrica de los potenciales se usa rutinariamente como factor de ajuste en robótica y teoría del control.
El auténtico “interfaz” sería el desfase del potencial, pero esto no requiere ningún “corte”, pues en esta mecánica relacional no existe una separación conceptual entre lo interno y lo externo, lo “vivo” y lo “muerto”, lo inerte y las fuerzas que lo impulsan. Y el “desfase del potencial” no es privativo de la mecánica cuántica como todavía se supone, sino que se da necesariamente a todas las escalas puesto que el único “retardo” solo puede existir con respecto al ficticio sincronizador global de la mecánica de Newton.
Como hubiera dicho Ruyer, está lo observable y lo participable; lo primero es objeto de la conciencia intencional, lo segundo no, pero no por eso es menos importante. Incluso puede decirse que la civilización es la explotación del excedente de lo participable en beneficio de lo observable, que siempre acaba teniendo dueño. La carrera por la fusión de hombre y máquina es una fuga compulsiva que trata de compensar el corte autoinflingido con la mecánica, pero está claro que nuestro uso de máquinas y herramientas es muy anterior a la generalización de los tres principios. Y también que el “principio de instrumentación” del que a veces hablamos no es la tardía “razón instrumental” del pensamiento moderno sino una forma de exteriorizar la fuerza con herramientas o sin ellas.
La coordinación interna con lo que no sin malicia podemos llamar “el mecanismo de Weber” apunta pues más allá de la física o la técnica. ¿Hasta qué punto la forma específica de los principios de la mecánica ha podido influir en nuestra temporalidad? Parece una pregunta imposible de responder, pues la temporalidad nunca se mueve en el vacío, y los principios de Newton están justamente concebidos como movimiento en el vacío. Los tres principios clásicos son puramente externos, no se pueden internalizar de ningún modo. Su influencia se extiende ante todo como deriva heterónoma. En la mecánica de Newton, nada se mueve sin que lo mueva otra cosa; en la mecánica relacional un cuerpo puede impulsarse a sí mismo con perfecta consistencia y sin contradicción.
La temporalidad no se mueve en el vacío, de otra forma nunca habría prendido como forma interna de una cultura —como cuando hablamos de una concepción del tiempo lineal, circular, vertical, etcétera. Los tres principios clásicos pueden representar una secuencia causal, pero no ahondar en la sensación subjetiva del tiempo. Los tres principios de la mecánica relacional sí pueden hacerlo, y sin embargo esta misma “mecánica” no necesita, o más bien excluye, la representación causal —la perspectiva que brinda es realmente acausal, y por ende, amecánica. Aunque la cuestión de la causalidad nos llevaría ahora demasiado lejos; en un argumento crucial como el del cubo en rotación de Newton, podemos explicar la curvatura del agua tanto por el equilibrio ergoentrópico de Pinheiro como por la energía potencial, pero difícilmente por el espacio absoluto como hizo el proponente del experimento.
Ante tanto malentendido, no está de más recordar que nuestra presente civilización sólo ha tenido una filosofía natural, que no es otra que la de Newton. Todas las “revoluciones” posteriores no cambian la cuestión esencial, ni la cambiarán, porque lo necesario para hacerlo no pasa por la física especulativa, sino por su antípoda, la física fundamental, además de, por supuesto, la propia filosofía natural. Contemplar el mundo sin inercia equivale a renovarlo continuamente, pero la conciencia apenas puede mantenerse un instante en semejante estado de suspensión. ¿Cómo puede ser esto, si decíamos que las leyes de la mecánica clásica no son susceptibles de internalizarse? Ya hemos visto que incluso los tres principios de la mecánica clásica pueden entenderse tanto en un mismo nivel como en grados o niveles diferentes, de acuerdo con la connotación semiótica de Peirce. Cabe argumentar que la conciencia intencional es necesariamente externa, aunque en grados muy diversos, y que contemplar la no inercialidad nos retrotrae a esa otra conciencia anterior a la intencionalidad que Husserl llamaba subjetividad trascendental. Y dentro de esta conciencia tal vez cabe distinguir un equilibrio estable y un equilibrio inestable, que también pueden asociarse con ciertos principios y evolución de la dinámica.
La respiración, por ejemplo, es un proceso a la vez voluntario e involuntario, igual que también es simultáneamente mecánico y amecánico. El ciclo nasal bilateral está muy probablemente asociado a un potencial retardado, y siguiendo su eje podemos acceder al aspecto amecánico del fenómeno respiratorio. A su vez esto se vincula con la percepción del tiempo, y con la transformación de la intención en atención, y de esta en autoconciencia. No es difícil vislumbrar en todo esto la posibilidad de una vía gradual y una vía directa.
La vida del espíritu no sólo no necesita de técnologías, sino que más bien se opone a ellas en general. Pero aquí se entrevé un paso más allá del principio de instrumentación que nos permite ver la ciencia y la técnica bajo una luz diferente; y el que todo esto ocurra en el mismo corazón de la mecánica tiene una significación especial que queremos que perdure.
Referencias
Henri Poincaré, Nicolae Mazilu, Hertz’s Ideas on Mechanics (1897)
V. V. Aristov, Relative Statistical Model of Clocks and Physical Properties of Time (1995)
Nikolay Noskov, The phenomenon of retarded potentials
K. T. Assis, Relational Mechanics and Implementation of Mach’s Principle with Weber’s Gravitational Force ( 2014)
Alejandro Torassa, On classical mechanics (1996)
Koichiro Matsuno, Information: Resurrection of the Cartesian physics (1996)
Mario J. Pinheiro, A reformulation of mechanics and electrodynamics (2017)