
El asco de Prometeo
He oído decir que están despellejando vivos a científicos en las calles. De ser cierto, no creo que aparezca nunca en los medios de comunicación. Claro que no sólo lo he oído, sino que lo he presenciado una y otra vez. En sueños, claro; pero eso no me resulta más tranquilizador. Al contrario. Hoy es mucho más fácil falsificar una noticia o un vídeo en la red, que tener sueños que se repiten.
No detallaré estos sueños, que en parte he podido olvidar; sólo diré que cuando se reproducen asisto a todo ello sin miedo ni rechazo, con una inconcebible indiferencia que no tendría si estuviera viendo algo parecido en una pantalla. Por más que esas visiones me sitúen dentro mismo de los acontecimientos, y no como un mero espectador.
No tengo una opinión definitiva sobre la naturaleza de esas visiones que me frecuentaban hace mucho tiempo, bastantes años antes de llegar a este 2020 que ahora acaba. Nuestra relación con el mundo imaginal está modificándose continuamente, paralelamente a nuestro monstruoso abuso de las imágenes y sus prestigios. En general, no puedo estar sentado viendo vídeos ni películas ni nada parecido, violaciones de la psique que apuntan su escalpelo al centro de tu cerebro.
¿Y por qué científicos, podría preguntar un cándido, en vez de banqueros o fabricantes de opinión? Tampoco tengo ni idea, ni creo que se tratase de científicos tan solo. Si esto llegase a ocurrir en el mundo real tal vez dijeran que es porque tienen menos protección, aunque yo sí creo que el poder protege a sus activos lo mejor que puede. De hecho este sistema los protege demasiado de la realidad.
Cuando se nos quiere presentar una imagen de la “ciencia perversa”, siempre se nos acaba contando, cómo no, historias de médicos nazis. Historias que quisiéramos que fuesen falsas, dado que muchos de esos activos emigraron a los Estados Unidos para enseñar y transmitir lo mejor de su experiencia.
Más que ciencia perversa, que ya hay en abundancia, lo que tenemos es ciencia necia, ciencia sin la menor idea de qué es lo que se está manipulando ni de sus consecuencias. Bouvard y Pécuchet son más de temer que todas esas películas de horror, y su “espíritu” se ha demostrado incontenible.
Tampoco creo que mis sueños tengan nada que ver con la presente epidemia y el origen del coronavirus, cuestiones que preferiría eludir por completo ya que es de otras cosas que quiero hablar. Con todo no me resistiré a hacer algunas acotaciones puntuales dado que el presente parece flotar en un punto de inflexión que afecta a periodos más amplios y en tal sentido los revela.
Por supuesto ni tengo ni puedo tener idea de si el dichoso virus es una mutación natural o ha salido de los laboratorios; ambas cosas pueden ser igual de probables, según el experto al que preguntes. Parece prácticamente imposible demostrar que no es una mutación natural, y aquí estaría fuera de lugar acusar a los investigadores de una responsabilidad específica. Y además, me cuesta creer que este virus sea más peligroso que otras muchas gripes que ha habido, como la del 68 u otras mucho más recientes que dejaron gran mortandad. Me preocupa mucho más nuestra actitud ante la tecnociencia en general; pero esto mismo ya se pone en evidencia con la cobertura informativa de la epidemia.
Doy por descontado que no hay una posición de “la ciencia” al respecto y que nadie puede hablar en nombre de toda la comunidad de científicos. Los que nos están hablando son simplemente aquellos a los que se les da voz, con todo lo que eso significa, y no hay que darle más vueltas al asunto.
Claro que tampoco deberíamos desviar y diluir la atención como de costumbre diciendo que la culpa es de superpoblación, el desarrollo, el capitalismo, el estrés sistémico de las especies y la zoonosis. ¿Por qué los medios ignoran artículos como este de 2015 de una publicación bien prestigiosa, en que un nutrido grupo de investigadores, después de mostrar su preocupación por la transmisión de nuevos virus entre especies debido a la creciente “presión ambiental”, nos describen con detalle aunque de forma altamente velada la creación en laboratorio de un coronavirus quimérico partiendo de los de un murciélago?
Es una buena muestra de cómo funcionan hoy las cosas: los investigadores quieren preciarse de su hazaña tanto como puedan, ocultando al mismo tiempo en lo posible la naturaleza de sus acciones. Como es sabido, se llaman “quimeras” a la creación artificial de organismos con genes de diferentes especies. Y es el colmo de la hipocresía puesto que estos investigadores no saben qué más decir para que se valore debidamente el hecho de que, antes de su creación, el riesgo de salto de especies no existía.
No hay por qué pensar que este sea necesariamente el origen del virus, y además las manipulaciones vienen de mucho antes; pero tanto la forma en que se presenta el avance, como la manera de ignorarlo en los medios, nos dan una idea del penoso estado del asunto. Es mucho más fácil echarle la culpa a vendedores de murciélagos y de tortugas que no tienen ningún grupo de presión que los defienda, como tampoco lo tenemos nosotros ante la agresión permanente de la desinformación.
Tan sólo a título de muestra, aquí tenemos otro artículo que nos recuerda los masivos y muy recientes experimentos quiméricos in vivo en el antiguo gueto negro de Soweto, para mezclar células embrionarias humanas y células de cerebro de ratón. No sabemos desde entonces cuántas personas del lugar llevan en sus propias células genes de monos y otros animales. El que no lo crea que lea detenidamente el texto.
Hay múltiples formas de producir una quimera humano/animal y las corporaciones y sus investigadores aprovechan espacios como Soweto para intentar agotar todas las posibilidades. No hay otro límite que hasta donde la Naturaleza se deje violar. Cabe decir, incidentalmente, que muchos de estos experimentos están directamente relacionados con vacunas y en particular con vacunas contra el COVID-19.
De hecho el nombre de una de las primeras pruebas de la vacuna, la ChAdOx1 nCoV-19, que a estas alturas ya habrá cambiado de nombre varias veces, es una simple abreviatura de “chimpancé-adenosina-Oxford”. No voy a entrar en detalles que cualquiera puede investigar. La cuestión no es sólo por qué no se nos informa del origen de estas vacunas y de lo que se está haciendo en microbiología en general, sino por qué permitimos que este tipo de investigaciones ocurran. Lo realmente increíble, junto al silencio de los medios, es nuestra indiferencia.
En otras épocas se hubiera preferido morir a beneficiarse de estos alevosos crímenes contra la naturaleza y la dignidad humana. La mera idea de querer salvarse con semejantes medios ya da asco, y esto nos lleva al auténtico objeto de este artículo.
Pues lo que me preocupa es un asco mucho más fuerte y temible que el asco humana. Hablo del asco de Prometeo ante lo que ha resultado de su empeño. El patrón y numen de la civilización humana que nos ha conformado, el mismo que, según nos dicen, asumió con orgullo un tormento eterno por las consecuencias de su hazaña, justo ahora que huimos del dolor ya no quiere sufrir más por nosotros. Ya no asume a su criatura sino que la rechaza por completo. Y mientras, algunos se imaginan que van a tomar el cielo por asalto.
Hay un arcano muy oscuro en Prometeo; un arcano que para el ser humano tiene que ser por necesidad anterior a los dioses, al Dios único del monoteísmo y a cualquier idea de unidad. Y quién puede dudar de que ese arcano se ha vuelto ya contra nosotros; a quién se le ocurriría pensar que el indomable y noble Prometeo aún podría estar de nuestro lado. Una epidemia entre tantas no es nada en comparación con su rechazo.
Este es el gran vuelco de las edades, pero no tenemos ni la menor idea de a qué escala de tiempo se produce; por algo ha sido dicho que los mitos nunca ocurrieron pero son siempre. Su proyección sobre la historia, más que mera conjetura parece simple confusión; sin embargo los propios mitos no se dejan encerrar en una forma y este no es menos: no sabemos qué fue finalmente de Prometeo, hay variantes de la historia, especulaciones, conjeturas.
Tampoco sabemos más sobre el destino del ser humano, pero sería demasiado grosero confundir a Prometeo con el hombre. Prometeo es siempre y por definición una fuerza que nos está modelando y que por tanto nos resulta externa. El mito nos dice que Prometeo se apiadó de la indefensión del hombre ante la naturaleza; el descenso del fuego tuvo como objeto que ese ser la padeciera menos, no que él la atormentara.
Tuvo que existir un periodo muy largo desde el surgimiento del fuego a su uso indiscriminado, tiempo que por otro lado se comprime a medida que aumenta la llamada discriminación científica. Pero, olvidándonos ahora de la ciencia, es imposible que aquel lejano ancestro alumbrado por semejante nuevo don se precipitara a usar el fuego como un maleante para incendiar los bosques y hacer batidas de caza. A eso sólo se pudo llegar mucho después.
Debió haber un gran lapso, inmensurable en términos de años, de acuerdo e infinito cuidado del fuego y con el fuego, y que ha de coincidir con el enorme periodo de gestación del lenguaje; y el lenguaje que modela los contornos de la mente vela ese otro lado del fuego que ya no sabemos ver ni tan siquiera sentir.
Descendemos sin duda de los profanadores del fuego, de aquellos primeros maleantes e incendiarios, pero no exclusivamente de ellos.
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Nuestras ideas se ajustan a nuestros actos y no al revés. Como mucho también se ajustan a lo que queremos hacer, e incluso a lo que no hacemos, pero nunca al contrario. Sólo esto explica nuestra ceguera al nivel más básico, en la ciencia, en la técnica, y en todo lo demás.
Alejados de los dioses, sin el apoyo de los titanes, el hombre no puede durar. Pero es mucho más terrible la náusea de Prometeo que su furia; si su ira se desencadenara sólo daría para un apocalipsis nuclear, algo que después de todo es mil veces preferible a la pérdida de la dignidad a la que nos abocamos. La náusea es otra cosa. Cioran ya presintió ominosamente que estábamos al borde de una segunda caída más lamentable que la primera, que nos sacaría “del tiempo para entrar en la eternidad de abajo” —muy probablemente alguna suerte de subhumana imbecilidad. Tampoco cabe excluir que ira y náusea coincidan en un mismo golpe.
Sería la consecuencia más lógica, además de merecida, de la recalcitrante malversación de nuestros talentos y facultades. Si no hemos llegado todavía a ello es más por incapacidad que por falta de ganas. Ya dijimos en otro lugar que la manipulación biotecnológica tiene potencial de sobra para convertirse en la última y definitiva gran conflagración geopolítica, porque nos obligará a definir nuestra posición al respecto y eso hará que salten en pedazos los alineamientos basados en cálculos de intereses.
La gran mayoría no desea semejantes avances por más que intenten vendérnoslos como deseables. ¿Cómo es que nos los dejamos imponer, y cómo es que no levantamos la voz? Por supuesto, hoy los estados tienen una excusa para seguir con la investigación en guerra biológica en nombre de la defensa nacional, pero si hubiera espacio para la sensatez se dejarían de excusas y se esforzarían por llegar a un acuerdo rotundo y sin letra pequeña.
Desgraciadamente, esto es más que improbable. ¿Y qué decir de la investigación de las corporaciones que busca “optimizar” beneficios con esta actividad? Por no hablar de los poderosos, que siempre acarician las promesas de prolongar indefinidamente sus tristes vidas. Los jueces y legisladores también tienen una enorme responsabilidad que eluden de manera indigna.
Ahora bien, si está claro que la soberanía de casi todos los estados es hoy una ficción legal, que no crean los poderosos que impulsando la manipulación de la vida van a consolidar su poder, ya que por el contrario van a perder los últimos restos de legitimidad a los que se agarran y de los que penden. Esto es tan meridianamente claro, que sólo la realimentación con sus propias narrativas les hace soñar lo contrario. Todavía me cuesta creer que puedan cometer tamaño error.
Si uno busca a menudo posibles soluciones a problemas económicos, no es porque crea que la economía gobierna el mundo, sino porque hasta al mismo diablo hay que permitirle la oportunidad de retroceder. Pero en economía las cuestiones se demoran y negocian continuamente, con los resultados que sabemos, y a beneficio de quienes sabemos, puesto que son ellos mismos quienes definen los términos. Lo mismo vale para una política completamente secuestrada y mercantilizada.
Aquí en cambio hay cosas absolutamente innegociables. No hay que esperar ningún beneficio de la manipulación biológica; el beneficio es sólo para ellos, pero la desgracia será para todos. Ahora podemos ver claramente que la gente que está detrás de todo esto odia a la humanidad, pues, ¿qué otra cosa puede ser el tratar por todos los medios de violar las barreras que la definen como especie? Así que lo único que nos queda es defendernos como especie y odiarlos a ellos a muerte y con todo nuestro corazón.
Odiar al mal está bien, y ellos son la más acabada expresión del mal hasta la fecha. Si no odiamos lo que están haciendo, es sólo porque ni lo vemos ni lo comprendemos. ¿Y cómo podríamos hacerlo si ni siquiera ellos lo comprenden? Quiero hacer primero un decidido llamamiento al odio contra esta enormidad, puesto que no odiarla es igualarse a lo inhumano, y allanar el nivel para la desgracia que nos ronda. Recordemos por si hiciera falta que la muerte no es una desgracia.
Científicos e intelectuales por igual nos han estado asegurando que no hay bien ni mal y que el mismo concepto de humanidad es un globo hinchado a fuerza de pulmones; pero en vista de lo que empezamos a saber, eso es más ridículo que nunca. Y está más claro que nunca, que sí que hay bien y hay mal, y hay humanidad, pero que todo eso es un estorbo para algunos. Pues bien, por más que lo intenten, ellos no serán un estorbo para lo que vamos a hacer.
Porque a diferencia de ellos, nosotros sí tenemos algo que hacer y una misión muy concreta que cumplir. Una misión que a ellos no les importa lo más mínimo, aunque seguramente les concierna.
No está en nuestra mano ni es nuestra intención levantar el puño para descargar un golpe contra nadie, como tampoco está en nuestra mano detenerlo. Nuestra misión es evitar el vómito de Prometeo, de esa misma entidad que un día sintió simpatía por el ser humano. Y tenemos los medios para lograrlo y acabar por fin con su tormento. Y sabemos lo que eso significa.
Los que piensan, tan instruidos, que no hay nada en el hombre que no sea político y social, están terriblemente equivocados. Esas opiniones son sólo parte de su impotencia y su fracaso. Ninguna narrativa basada en las vicisitudes del homo economicus nos va a sacar de este atolladero, como tampoco va a hacerlo ninguna narrativa basada en las vicisitudes del homo politicus. Ambas son inaptas e ineptas.
Lo mismo vale para los que creen que pueden abarcar y controlar el mundo a través de la Globalización. La globalización y todo el revuelto cultural del globalistán son productos derivados del proceso civilizador, y es éste y no aquella el que nos tiene en su torno.
Y lo mismo se aplica a la geoeconomía de los recursos que trata de modularse a través plataformas de expertos como la del «cambio climático» y otras muchas. Aquí si nos encontramos en una interfaz explícita entre el proceso civilizador y la naturaleza, pero estos mismos expertos, igual de inaptos e ineptos, son también juguetes en manos de unos poderosos aún más ciegos que ellos.
La promoción de la idea del cambio climático si que es un auténtico globo inflado, toda una operación psicológica para desviar la indignación hacia aspectos muy secundarios con respecto a lo que realmente importa. Operación psicológica que además intenta diluir responsabilidades muy particulares sobre el conjunto de la población, que será como siempre la que pague por ello. Es como ladrarle eternamente al capitalismo para no hacer nada ni con los capitalistas ni hablar siquiera de sus más que específicos instrumentos y emplazamientos.
Si hubiera un campo climático antropogénico, que aún estaría por demostrar, aún sería algo relativamente involuntario y en todo caso insignificante comparado con los crímenes de ultraprecisión y a conciencia contra las barreras mismas de la vida. Es de esto que quieren desviar nuestra atención y nuestra indignación.
Cualquier señuelo es bueno con tal de alejarnos del asunto, pues no son tan ignorantes como para no darse cuenta de que esto puede acabar con ellos. Entonces, según su lógica, es preferible acabar con la integridad de todos nosotros, y en eso es en lo que llevamos ya mucho tiempo.
El hecho de que hoy haya movimientos de protesta para casi todo y sin embargo callen ante estas infamias muestra hasta qué punto todos esos grupos están controlados desde arriba.
Sembrar la disonancia cognitiva entre las masas no les va a salvar de lo peor. Tampoco ha sido la paciencia de estas masas, sino una paciencia verdaderamente sobrehumana, la que ha evitado hasta ahora que eso ocurra.
Sintiendo lastimar el narcisismo de algunos pueblos, hay que decir también que el desmoronamiento y desintegración de los Estados Unidos, terrible como puede parecer, es otro de esos asuntos de poca monta en comparación con aquello de lo que estamos hablando. Son ya muchos los imperios que han caído, y son ya muchos los pueblos que han desaparecido, pero incluso los más viejos entre los que quedan son acontecimientos de última hora en un proceso de civilización del que en realidad sabemos tan poco.
Lo cual no quiere decir que la caída de esta Nueva Atlántida y su imperio no vaya a tener repercusiones. De hecho, podría coincidir en el tiempo con el irrevocable malogramiento de la humanidad.
Es falso que la deriva actual se deba a fuerzas totalmente impersonales del mercado o el capital, porque siempre hay una persona al final. Y es trasparente que esas personas prefieren la destrucción del género humano, de la naturaleza, y aun la suya propia, con tal de no quedar por debajo de otros. Este es el punto esencial, pues ni el más necio cree que el dinero es el fin y no un medio, y mucho menos los que están en lo alto de la cadena, aun si no les sobra la inteligencia. Ahora bien, no somos nosotros los que nos ponemos por encima de nadie, sino que son ellos solos los que así se sitúan tan por debajo de todo lo aceptable.
Si uno no puede hacer nada contra ellos, al menos que ellos no puedan hacer nada contra ti. No necesitas someterte a su cirugía cerebral y encima pagar alegremente por ello como se acostumbra. Pero el recableado sistemático también se extiende a los diversos consensos científicos que hoy se imponen a escala industrial.
El torno de Prometeo
Nuestra relación entre el saber y el poder siempre estuvo fuera de control, desde el primer día hasta los últimos desarrollos tecnocientíficos; pero sólo el poder y ese uso suyo distribuido que es la civilización nos ciega ante lo evidente del hecho.
La antropotecnia o modelado de lo humano es un proceso mucho más amplio que la relación entre ciencia y tecnología en el sentido que hoy le damos, y durante mucho tiempo vino definida sobre todo por las prácticas de la religión, el derecho y las técnicas, y las correspondientes teorías de la teología, la ley y el arte; con lo moderno, rumbo a la disolución, se multiplican los medios, y toman el relevo el mercado, la opinión, los grandes relatos, la propaganda, la publicidad, la banalización del arte, los artilugios y artículos de consumo, el cine y las teleseries, los videojuegos o internet. La relación entre ciencia y técnica en el sentido moderno describe innumerables círculos pero todos ellos giran dentro de un torbellino mayor de teorías y prácticas.
Lo que muestra que los rodeos y círculos tecnocientíficos no tienen realmente autonomía, moviéndose al compás de esa circulación más amplia. Las ciencias se manejan como pueden entre la objetividad y la objetivación, y las técnicas también aunque en sentido inverso. Pero la cuestión de la relación entre teoría y práctica no puede ser más general.
Si tuviéramos por delante tres o cuatro siglos para contemplarlo, tal vez veríamos que China, con el paso del tiempo, iría asimilando la ciencia abstracta occidental marcada por un fuerte componente teórico para transformar su propia teoría y las prioridades de su aplicación. Porque la forma china de pensar modifica lo teórico en función de lo práctico, mientras que nosotros pensamos que no hay nada más práctico que una buena teoría y una máxima generalización. Imaginemos que continuara durante todo ese largo lapso la interacción y competencia entre la civilización occidental y una o varias grandes civilizaciones orientales con auténtica autonomía cultural y política.
Si contáramos entonces con el tiempo para que esto sucediera, aprenderíamos por experiencia, interacción y competencia algo muy profundo sobre esta relación saber-poder que en las condiciones actuales, en que la ciencia occidental permanece sola como excepcionalidad, no podemos ponderar. Pero está claro que no tenemos tiempo para esperar a semejante proceso geohistórico, cuyo resultado aún sería de lo más incierto.
Existe, por así decir, un procedimiento de urgencia, si realmente intentamos ir al corazón del asunto. Porque cualquier proceso singular es en sí mismo una totalidad, pero una totalidad abierta que tiende con el tiempo a cerrarse. Y así, la singularidad que es el pensamiento y la ciencia de occidente también ha tenido una clara genealogía y dialéctica interna, de la que sólo hemos aprendido una simbólica mitad —simplemente, la mitad que se ha impuesto.
Precisamente en el siglo XVII que vio la eclosión de la revolución científica, Europa asistió a la pugna entre un cierto empirismo de las islas británicas y un cierto racionalismo continental, el primero inaugurado por Bacon y el segundo por Descartes. En realidad no se trataba sólo de una pugna filosófica o científica, sino sobre todo de una velada lucha por la forma y naturaleza que tendría que adoptar el saber-poder.
Toda la ciencia bastarda y sus prácticas de interrogación y tortura de la naturaleza para forzarla a revelar sus secretos tienen su modelo indudable en Francis Bacon, si bien este venía precedido por una hiperactiva cohorte de pseudoalquimistas y sopladores ignorantes. Bacon, él mismo espíritu ignorante y muy grosero filósofo, pero retórico y ambicioso en gran estilo, ejemplifica como nadie la actitud “el conocimiento es poder”.
El momento cartesiano tuvo una orientación mucho más depurada hacia el conocimiento pero un infundado mecanicismo que conduciría a la posterior recombinación por Newton del empirismo con la deducción matemática, que nos ha llevado derechos a los dos extremos de la especulativa “matefísica” moderna y la física perturbativa de los aceleradores.
Con el dualismo cartesiano se establece la separación entre lo interior consciente y lo exterior extenso. Lo irónico de la cristalización newtoniana es que evidencia la imposibilidad del mecanicismo mientras que a la vez lo universaliza por un permanente malentendido. Este malentendido se afianzó y aún no hemos salido de él, afectando directamente a todo incluidas las ciencias de la vida. Después de esa clausura al estilo newtoniano de las ciencias de la naturaleza, lo demás ya sólo han sido rectificaciones y exploraciones en detalle.
El enfoque de Newton prevaleció finalmente en las ciencias duras predictivas, pero el tipo de ley que se deriva de ellas aún está inmensamente lejos de los procesos formativos o la complejidad de la vida. Para esto se requiere otro tipo de ciencias, mucho más descriptivas y sin alcance predictivo, del que la teoría de la selección natural de Wallace y Darwin es el más claro exponente, junto a otras perspectivas macrodinámicas que si pueden tener un rango predictivo como la termodinámica, la mecánica estadística o la cosmología. O la biología, tan diferente de la propia teoría de la evolución.
Bacon, Newton y Darwin son la profana familia de la ciencia moderna, y no es casualidad que los tres hayan surgido de Inglaterra, la base histórica de operaciones del capitalismo y la revolución industrial. El primero tuvo una ambición extraordinaria, el segundo una inteligencia extraordinaria y el tercero un candor extraordinario, hasta el punto de llegar afirmar al comienzo de su obra magna que sólo pretendía aplicar las ideas de Malthus al problema de la vida.
Si la civilización, con sus religiones y leyes y todo lo demás, fue un intento de humanizar lo animal del hombre, a partir de Darwin comienza la fase de animalizar lo humano de él. El destino, siempre inescrutable, eligió a este manso criador de palomas como involuntario patrón de tamaño cometido.
Se necesitaba esta dosis extraordinaria de ambición, inteligencia y candor, así como otra dosis igual de malentendidos sobre el legado de estos autores por sus seguidores, para llegar hasta donde hemos llegado. Y se requería todo el bagaje de la física moderna concretada en la cristalografía y difracción de rayos X, así como la más meticulosa manipulación, para llegar al descubrimiento del ADN, lo que nos lleva de nuevo a Cambridge y al mejor ejemplo moderno de una loca carrera, la del biólogo molecular, biofísico y neurocientífico Francis Crick.
Cuando hablamos de “la vida” damos por descontado que la vida es irreducible a la biología; sin embargo esto no impide ver que incluso en el centro mismo de la biología molecular se está operando una reducción totalmente injustificada; y esta reducción afecta al desarrollo moderno de todas las ciencias sin excepción.
Mucho se festejó el descubrimiento de la llamada “molécula de la vida”, pero lo cierto es que el ADN es una creación de la vida y no al revés; y en particular es una creación de las enzimas, aunque no sólo de ellas, puesto que la misma biofísica al nivel más básico tendría que estar en el primer plano.
Que las enzimas sean capaces de sintetizar diferentes proteínas partiendo de unas mismas bases sólo en función del ambiente, pone de manifiesto que no son agentes ciegos ni meros agregados de átomos. Sin embargo, como esta asombrosa discriminación de las enzimas no es controlable por el hombre, sencillamente se ignora.
Este ejemplo es muy significativo puesto que recapitula en lo pequeño el problema del torno de Prometeo. Que el ADN, aun siendo muy importante, no es la molécula de la vida, lo demuestra el hecho elemental de que para garantizar la estabilidad de la herencia tiene que ser una molécula pasiva. Crick no hubiera tenido que huir hacia hipótesis lunáticas sobre el origen extraterrestre de esta molécula si hubiera podido mirar las cosas de frente.
Pongamos otro ejemplo bien actual de desarrollo científico eliminado por la “selección natural” de nuestras instituciones: el célebre debate entre Pasteur y Bernard sobre el origen de las enfermedades infecciosas, también conocido como la disputa entre la teoría del microbio y la del terreno propicio. Pasteur ignoraba las condiciones del medio fisiológico interno y sólo contemplaba un agente patógeno externo; Bernard, por el contrario, decía que el microbio no es nada, y el terreno lo es todo. Se refiere que el mismo Pasteur, amigo de Bernard, admitió en su lecho de muerte que su colega tenía razón.
Esa admisión no expiró con Pasteur, sino que en pleno siglo XX microbiólogos tan importantes como René Dubos volvieron a dar la razón a Bernard valiéndose de un conocimiento acumulado cien veces mayor. Sin éxito, por lo que vemos, puesto que aún seguimos haciendo cruces en torno a invisibles virus y buscando balas mágicas para todo, atropellando siempre a la razón. Hoy la bacteriología y la virología han suplantado a la fisiología, poniendo al carro delante del caballo.
No hay ningún misterio en por qué se ignora una parte tan importante de la verdad en beneficio de la parte más dudosa: la entera industria biomédica y farmacéutica modernas. Pero, más allá de los meros intereses económicos, el factor subyacente, igual que en la biología molecular y todo lo demás, es la exclusión de todo lo que no resulta directamente manipulable o controlable.
El conocimiento no viene sólo de eso. El medio fisiológico no es un intangible místico, sino algo que se puede evaluar muy fácilmente con cuatro constantes químicas elementales que definen el equilibrio: el pH, el balance sodio/potasio, la oxidación/reducción y la resistividad/concentración de electrolitos; por no hablar de otros procedimientos que ni siquiera exigen muestras químicas.
El problema derivado de este filtro selectivo es que manipulamos y controlamos a costa de ponernos anteojeras para todo lo demás, para ese contexto del que se ha extraído lo manipulable. Y esto es algo realmente grave.
De hecho, incalculablemente grave, puesto que nunca tenemos forma de saber o cuantificar el grado de relevancia de lo excluido. Afortunadamente, el hombre sigue teniendo algo de eso que llamamos sentido común para rellenar los inmensos, incalculables vacíos de nuestras tecno-teorías.
Estos vacíos nunca pueden colmarse recombinando y empalmando especialidades diferentes si cada una de ellas adolece del mismo tipo de parcialidad. Las mismas especialidades han ido descartando las “mitades inconvenientes“ cada vez que han doblado la esquina para encontrarse con un problema nuevo. Sin reintegrar debidamente ese vasto campo de evidencia excluida nos perdemos en un mortal laberinto de infinitas medias verdades tan peligrosas o más que las mentiras.
En un mundo decente la inquisición de la naturaleza en el estilo de Bacon sería erradicada de la faz de la tierra. El retorcimiento estocástico de sus variables nunca nos va a llevar al conocimiento, sino a sucesivos nuevos engendros, cada uno más aberrante que el anterior. Por fortuna la ciencia tiene todavía una importante parte noble que debe ser extraída de entre toda esta inmundicia. Hay una forma de hacerlo.
Amigos de la Sinceridad
Recientemente un grupo de varios miles de expertos firmaba un manifiesto contra las pseudoterapias, arremetiendo nada menos que contra las bolitas de azúcar de la homeopatía y cosas similares. La pregunta que nos hacemos todos es, ¿no tienen ahora mismo cosas un millón de veces más importantes de las que ocuparse en su propia casa, en la biomedicina, la biotecnología y la industria de la salud? Valientes manifiestos.
Hoy científicos y técnicos son meros juguetes del poder —del que los maneja y del que ellos quieren manejar. La tecnociencia no tiene otro problema que su propia instrumentalidad, y sólo más acá de ella puede uno acercarse al eje de su torno.
Hace más de mil años se creó en Basora un grupo conocido como los Hermanos de la Pureza o los Amigos de la Sinceridad, que publicó una enciclopedia bajo el mismo nombre que recopilaba los conocimientos de la época en matemáticas, psicología, música, astronomía y ciencias naturales. Hoy los que aman la ciencia y la verdad pueden hacer algo similar con unos medios muy diferentes sin necesidad de adherirse al neoplatonismo o nada parecido.
Y aunque nadie hoy pretenderá ser “puro”, en cuestión de ciencias, e incluso en ciertas aplicaciones, es fácil si uno realmente lo desea. Una ciencia pura es simplemente una ciencia pobre que está contenta de serlo. Que no depende de fondos, financiaciones ni proyectos, ni de instituciones, ni prestigiosas publicaciones, ni de complejos experimentos ni de toda la tramoya de la Gran Ciencia. Una ciencia pobre es una ciencia libre, y también es pura aun sin pretenderlo. Al menos lo bastante pura como para dedicarse a sus propios asuntos.
Se dirá que una ciencia tal hoy es inviable e incapaz de competir en nada. Pero es perfectamente viable precisamente porque no quiere competir en absoluto con la producción de la ciencia establecida. Para abordar ciertas cuestiones se requiere un espacio totalmente distinto.
Nada de lo que nos importa en la ciencia depende ni puede depender de los criterios que hoy imperan. La dudosa humildad del científico integrado se cura en salud diciendo que las ciencias no pretenden poseer la verdad sino que tan sólo son una serie de aproximaciones a una verdad que siempre está fuera. Pero la clase de verdad que buscamos está ya dentro de lo conocido, bajo una forma no reconocida. De este modo no hace falta ir más allá ni buscar nuevas fronteras experimentales huyendo siempre hacia adelante.
Esto hace mucho más fácil una ciencia pobre y pura, independiente de intereses y orientaciones oportunistas. Y hay tantísimo por descubrir en la reintegración de todas esas “mitades” excluidas que se reproducen indefinidamente en cada recodo de las prácticas y teorías. Por lo demás, si esta realidad inadvertida no estuviera ya dentro de lo ya conocido o de lo que se pretende conocer, tampoco sería de interés para nosotros.
No nos mueve la curiosidad ni el afán de exploración. Lo que nos interesa es justamente aquello que la ciencia establecida no puede permitirse revisar sin destruir sus fundamentos; pero no por algún inexistente afán destructivo, sino porque uno no puede acercarse a la integridad del conocimiento sin recuperar las partes desechadas, que no están menos dentro que fuera de nosotros.
Compitiendo en disparates, no han faltado quienes han dicho que las epístolas de los Hermanos de la Pureza prefiguran la presente teoría de la evolución. Se olvida sin embargo algo más cierto y de mucha mayor importancia: su influencia sobre otro gran basorí de la época, Alhazen, padre no sólo de la óptica sino del propio método científico moderno, que surgió casi como un subproducto.
Se ha dicho que la demostración de la ley de refracción de Ibn Sahl, maestro de Alhazen, es más simple y tiene más calidad que la de Snell seiscientos cincuenta años después. Del mismo modo podría decirse que Alhazen no es un simple exponente de los rudimentos del método científico, sino que está más cerca del método científico en toda su pureza que autores como Descartes y Newton que empiezan a subordinar los experimentos a los resultados del cálculo, cerrando así su horizonte.
No decimos esto para llevar la contraria a la ciencia moderna, sino porque hay aquí una gran lección por aprender. Pues igual que el cálculo y la predicción nos han extraviado, pueden devolvernos al camino de la verdad si la verdad es lo que importa.
La tecnociencia no puede poseerse a sí misma ni ser poseída, ni ser realmente controlada por el poder porque incluso cada una de sus mitades por separado, ciencia y técnica, se encuentran escindidas en dos mitades mutuamente de espaldas; si de otro modo estas partes coincidieran o tendieran a coincidir, la relación entre saber y poder se alteraría de una forma hoy indescifrable.
Ya hemos visto en otras ocasiones como el método científico moderno ha oscilado entre las idealizaciones y las racionalizaciones rechazando el término medio: esto se hace transparente en el desarrollo del cálculo matemático o análisis, que se originó en los infinitesimales, y pretendió luego fundarse en el límite, pero no acertó a ver que en realidad sus pruebas funcionan en virtud de intervalos y no de puntos. ¿Y de qué sirve argumentar con límites si sigues creyendo que trabajas sobre puntos?
La historia del cálculo no hace sino reproducir en números lo que ha sido el procedimiento general del método científico en estos últimos siglos: sacrificar la descripción a la predicción, para luego crear una descripción nueva subordinada a una interpretación errónea, y mecanicista por defecto, de las ecuaciones o esquemas predictivos. Y es que el cálculo matemático ya había invertido la relación entre descripción y análisis: En lugar de determinar la geometría a partir de las consideraciones físicas, derivando de ellas la ecuación diferencial, desde Leibniz y Newton se establece primero la ecuación diferencial y luego se buscan en ella las respuestas físicas.
Alhazen no fue alcanzado por la ciencia europea hasta tiempos de Kepler y Snell, ni realmente “superado” hasta Descartes, Fermat y Newton, cuando cristaliza el cálculo. Es muy poco penetrante pensar que Newton malgastaba su tiempo y su talento sondeando la alquimia o traduciendo la Tabla Esmeralda, esa síntesis mínima y máxima sobre la analogía como relación inversa; puesto que sus mayores descubrimientos en la óptica, el cálculo, la gravedad o los principios de la mecánica, se basan de forma obvia en el planteamiento de problemas inversos.
De este modo el triunfo del cálculo como soporte de la física invierte definitivamente la relación entre descripción y predicción, y esto no sólo afecta a la matemática pura y aplicada sino también al planteamiento e interpretación, de los experimentos primero y de las máquinas y sus relaciones después.
El grado de equilibrio entre descripción y predicción es el fiel de la balanza para la ciencia pura y aplicada, definiendo las relaciones entre ciencia y técnica. Al inclinarse la ciencia moderna tan decididamente por la predicción, nunca sabremos qué otras relaciones son posibles si no cambiamos el nivel de exigencia para ambas.
Por otra parte este delicado equilibrio entre descripción y predicción también define el uso de los principios, medios y fines tanto en el horizonte teórico como en la práctica. En una ciencia como la física, el cálculo es el corazón del método o medio principal, mientras que la interpretación debería ser el fin. Como esta relación se ha invertido, también se invierte toda la relación de la teoría con la ciencia aplicada y la ingeniería, puesto que si la interpretación es el fin de la teoría, también es el principio en la concepción de aplicaciones prácticas.
Hay pues aquí un anillo en la lógica de la Tecnociencia, un círculo de comprensión que ni siquiera se ha podido empezar a explorar debido al bloqueo mutuo del análisis y la descripción.
Que se puedan tener los mismos resultados que nuestra ciencia atesora cambiando de principios, medios y fines, puede resultar sorprendente aunque inevitable desde un punto de vista formal. Que también se puedan tener resultados diferentes para idénticos problemas, es ya una cuestión muy distinta que nos llevaría a considerar cómo cada teoría compensa y disfraza sus errores reasignando variables, sacando de la manga nuevas entidades, introduciendo generosos coeficientes de seguridad en las aplicaciones o añadiendo nuevos términos de corrección. Nunca está de más recordar que la teoría de lo epiciclos de Ptolomeo hacía excelentes predicciones.
Desde el punto de vista de los principios, se puede tener los resultados de la mecánica newtoniana sustituyendo el principio de inercia por el de equilibrio dinámico; pero esto puede tener ninguna o infinidad de consecuencias según se realice la subsunción y como se conecte con las interpretaciones. Pero incluso si esto se hiciera, sería muy improbable esperar grandes cambios inmediatos dado que nuestra mecánica ya lleva acumulados más de tres siglos de impulso, y por lo mismo, de inercia en su concepción y desarrollo.
Lo mismo cabe decir, por poner ejemplos destacados, de la cuestión del éter en la relatividad especial, en realidad general, convertido en un pseudoproblema a costa de evadir su verdadero origen en la teoría electromagnética, o de la relatividad general, en realidad especial, que se apoya como puede en el principio de equivalencia pero es incapaz de asumir desde el comienzo que la inercia no existe en absoluto.
Una de las muchas cosas que revela la mecánica relacional al invertir la inversión newtoniana es que el viejo problema de la elipse de Kepler que soporta la mecánica clásica y la cuántica esconde un ineludible lazo de realimentación, de un tipo similar a los que siglos más tarde definiera el contorno de la cibernética con Wiener. Esto es algo tan elemental, y tan inesperado, que difícilmente sabrían los científicos qué hacer con ello, a pesar de que conecta directamente con el problema de la individuación de los sistemas dinámicos a todos los niveles.
Faraday gustaba de decir que se podía explicar toda la física partiendo de una simple llama. Nosotros hoy podríamos decir que ni siquiera el fuego sabemos explicar, a pesar de los increíblemente refinados métodos de espectroscopia que se han podido desarrollar a partir de una llama, y precisamente por ellos. Y con esto no se trata de sugerir que la verdad siempre queda lejos, sino simplemente que hay otra perspectiva mucho más iluminadora.
Los hombres de ciencia y en especial a los físicos quieren creer en la unicidad del método científico, en que se aproximan unívocamente a la verdad —tal es su profesión de fe. Aunque lo que hemos dicho en otros escritos cuestiona esa creencia, y aunque la pregunta sobre qué teoría es más comprensiva, simple y verdadera, siempre es fundamental, aun existe una realidad más básica, la del inaprensible continuo entre teoría y práctica, en que todas las demás cuestiones se revelan.
Quintaesenciar la Tecnociencia
Entrados ya en la segunda mitad del siglo XX, Heidegger primero y Simondon poco después llevaron el cuestionamiento de la técnica a un nivel diferente a todo lo anterior y desde ángulos sólo en apariencia opuestos. El filósofo alemán mostró hasta qué punto el solo pensamiento, sin apoyarse en las ciencias, era capaz de ver más allá de los supuestos de cualquier positivismo. Demasiado más allá, puede decirse, puesto que a qué se refiere lo que dijo aún estaría en su mayor parte por desvelarse.
Si Heidegger pensó que el hombre debía dejar de ser un medio de la técnica para aprender a habitar en medio de ella, Simondon situó desde el comienzo a lo técnico en el centro mismo de lo humano y de su proceso indefinido de individuación; otro giro que es uno con el anterior y que tampoco ha desvelado apenas nada de su potencialidad. Más adelante, y partiendo de ambos, Laruelle planteó un concepto de tecnología primera como Uno de última instancia, algo que, más que una filosofía sobre la siempre inaprensible esencia de la técnica, sería una ciencia destinada a extraer o precipitar la esencia técnica.
Hay una línea común para estos tres autores pero ninguno de ellos se atreve a cuestionar el camino y los procedimientos por los que la ciencia ha llegado hasta aquí, y es eso justamente lo que hace falta para disolver esta suerte de imposible cerco a nosotros mismos. El cerco no puede cerrarse, y la llamada esencia de la técnica sólo puede mostrarse en la apertura, pero para esto hace falta una muy consciente inversión de los tropismos científicos y técnicos.
Como todo en este mundo, la tecnociencia tiene su dharma y su karma, su rectitud y sus consecuencias, su evidencia y su ceguera. Y es precisamente en nombre de las predicciones, del “poder predictivo”, que el hombre de ciencia se convierte en ciego que ha de guiar a otros ciegos, incluso cuando no tiene que padecer sus imposiciones. Ya hemos señalado donde está el fiel de la balanza en materia de rectitud. Basculando como lo hace del lado de las predicciones, sólo acumula consecuencias mientras se deslumbra con la luz que adquiere.
En realidad, la “tecnología primera” es la relación entre el lenguaje y la imaginación, el tropismo del verbo en pos de las imágenes y la respuesta de ésta en forma de representaciones que van insertando a los conceptos como sus elementos. Hablaríamos de la misma actividad mental, aunque más todavía en sus efectos que en su principio. Esto es lo que excava nuestra dura realidad dentro de un medio homogéneo, para algunos vacío, para otros inconcebiblemente compacto, colmando sus inconmensurables huecos con el incesante flujo de lo imaginario.
Pero estos aspectos polarizados a la par que duales, de los que tenemos un ejemplo incluso en una fuerza fundamental como el electromagnetismo, no agotan realmente nada —pues en verdad cualquier proceso es inagotable-, sino que más bien se enroscan entorno a un eje unitario que estaría presente en cualquier objeto y en cualquier nivel. Se preguntará entonces que por qué no conocemos nada parecido a este eje, y la respuesta es que por una parte ya ha sido encontrado pero no detectado, mientras que por la otra nuestra inteligencia lo ha pulverizado con los continuos desdoblamientos de nuestras técnicas y teorías.
Una relación semejante a la que se da entre el lenguaje y la imaginación la encontramos, en un plano tan diferente como las matemáticas, entre la geometría y la lógica, y a un nivel más profundo entre la geometría y la aritmética. Pero como a estas alturas casi todos se aburren miserablemente con cuestiones de gnoseología y epistemología, vamos a dar dos ejemplos vivos y complementarios de cómo podemos acercarnos al eje esencial sin desdoblamientos de teoría y de práctica.
El primero nos lo da Peter Alexander Venis, que no es científico ni investigador profesional sino programador gráfico. Ni que decir tiene que es por no estar dentro de un gremio que ha podido elegir libremente su campo de investigación, que no es otro que la conexión entre ondas, vórtices y dimensionalidad desde el punto de vista de la morfología pura sin necesidad de cálculo ni matemáticas.
Venis ha descubierto una secuencia de transformación de los vórtices totalmente inadvertida hasta ahora. Los diferentes tipos de vórtices que ensambla sin suturas se dan abundantemente en la naturaleza, pero no esta combinación completa, que de otro modo ya habría sido observada.
El descubrimiento de Venis es verdaderamente asombroso. Cualquiera puede entenderlo, pero nadie logrará agotarlo. Ha surgido por observación y recapitulación, con completa independencia de la física y las matemáticas, por más que estas ciencias puedan emplearse de lleno en su estudio.
Venis no busca el Uno sino que parte de la visión del Uno, que por lo demás es la misma que tenemos todos. De un medio totalmente homogéneo igual podemos decir que tiene infinitas dimensiones como que, al igual que un punto, no tiene ninguna. Pero se puede deducir limpiamente un proceso de proyección en nuestras tres dimensiones que se extienden a un máximo de seis; aunque a diferencia de la convención ordinaria no se trata de un movimiento en dimensiones discretas sino continuas.
Algo tan usado como el espacio de Hilbert, en mecánica cuántica por ejemplo, también puede tener infinitas dimensiones. Sin embargo la reducción a tres y seis dimensiones, aquí tan intuitiva y tan inaprensible, puede entenderse como una correspondencia con la dualidad del electromagnetismo, en que la electricidad supone materia separada por espacio, y el magnetismo por el contrario supone espacio separado por materia. Como es bien sabido, esta dualidad nunca ha admitido una verdadera representación geométrica —esta dualidad es el exacto contrapunto que el continuo del campo espacio-materia opone al dualismo cartesiano.
Por supuesto hoy vemos la luz como “un fenómeno electromagnético” cuando por el contrario son los fenómenos electromagnéticos los que están definidos por la luz, que tiende tanto como puede a restaurar el campo homogéneo. Con esto la palabra “proyección” admitiría al menos tres sentidos diferentes, como reducción física, perceptiva y conceptual —junto a las sucesivas reducciones matemáticas del espacio proyectivo.
La secuencia de Venis, con su unión íntima de imagen y procesualidad, es más elocuente que muchos teoremas y nos da la llave para un laboratorio como no existe otro. Si por una parte parece la morfología más básica que pueda imaginarse dentro de un medio continuo, en razón de este medio continuo sin dimensiones discretas pronto asoma la pregunta sobre qué es lo que estamos mirando.
Realmente cuesta creer que se nos abra semejante profundidad de campo con algo que podría antojarse tan inocente, tan ingenuo para los que creen que han ido ya mucho más allá de lo aparente. Hay una exquisita equidistancia entre lo físico y lo biológico que nos hace pensar en una matriz universal de las formas, un alambique de las apariencias, una fábrica continua dentro del continuo que creíamos conocer, una auténtica alquitara del Verbo. Ya como visión es una práctica, ya como aplicación deja atrás las limitaciones métricas de nuestras más depuradas teorías.
¿Cómo puede pasarse de un espacio en infinitas dimensiones a un punto sin dimensiones? Ya sabemos que la moderna física de partículas, tan desenvuelta en sus arreglos teóricos, no ha tenido reparos en hacerlo. Pero hay otras maneras mucho más legítimas e instructivas de conseguirlo sin subirse a la parra de la abstracción ilimitada.
En su rectificación del cálculo diferencial, Miles William Mathis observa correctamente que todo el cálculo aplicado a la física omite de forma notoria al menos una dimensión. Y esto es precisamente lo que nos permite pasar de un punto a una recta, etcétera; también lo que nos permite pasar de la partícula puntual que hoy se maneja, físicamente imposible, a una partícula extensa con dimensiones definidas, con todo lo que de ahí se sigue.
Lo cual no necesariamente conduce a una teoría corpuscular como la del propio Mathis que siempre resultará demasiado tosca. Por el contrario, esta misma reducción dimensional permitiría explicar elegantemente cómo la dinámica de un punto orientado que rota sobre sí mismo genera vorticalmente una partícula extendida dentro de un campo, lo que nos lleva de nuevo a las ondas-vórtices de Venis, y a otra forma bien diferente de entender la célebre dualidad onda-corpúsculo.
Esto a su vez nos llevaría a hermosas consideraciones sobre la geometría diferencial y aspectos del transporte paralelo como la fase geométrica que, lejos de ser un aspecto privativo de la mecánica cuántica como casi todos los físicos dicen, es absolutamente universal y se da igualmente en la mecánica clásica incluso en la superficie del agua.
Pero la fase geométrica no es un problema de geometría sino de mecánica, o de dinámica si se prefiere. Los expertos dicen que la mecánica cuántica es una teoría completa en la que ha de entrar todo pero ni es completa ni es realmente teoría; de hecho la estructura del espacio proyectivo de Hilbert que la representa no cubre la fase geométrica y para hacerlo hay que añadirle un haz suplementario que no cabe en la dinámica hamiltoniana propia de los sistemas cerrados.
Las suaves formas de la secuencia de Venis deshacen una infinidad de cortes y nudos que no se revelan en su superficie. No hay nada que supere las obstrucciones y prejuicios del hombre como el flujo involuntario de la naturaleza, que tan infinitamente los supera. El seguimiento de sus transformaciones es un ejercicio permanente de apertura y de desobstrucción. El mismo Venis se ha permitido especular sobre algunas posibles relaciones con la física y los problemas del espacio-tiempo pero realmente creemos que a su través se pueden plantear muchas más cosas que las que hoy los físicos se atreven a imaginar.
Un realista extremo como Nicolai Hartman dijo que el análisis modal era una ciencia en sí misma; y dijo también que las cuestiones fundamentales de la filosofía siempre son esotéricas. Habría que añadir: son tanto más esotéricas cuanto más rectamente intentamos aprehender la realidad. Por eso la filosofía plantea problemas intemporales, más allá de las veleidades de la terminología, siempre que acierta a salir de sí misma.
Algunos de esos problemas incluso se dejan ejemplificar por la física cuando vuelve a ser filosofía natural. Por ejemplo, la cuestión de lo posible, lo existente y lo necesario se puede trasvasar a los problemas de la fuerza, la energía y la entropía, así como sus diversas definiciones del equilibrio. O para expresarlo más directamente aún, al problema de las relaciones posibles e imposibles entre lo reversible y lo irreversible en mecánica y termodinámica. Las aperturas de la secuencia de Venis dentro de esa inconcebible unidad pueden decirnos cosas más que inesperadas sobre procesos de evolución e involución al nivel más general y en el más particular, no sin antes rectificar las disciplinas implicadas.
El cálculo de Mathis y el Hipercontinuo de Venis parecen reclamar otra definición de la compacidad y de qué es un espacio compacto, no ya en el sentido del análisis estándar sino en su aplicación a esta visión primitiva y sin reducir del movimiento. Si desde Parménides se planteó cómo podía compatibilizarse la apariencia del cambio con un ser inmutable y homogéneo, aquí encontramos una respuesta inopinada; por otro lado, aquí se retoma esa conexión directa entre la lógica humana y el logos de la naturaleza por la que tanto se ha clamado desde Heráclito.
El principio más simple es el más lleno de consecuencias; este es el debido contrapunto a la abismal simpleza de la navaja de Ockham. Y en el caso que nos ocupa, también daría cuenta no solo de los individuos sino de su proceso de individuación, siendo ambos transitorios pero indisociables del trasfondo.
El descubrimiento de Venis, cuyo despliegue lógico de jónicas volutas se ha abierto paso en medio de nuestro entorno de pantallas de ordenador, evoca algo de ese asomarse auroral de los grandes hallazgos presocráticos, y no sólo por la estética. A su través puede empezarse a captar a qué se refería Heidegger cuando habló de modo profético sobre la renovación de la arcana hermandad entre el arte y la técnica. Y no deja de ser otro lógico portento el que este nuevo “amanecer griego” parezca desembocar directamente en lo innominado del Tao, en la antípoda del espíritu de geometría —como si quisiera cerrarse el círculo de desencuentro de la metafísica.
Así, Venis y Mathis nos muestran dos formas diametralmente opuestas pero estrechamente complementarias de hacer frente a las sistemáticas lagunas, confusiones y desdoblamientos de la tecnociencia. Mathis, contradiciendo frontalmente los supuestos más básicos de la ciencia establecida y tratando de rectificarlos; Venis, situándose desde el comienzo en una tierra de nadie entre la ciencia y la técnica que no le disputa nada a ninguna especialidad. Y entre ambos hay una infinidad de cuestiones, que pueden retomarse desde las posiciones más diversas.
La ciencia y la técnica no han llegado hasta el estado actual por casualidad. El liberal-materialismo o materialismo liberal tiene un interés específico en separar teoría y práctica, descripción y predicción, mientras confunde deliberadamente positivismo con reduccionismo. Ha sido incapaz de explicar mecánicamente ninguna fuerza fundamental de la naturaleza y ni siquiera lo pretende, y sin embargo quiere dar por hecho que todo en ella funciona como en nuestras máquinas.
Acordemente, la ciencia debería dar cuenta de las apariencias, pero lo que hace continuamente es remitir estas a pseudoexplicaciones y racionalizaciones para las que no tiene mejor justificación que decir que las apariencias engañan. Y así, en vez de caminar hacia a las apariencias como hacia su horizonte absoluto que no puede dejar de retroceder porque también los fenómenos son elocuentes hasta el infinito, nos hace creer cada vez más en todo tipo de entidades fabricadas y remotas. Algunos aun pretenden que esto justifica alguna suerte de “ilustración oscura” o pesimista, cuando lo que tenemos es pseudoilustración y oscurantismo, banalización y tergiversación sistemática de la importante parte de verdad que tienen las ciencias.
Incluso el faro de la ilustración de la ciencia newtoniana, nunca valorado debidamente, es una componenda de pseudo-racionalismo y pseudo-empirismo, puesto que ni se propone realmente explicar los fenómenos, ni se ha buscado cómo completar sus razones en su propio nivel. Lo que se ha debido en gran parte a las simplificaciones y justificaciones de los continuadores, que tanto se han esmerado en perfeccionar el método. Si esto se da en el mejor exponente de las ciencias naturales, puede imaginarse lo ocurrido en las demás.
Los que dicen hacer crítica social y dan por bueno el presente estado de las ciencias quedan retratados para la eternidad, pues cuál es el destino de todo lo que depende exponencialmente del dinero es algo más que evidente. Aun así es necesario dejar una puerta abierta para todos, pues no son pocos los que perciben el estado real de cosas.
A pesar de sus grandiosas mistificaciones, la física pertenece al linaje del conocimiento igual que la biología pertenece al linaje de la ignorancia. Y está en la naturaleza de las cosas que la biología y la medicina puedan regenerarse enteramente sólo a través de la reinterpretación de la física y la biofísica; esto hoy parece una posibilidad remota y sin embargo pasa por una serie de pasos que son incluso elementales. Los que crean que esto es imposible, sobreestiman demasiado lo que la física ha conseguido y subestiman por completo su verdadero potencial, no habiendo ni siquiera empezado a imaginar qué puntos conectan las ramas de esta disciplina.
Claro que las instituciones no tienen el menor interés en que esto ocurra. Que el neodarwinismo sea sólo una cobertura hecha casi exclusivamente de agujeros, es algo secundario porque no se trata de buscar el conocimiento, sino de legitimar la manipulación de la vida y garantizar su impunidad convirtiendo su orden inapreciable en un resultado aleatorio.
Rondas en torno a un sol menor
Lo más importante que podemos hacer ahora como especie, con enorme diferencia, es detener en seco la carrera de la ingeniería genética y la experimentación biológica desbocada. Por puro principio, por repugnancia a los medios y por horror ante las posibles consecuencias. Si no lo hacemos rápidamente, una nueva dialéctica del terror e inéditas espirales de violencia a todos los niveles entrarán en nuestras vidas. ¿Y cómo saber si no hemos entrado ya en ello?
La prueba de que estos biólogos no saben lo que hacen es que lo están haciendo. Si la especie supera la tentación de “violar la vida para mejorarla”, no se va a quedar sin estímulos ni desafíos ante sí. Citaré uno sólo, por aquello de proponer otras metas constructivas y peligrosas, y ya que del peligro no nos podemos librar. Todo lo que nos es lícito hacer con la vida y con las máquinas es modificarlas por realimentación y adaptación desde fuera —puesto que es así como la vida pugna y progresa desde dentro, en un sentido muy diferente del verbo progresar. Esto implica toda una serie indefinida de interfaces, y en medio y al final de todas las interfaces se encuentra el problema de la inteligencia.
Dicen los expertos que cuanto más se trata de definir la inteligencia artificial, según ellos en su prehistoria, más se tiene que volver sobre el problema de la inteligencia natural. Bueno, pues también aquí es necesario invertir el problema. Porque la inteligencia artificial tiene una larga historia —toda la inteligencia colectiva vertida en el lenguaje es en gran medida de esa índole, y en particular, todo ese conocimiento altamente formalizado que conocemos como matemáticas.
Sí, la experiencia acumulada de todos los matemáticos de la historia y plasmada en sus formas es pura inteligencia artificial colectiva. Lo que nos pone de frente ante el verdadero problema, que es saber qué es la inteligencia natural y cómo se relaciona ésta con los artificios formales; algo que por cierto también los matemáticos ignoran.
Hemos dicho repetidas veces que el cálculo diferencial de Mathis equivale a tabular en números el problema del corredor que sigue en tiempo real la trayectoria parabólica de la pelota para atraparla; un simple problema contra el que la IA ha empleado todo su pesado arsenal de cálculos, algoritmos, representaciones, cogniciones y predicciones. Sin embargo MacBeath y su equipo mostraron en su día que lo que simplemente hace el corredor, sin saber siquiera cómo, es moverse de tal modo que se mantenga una relación visual constante —una elemental cancelación óptica que poco tiene que ver con los “modelos computacionales” que han tratado de abordarlo.
El método directo de Mathis nos pone este secreto en la palma de la mano, aunque seguramente en lo último que haya podido pensar el americano es en la relación de su planteamiento con un problema de inteligencia artificial. Esto es lo que tiene buscar una verdad por sí misma y no por su conveniencia o utilidad. Y resulta que los matemáticos, que no tienen ni tiempo para considerar este tipo de propuestas, se verán obligados a emplear este criterio si quieren salir airosos de los laberintos y junglas de la matemática aplicada.
El cálculo por diferencial constante parece en principio muy poco dúctil para adaptarse a los múltiples requerimientos heurísticos del análisis moderno, por no hablar de que por ahora ni siquiera se ha desarrollado. Pero el criterio que exhibe es el punto de inflexión en cómo entendemos la matemática aplicada, y el cálculo es siempre matemática aplicada por más puro que se pretenda.
El cálculo es el contraarquetipo del trabajo en el reino de la cantidad. Incluso el concepto de trabajo en física se debe por entero a su definición cuantitativa. A medida que se ilumine esta relación, podrán verse otras muchas implicaciones ahora ocultas, por ejemplo, en la pretendida sustitución del trabajo humano por la inteligencia artificial. Pero aún hay mucho más, porque naturalmente el criterio de Mathis afecta al trabajo intelectual y al eje único de la inteligencia que es la identidad.
Lo que oculta la identidad precisamente es la identificación; pero en matemática al menos podemos distinguir entre identidad, igualdad y equivalencia, cosas que sistemáticamente se confunden. Hoy la más reciente teoría de categorías infinitas empieza a desbrozar ese mundo de confusiones igualmente infinitas consustancial a la semiurgia moderna. Es un trabajo con un extraordinario interés en sí mismo, pero también una labor desesperada como todas las de nuestro conocimiento si no encuentra la vía de retorno.
Esta vía de retorno la buscan siempre los matemáticos en la aplicación a problemas concretos, pero eso no basta. Hace falta aplicar, sí, pero también hace falta cambiar la idea misma de aplicación, y además, compenetrarse de la relación entre el conocimiento formalizado y el informal. El criterio del cálculo de diferencias finitas de Mathis tiene estas tres características incluso si aún está enteramente por desarrollar.
Será la peor pesadilla para un matemático, pero es incontrovertible que el cálculo moderno ha puesto cabeza abajo los problemas y ha introducido toda clase de manipulaciones heurísticas ilegales cuya metástasis ha llegado a casi todas las ramas de las ciencias y a casi todos nuestros algoritmos. Otra cosa es que exista el valor necesario para hacer frente a esta realidad.
Pero si se quiere estar a la altura del problema de la inteligencia, y conseguir que lo de arriba sea como lo de abajo, no veo más remedio que pasar por esto; de otro modo esta empresa volará con alas pegadas con cera, exactamente igual que Ícaro.
También con la inteligencia artificial, cómo no, la caída se presiente por doquier. Basta pensar que estos sistemas tienen cada día más poder decisorio en la guerra sólo porque son más rápidos. Así y todo, aquí no estamos ante un acto impío contra la naturaleza y la humanidad que aún existen, sino sólo ante el despreciable doble juego de los gobernantes por controlar a los gobernados mientras evaden su responsabilidad. El solo hecho de acordarnos de Ícaro parecería indicar que habríamos dejado atrás la más ominosa sombra de Prometeo. Pero lo que es anterior nunca queda atrás.
Si supiéramos desterrar la tentación biológica, tal vez merecíamos otra oportunidad, o al menos algo más de tiempo para despedirnos dignamente de este planeta. Pero ya sea un caso u otro, el hombre aún tiene la capacidad para cruzar un puente, aunque no ciertamente en dirección al superhombre.
Hay dos grandes modos de la inteligencia, que se han llamado de muchas maneras, y que aquí para resumir llamaré la inteligencia recibida y la inteligencia solitaria. Por supuesto ambos no se excluyen más de lo que mutuamente se implican. Toda la inteligencia recibida es inteligencia artificial, y ya sabemos que el lenguaje piensa en gran medida por sí solo. Pero a la vez, mientras hablamos, nos escuchamos hablar, y en general eso es todo lo que en la limitada esfera del lenguaje le dejamos hacer a la inteligencia solitaria.
Más allá del lenguaje, esa inteligencia solitaria hace montones de cosas todo el día sin esfuerzo, y el que no nos demos cuenta no significa que sea inconsciente, como no es inconsciente la carrera del corredor para atrapar la pelota. Que este tipo de cosas incluso tengan un exacto reflejo matemático, es algo que tal vez aprendamos a valorar.
La guerra tecnológica y la tentación cibernética, afiladas ahora en la carrera de la inteligencia artificial, despliegan de forma más explícita una doble dialéctica entre gobernantes y gobernados y entre los dos modos de la inteligencia que como todo lo demás viene de muy lejos.
Es desvergonzado pretender que las aberrantes distorsiones de la tecnociencia obedecen a un orden político u otro porque todos sabemos que se derivan de la escala de nuestra civilización y su correspondiente concentración de poder, que seguirá instrumentalizándolo todo incluso con las ideologías más opuestas.
Muchos creerán que esa inteligencia solitaria de la que hablamos es propia del individuo, mientras que la inteligencia heredada y recibida es un asunto social; pero esta interpretación ya es de por sí una extrema elaboración social. Por el contrario, casi toda la individuación del individuo es efecto social, mientras que la inteligencia solitaria, siempre en retirada, es nuestro aspecto común y el que menos sabe de distinciones ni fronteras.
En definitiva, existe una inteligencia preconceptual y precognitiva que es la que realmente atestigua la identidad de las cosas, y existe un vínculo de esa inteligencia con la inteligencia formal que no es imposible de rastrear en ninguno nivel. Pocas cosas nos pueden apartar más de encontrar ese vínculo que pensar que la inteligencia es sólo una mera y servil capacidad de predicción.
Los que dicen que no hay diferencia entre la biología y las máquinas están muy mal informados; todavía estamos esperando una explicación mecánica de las órbitas de los planetas o la de los electrones; y el eterno problema de cómo sabe la Luna dónde está el Sol y cómo «conoce» su masa para comportarse como se comporta sigue siendo un problema de comunicación o información tanto a nivel micro como macroscópico.
Precisamente la relación entre el problema de Kepler y el cálculo finito nos da ya la pauta esencial que le falta a la teoría ortodoxa de la computación, concebida como un sistema lógicamente cerrado entre entradas y salidas, para conectarse de forma concreta y no puramente abstracta con una teoría física de la interacción que no es cerrada y que tiene lugar a muchos niveles.
Pues para lograr sus cuestionables fines, los nuevos ingenieros de la inteligencia necesitan primero poder captar la estela de la inteligencia informal en el dominio cuantitativo, y después entender cómo funcionan los interfaces más elementales en la propia naturaleza —siendo el fácil recurso a la “comunicación” o información tan solo el reverso de la pregunta por el “mecanismo” siempre postergada.
Un científico conservador como Planck aún se preguntaba por la razón de que la física fundamental dependiera de principios variacionales que suponen un recurso teleológico. Nadie ha sabido aún responder a esto, pero ya hemos dicho en otra parte cómo toda la mecánica lagrangiana puede reescribirse como un equilibrio entre la variación mínima de energía y la producción máxima de entropía dentro de una dinámica irreversible.
Es mucho más importante averiguar cómo nuestra llamada “mecánica reversible” puede emerger de un fondo irreversible que pretender lo contrario, como hace la física despreciando la evidencia. El día en que veamos a la luz regresar a la llama por el mismo camino, creeremos en su reversibilidad.
Pero el equilibrio citado plantea algo muy diferente de la teleología. La simultaneidad de acción y reacción es el presupuesto metafísico de cualquier mecánica desde Newton, lo que equivale a la tácita suposición de un Sincronizador Global. Antes de esta sincronización, no cabe hablar de ordenamiento en el tiempo en el sentido que ahora le damos.
Por otro lado, si el orden de la llamada mecánica reversible, incluyendo la mecánica estadística, es ya el resultado de un sistema abierto e irreversible, eso significa que todo el desorden aleatorio de un sistema ya está incluido en el orden apreciable —frente a la racionalización dominante que nos dice que átomos y moléculas producen desorden. Todo esto tiene una relevancia inmediata tanto para la idea general de la física como de la biología —pero también para la teoría del control y la de la información, incluida su versión algorítmica.
Es evidente que en inteligencia artificial hay otros grandes problemas, como la semántica; sin embargo, sean los que fueren, no se pueden enlazar debidamente sin un desnudamiento del cálculo y la comprensión de las interfaces físicas como sistemas abiertos —pues está en el orden mismo del desarrollo de los conceptos. Cabe suponer que, detectada la pista del tesoro, empezará una gran carrera por cercar este pequeño sol con sucesivos “cierres operacionales”. Si hasta aquí nos dejamos deslumbrar por las predicciones, acercarnos al foco del intelecto para utilizarlo en nuestro provecho aún nos cegaría más. Y es que sólo pensamos con la inteligencia de otros.
Ahora el rol de la inteligencia solitaria nos parece mínimo en comparación con el de la inteligencia conceptual, sin embargo en otras épocas tuvo que ser muy distinto. ¿Cómo pudieron sobrevivir los primeros homínidos por tanto tiempo con desventajas físicas y un instinto necesariamente debilitado, mucho antes de apropiarse del fuego? Sólo el cielo lo sabe, porque se trata de un enigma aún más impenetrable que el de Prometeo.
La inteligencia segunda es sierva en el mejor de los casos, porque vive de adherirse a ideas y objetos. La inteligencia solitaria no se adhiere ni se separa de nada ni aun en el mayor estado de necesidad, y es así como se hace puerta y punto de entrada.
Si del uso de herramientas se trata, cualquier animal con suficiente inteligencia podría haber evolucionado hasta crear esta civilización; civilización que, con toda su tecnología, no necesita al hombre en absoluto. Lo que sí necesita es succionar y desviar su inteligencia original hacia sus propios fines. Los que ahora abogan por la muerte del hombre para que la naturaleza viva, siguen sirviendo a los intereses más civilizados, los mismos que aferran el control tecnocrático de los recursos.
Sería muy ingenuo pensar que cualquier conjeturado “origen del hombre” es algo relegado al pasado. Provenimos de dos hombres muy diferentes a la vez; pero el uno siempre se hace de ver y el otro queda desapercibido en el trasfondo, como si no supiera extinguirse. Todavía hoy nos contempla.
Alineamiento y etnogénesis
La ciencia ya encontró todo lo que se podía predecir por medios relativamente simples; de ahí en adelante todo es redoblar los esfuerzos con medios cada vez más espurios para rendimientos cada vez menores. Entonces, ¿para qué afanarse como hormigas en sumar cada vez más insignificantes predicciones, si ni siquiera sabemos de dónde vienen las más elementales? El trabajo de la predicción ya está hecho, la verdadera recompensa es aprender a no estar por debajo de ella. Esto solo ya cambia nuestra orientación en el tiempo.
La razón por la que las ciencias progresan es la misma por la que son incapaces de llegar al fondo de nada. Y es que, salvo por malentendidos, ni siquiera lo pretenden, su dinámica propia es aumentar regularmente la masa de conocimientos y el número de disciplinas.
Por otro lado es más que dudoso que el conocimiento pueda llegar al fondo de nada aun con los mejores medios. La cuestión, sin embargo, es que la búsqueda de la rectitud, del equilibrio o nivelación entre predicción y descripción, y entre teoría y práctica, tiende en sí misma a revertir el proceso de proliferación disciplinar y a reconfigurarlo de una forma totalmente distinta e inesperada.
Podemos llamar a esta nuevo tipo de configuración “vertical”, por contraste con la multiplicación y proliferación de saberes a lo largo del tiempo; pero eso no significa que sea necesariamente una estructura jerárquica, no al menos en lo más esencial. Pensamos en un alineamiento espontáneo del conocimiento en torno a nuevas nociones más bien coincidentes del equilibrio y la unidad, ya sea a nivel mecánico, biomecánico, biofísico, termodinámico, electrodinámico, algorítmico, o morfológico. Estaría escondido en la más prohibitiva simplicidad, en lo más sutil de la relación circular entre la ciencia y la técnica, en el vínculo entre los dos modos de la inteligencia, en lo más íntimo del cálculo, de la aplicación del análisis real y el complejo, en la falsa alternativa de un caos clásico y un caos cuántico, o en la función zeta de Riemann.
Lo cual significaría también que ha estado aquí todo el tiempo, y por lo mismo, descubrirlo es mucho menos una cuestión de tiempo que de orientación. Y el hecho de compartir un eje común por descubrir tendría que contribuir a otra clase de relación entre los distintos saberes. Que una aproximación así sea muy minoritaria o marginal no es algo que haya que lamentar.
No hace falta buscar enemigos porque ya hemos sido cercados por el enemigo. Seguramente la búsqueda de este realineamiento del saber más allá del criterio utilitario, que ha de parecer quimérico para la mayoría, tiene que ver con las condiciones de este cerco, aunque eso no deja de ser contingente. Entre acción y reacción, hay algo que ni reacciona ni actúa, pero que se va expresando a medida que las condiciones lo permiten.
Nada menos realista que esperar que los poderosos desistan de violar sistemáticamente la vida, y sin embargo, sería mucho peor si nos resignáramos a ello. Si persisten en lo suyo, y la situación se prolonga el tiempo suficiente, aumentarán exponencialmente las condiciones para la ignición de ese tipo de proceso que Gumilev llamó “etnogénesis”, y que la ciencia dominante considera, cómo no, altamente improbable.
Según Gumilev, una etnogénesis es un proceso inducido por el entorno, en el que un grupo o pueblo cambia profundamente sus normas de comportamiento para encontrar nuevas formas de adaptarse al terreno. El fuego que enciende este proceso es la pasionariedad, en el que las comunidades con más pasión absorben a las que tienen menos. Rasgo distintivo de la pasionariedad es que el impulso hacia una meta puede más que el instinto de autoconservación.
En la etnogénesis según Gumilev, el componente energético o psíquico prevalece sobre el estrictamente racial y biológico, que acaban subordinados al primero. Simondon hubiera hablado de individuación psíquica-colectiva y tecnogénesis, y resulta curioso que los que pugnan permanentemente por modificar el psiquismo de la población crean que la Naturaleza y la conciencia no pueden hacer otro tanto con sus propios medios.
La cuestión sería, más bien, la duración, el alcance, la altura y la profundidad que puede tener un proceso de este tipo, lo que nos devuelve naturalmente a los cambios del entorno, los cambios de conciencia, y el grado de resolución. Sin sospecharlo, el enemigo realiza un trabajo ímprobo por acrecentarlos.
A este respecto sería absurdo especular con lo que pueda suceder en el futuro. Un fenómeno pasionario como la etnogénesis parece en principio lo más opuesto que quepa imaginar a un realineamiento del saber. Sin embargo, ambos procesos comparten algo esencial —su rechazo decidido ante el cerco civilizatorio y su omnímoda agresión.
El término “etnogénesis” evoca lo atávico, pero, una vez más, sería muy ingenuo pensar que ha de venir como los mongoles surcando las estepas a caballo. De lo que se trata es de una “mutación adaptativa” en el interior de un medio, un medio en el que siempre hay que contar con más factores que los de origen humano. Y el «pueblo» del que hablamos también podría ser muy diferente de todos los pueblos hasta ahora conocidos. Lo psíquico está en el centro mismo del principio de instrumentación, y aquí no hemos hablado del advenimiento de nuevas herramientas y máquinas cuyo empleo puede cambiar para siempre la relación que ahora existe entre lo simbólico, lo imaginario y lo real.
El realineamiento del saber-poder del que hablamos, por definición, no quiere tener nada que ver con las prioridades instrumentales de la tecnociencia actual. La inteligencia recibida, creyendo que trabaja para sí, ve el mundo; cuando le devuelve sus dones a la inteligencia solitaria, ve la unidad. Y es de esta unidad de la que en última instancia depende todo, no menos para la acción que para la contemplación. Incluso el odio busca restablecer el equilibrio.