DEL CONTROLADOR INTERNO

«¡Oh Antaryamin! Morador de nuestros corazones, amigo del pobre, protector del desvalido, purificador del caído. Perdona nuestros pecados. Ten misericordia de nosotros. Muéstranos el sendero simple, el camino real para alcanzar la suprema morada de la paz».

Tras la guerra, Norbert Wiener se negó a trabajar con fondos militares o del gobierno y eso le honra, pero hoy cualquier científico se justifica pensando que si él no hace algo otro lo hará en su lugar; la excusa es demasiado fácil aunque tiene mucho de cierta. En todo caso, para compensar de algún modo la degradación general a la que han llegado las ciencias, degradación cuyos extremos el padre de la cibernética apenas podía prever, y el efecto deletéreo que tienen en los más variados órdenes de la existencia, hace falta algo más que privar a este u otro sector de nuestras cada vez más dudosas e intercambiables contribuciones.

Desde el 2020 ya no es posible ignorar que el fraude en las ciencias afecta a todo el sistema y está concienzudamente dirigido desde arriba; porque no hablamos ya del simple control y selección del discurso, sino de la omnímoda falsificación y ocultación de datos, adulteración de explicaciones y prácticas criminales que atentan directamente contra la integridad de la vida y la dignidad humana. El que intenta sobrevivir en este ambiente puede engañarse a sí mismo pensando que semejantes faltas no afectan a su área específica de trabajo, pero aun si eso fuera cierto, su mero silencio cómplice lo degrada. La corrupción no es solo un medio, es un fin en sí misma, el triunfo de quien busca la destrucción de cualquier estándar. La mayoría es incapaz de entender las consecuencias de esta lógica destructiva incluso si las tiene delante de sus ojos.

Y eso que a veces se admite abiertamente que la presente tecnociencia ya no se propone explicar el mundo, ni tan siquiera predecirlo, sino simplemente modificarlo, incluso desentendiéndose a conciencia de cuáles puedan ser los efectos: “crear disrupciones”, para usar su jerga nefanda. Tantos miles de años de experiencia humana acumulada para terminar peor que el niño con el palo en el hormiguero; mucho peor, sin duda, pues el niño aún siente curiosidad por comprobar los efectos que provoca y no se engaña sobre la naturaleza de lo que está haciendo. Lo que tenemos entonces es una actividad perversa y pervertida, y no solo en el trato que dispensa a la vida sino también en el que aplica a su propia racionalidad, así sea en la misma matemática.

No escribimos más sobre el tema porque para algunos de nosotros es demasiado obvio y porque afortunadamente existen autores mucho más dotados para la denuncia, la educación y la polémica en esta detestable arena de la intoxicación mediática. En cualquier caso tenemos una gran deuda con estos guerreros por la verdad ya que el mundo sería mucho más miserable sin ellos. Lo temible no son las máquinas, sino las maquinaciones que se esconden tras ellas; las máquinas proliferan para que las maquinaciones de los malhechores tengan más impunidad.

Desde el knowledge is power estaba escrito que la ciencia tenía que llegar hasta aquí, o al menos así es como nos ha de parecer ahora. Si la cuestión era atreverse, está claro que el hombre se atrevió; ahora bien, de este modo la ciencia no solo ha sido instrumento de una caída dentro de otra caída, sino que ella misma tenía que experimentar su propia caída y degradación con respecto a lo que fue y a lo que siempre puede ser. Intentamos vislumbrar aquello con lo que la ciencia se confronta, pero no aquello de lo que esta ciencia huye, cuando su caída es justamente esa huída. Esa caída se extiende al pasado y el futuro, e inevitablemente afecta a cómo entendemos esos aspectos del tiempo —pues no es sino la caída en el tiempo.

En el Brihadaranyaka Upanishad, Uddalaka Aruni hace una aproximación a la naturaleza del Antaryamin, ese controlador interno cuya misma “interioridad” vela la realidad omnipresente del sí-mismo. ¿Cómo se nos puede ocultar lo que es todo? La misma pregunta ya nos da la respuesta. Aunque por otro lado, ¿cómo podríamos darnos cuenta de lo que no cambia? La famosa respuesta de Uddalaka es que esa realidad no puede verse, sino que nos ve; no puede ser pensada, sino que nos piensa; no puede ser comprendida, sino que nos comprende. La consideración de lo absoluto inmediato no deja espacio para otra conclusión ni para ningún tipo de ciencia o elaboraciones. Pero el Antaryamin es descrito de tres modos diferentes: como absoluto trascendente, como realidad física objetiva, y como subjetividad interna.

Se quiere creer que, en virtud de nuestras nociones de la mecánica, el mundo no necesita ningún controlador interno; ahora bien, el principio tácito de la mecánica de Newton, directamente emanado del tercero, es la sincronización global o simultaneidad de la acción y reacción; sincronización en la que también se encaja toda la física posterior, relatividad y mecánica cuántica incluidas. Cabe preguntarse entonces si este sincronizador global, sin duda un principio metafísico, es en sí mismo un controlador interno, o si más bien impide su correcta apreciación. La cibernética es la evolución de la teoría del control, y es cualquier cosa menos casual que Wiener comience su obra fundamental contraponiendo el tiempo newtoniano y el bergsoniano.

Pero el contraste que presenta Wiener es ya una justificación para que la máquina tome el mando, porque el vitalismo bergsoniano es un hombre de paja que de ningún modo supone una alternativa científica. Wiener es ante todo un matemático y no puede aceptar una definición del tiempo que no sea matemática; lo que no quiso contemplar es que los principios de Newton pueden sustituirse por otros que no requieren ni inercia, ni fuerzas constantes, ni simultaneidad de acción y reacción. Mucho antes de que naciera Wiener, Wilhelm Weber, desarrollando una idea de Gauss, había propuesto una dinámica así que hacía predicciones correctas. La dinámica de Weber se basa en el equilibrio dinámico, las fuerzas variables y un aparente “potencial retardado”, y por tanto lo que describe es un bucle de retroalimentación o feedback incluso en las fuerzas fundamentales. Nunca sabremos lo que Wiener habría pensado al respecto; la cuestión es si a nosotros nos hace pensar algo más.

La dinámica de Weber tiene obvias ventajas sobre la muy posterior teoría de la relatividad, basada en la simultaneidad e infinitamente más publicitada; igual que permite enlazar con la física microscópica con muchos menos problemas. Aunque, vistas las cosas, tal vez estos sean motivos adicionales para mantenerla sepultada en el olvido. Pero lo esencial para nuestro asunto es que la retroacción en Weber es un principio inmanente, mientras que lo que salvaguarda todo lo que entendemos como mecánica es un principio externo y añadido al sistema —un principio enteramente metafísico. Por lo tanto, para responder de una vez por todas a nuestra anterior pregunta, la mal llamada ley del “potencial retardado” de Weber se ajusta perfectamente a la noción de controlador interno, mientras que la mecánica convencional lo excluye porque lo que demanda es por definición una organización externa al sistema.

Por añadidura, si hay que considerar una simultaneidad es precisamente la de los potenciales, que no requieren tiempo de transmisión, mientras que toda interacción consume necesariamente tiempo. No sin gran perplejidad, los físicos empezaron a reparar en esto entrados ya los años cincuenta del siglo pasado, y aún no saben cómo juzgar al respecto; por eso siguen afirmando que los potenciales cuánticos son un caso especial, cuando es obvio que cualquier potencial del tipo que sea corresponde a una posición y es independiente del tiempo. Hoy cualquiera sabe que la fase geométrica de un potencial, usada rutinariamente en teoría del control, opera a todas las escalas; así que si Wiener aún podía encontrar excusas cuando escribió su libro, hoy ya no hay excusa posible. Y sin embargo se sigue obviando el tema por completo.

Como circunstancia atenuante, puede aducirse que la física interroga al mundo con fuerzas y a través de las fuerzas, de modo que la consideración del potencial es necesariamente posterior; la teoría del control solo se hace un eco restringido de esta situación general. Pero, una vez que se ha comprobado que el potencial no es un mero auxiliar de la fuerza, sino que aún es más fundamental, deberíamos tener los hechos en cuenta y reordenar nuestra secuencia de razonamientos. Tenemos la evidencia objetiva, es nuestra subjetividad la que aún no se ha hecho a la idea. También es verdad que pasaron generaciones antes de que los físicos asumieran la idea newtoniana, y aun hoy esto se sigue haciendo del modo más superficial posible: huyendo siempre hacia adelante.

Si hablamos de subjetividad es porque también las tres leyes de la mecánica siguen la deriva ternaria común a todos los signos y se acogen a la tripartición convencional de la temporalidad: la inercia viene del pasado, la fuerza se proyecta en el futuro y la simultaneidad de acción y reacción define un presente fugitivo e infinitesimal sin ningún espesor propio. En cambio, en una dinámica relacional como la de Weber el equilibrio se expresa de manera triple y tanto la cuestión temporal como la de la causalidad quedan cautelarmente en suspenso. Solo el espacio permanece incuestionado, aunque sabemos que la realidad física comprende mucho más que el mero espacio o extensión. Empero, la misma suspensión del tiempo y la causalidad constituye un “espacio interno” en el que el pensamiento puede reordenar el conjunto de sus concepciones.

Por descontado, en las presentes condiciones nadie quiere perder el tiempo con tan inoportunas cuestiones de fundamentos por profundas que sean sus implicaciones, pues no podrían ser más opuestas al corto aliento de la época. Pero de lo que hablamos es de que un principio metafísico en la mecánica ha desalojado a un principio inmanente físico que al menos puede reconocerse claramente en sus efectos. Y las consecuencias de esto son tantas como las que se derivan de haberle dado la espalda a este principio. La ciencia moderna ha procedido de lo simple a lo complejo hasta empantanarse teóricamente en todo tipo de problemas insolubles; y sin embargo hasta el fenómeno más complejo que pueda observarse depende críticamente de eso indivisible que ha sido evacuado. Y la no separabilidad en la física pasa por el potencial, antes que por las fuerzas; ha de haber un camino de retorno de lo complejo a lo simple partiendo de la teoría del potencial aunque aún no ha sido hollado.

Hablar de cibernética o teoría del control es hablar literalmente de teoría del gobierno, y sin embargo no hay prácticamente nada en esta disciplina que trascienda los pormenores técnicos. Y el problema aquí no es el esoterismo ni el secretismo, sino la pura incapacidad para obtener principios o conclusiones generales. Empero, la dinámica de Weber es implícitamente una teoría de la retroacción en la Naturaleza que sin embargo tiene tres principios igual de simples, aunque menos contradictorios, que los de la mecánica de Newton; y en el interior de su contorno aún habría espacio para muchas destilaciones ulteriores.

Las prácticas de gobierno humanas, incluidas la tiranía y la tecnocracia, pasan por el supuesto de que todos quieren controlar en alguna medida un entorno percibido como claramente diferente; la idea del controlador interno, en cambio, se basa en la continuidad entre el agente y el ambiente y niega la separación entre un sujeto y objeto de control. Si existe una teoría y práctica del gobierno que no sean nocivas para nadie, necesariamente han de estar en este camino, y por lo mismo habría que prestar la más exquisita atención a su principio.

Pero no hacen falta sesudos análisis para ver que el tipo de control que pretende la tecnocracia se encuentra en todos los sentidos en oposición diametral a los mecanismos de compensación naturales. Dejando a un lado la evidencia de que, para empezar, nuestra propia idea de la Naturaleza está deliberadamente disociada, en la Naturaleza el ajuste entre agente y ambiente viene a ser inconsútil, mientras que las pseudoélites procuran por todos los medios mantener y aumentar las diferencias cuantitativas y cualitativas con lo que pretenden controlar. La inteligencia natural no puede separarse de su encarnación concreta y sus incontables detalles; la inteligencia artificial busca todo tipo de atajos para hacerse independiente de su contexto material. Y como ya se ha observado, la retroacción en la Naturaleza suele ser negativa porque busca la estabilidad, mientras que el sistema de reproducción del capital busca decididamente el feedback positivo, la amplificación y la desestabilización, para que cada ciclo de producto o salida aumente la entrada o inversión.

Podríamos seguir pero con esto ya es más que suficiente. No es sólo que a los mal llamados gobernantes no les importa lo más mínimo la Naturaleza, sino que tampoco el gobierno les importa: su llamada “gobernanza” consiste literalmente en crear desgobierno y sostenerlo hasta donde los sistemas lo aguanten, y seguir aprovechando el desorden creciente en su beneficio hasta el límite. EL tipo de control que procura internalizar el sujeto moderno se basa igualmente, como no podía ser menos, en la auto-explotación vía retroalimentación positiva, y si “el sistema” no se quema antes es porque la Naturaleza aún puede compensar tanta perturbación. Pero es que para empezar la “hipótesis cibernética”, que seres vivos y máquinas comparten el mismo principio de organización, ya era patentemente falsa hasta para un niño. Evocar los fantasmas del vitalismo es perfecto para distraernos del hecho básico de que una Naturaleza escindida entre la inercia y la fuerza es la coartada perfecta para que siempre haya esclavos y señores. Mientras se acepten sin inmutarse las bases de esta “filosofía natural”, la única que aún tenemos, estamos vendidos.

La física moderna se basa en analogías exactas como los principios de variación, pero a medida que se sedimentan estas analogías unas sobre otras se hacen opacas hasta lo ininteligible. Ya una sola de ellas se hace impenetrable; su concatenación resulta en engendros y quimeras que si aún son funcionales es porque se han construido por ingeniería inversa desde datos conocidos. Si prescindimos en cambio de la contradictoria idea de la inercia, que demanda sistemas cerrados que no estén cerrados, y remitimos consistentemente los otros dos principios a la idea de equilibrio dinámico, nos acercamos por grados a la naturaleza indivisible de la no acción, de la que aún sabemos tan poco. La no uniformidad de la fuerza y el potencial permite explicar satisfactoriamente cosas tan básicas como el perfil de la onda del pulso, y cabe suponer que también del ciclo bilateral de la respiración. Ambos casos son ejemplos sumamente concretos de control espontáneo, a la vez que pueden adoptarse como analogías aparentemente inocuas aunque de muy largo alcance pues permiten adentrarse en un principio cada vez más general. Recordemos que las teorías actuales ni siquiera son capaces de explicar la forma de las elipses en las órbitas de los planetas, por más que se pretenda lo contrario. Tampoco la mecánica de Weber puede hacerlo, pero al menos hace que las fuerzas se ajusten a las formas observables y no al revés, manteniéndose fiel al principio de las proporciones homogéneas. Es mucho más interesante seguir debidamente el nudo corredizo del bucle de realimentación que pretender causas; pues lo primero nos permite movernos con sentido a lo largo de la escala cósmica de la autorregulación.

Si partimos de un medio homogéneo con densidad unidad, que no está ni lleno ni vacío, puede concebirse cualquier manifestación como un simple cambio de densidad en el medio primitivo que ha estar compensado por un cambio opuesto en otra región. El cambio de densidad puede equivaler a un cambio de potencial, así como de escala o de dimensión; como ya hemos visto, estas transiciones también pueden estudiarse, de modo bastante intuitivo, a través de cierta morfología simpléctica. Pero, ¿de qué clase de interioridad se habla cuando se habla de un controlador interno? Ciertamente no se está hablando de que algo esté dentro de los cuerpos materiales, ni tampoco dentro del espacio. En un medio primitivo homogéneo tiene que haber una ambigüedad fundamental entre materia y espacio, espacio y conciencia. Esta ambigüedad no sirve de nada para el intelecto que busca determinaciones, y sin embargo el mismo principio de homogeneidad subyace a las teorías de campos y es más básica que la noción de fuerza. Se trata de un principio con una neutralidad intrínseca, a diferencia de la neutralidad extrínseca o metafísica de la sincronización global tan conveniente para generalizar el dominio de la manipulación mecánica.

Los físicos han afirmado a menudo que el tiempo es meramente subjetivo, pero basándose su ciencia en la medida del movimiento, sus argumentos nunca convencerán a nadie, empezando por ellos mismos. En cambio podemos distinguir un tiempo vacío, reversible y plano —el del ficticio sincronizador global—, que sería el límite más externo que nuestra concepción del tiempo puede alcanzar. En verdad, el sincronizador global no se encuentra en el límite externo del tiempo mensurable, sino más allá de él, lo que lo sitúa fuera del alcance aun de aproximaciones infinitas. En el otro extremo, al fondo, se encontraría un medio homogéneo con densidad unidad donde no hay movimiento ni tiempo posibles. Y en medio tendríamos ese tiempo interno o propio de los sistemas del que el mal llamado “potencial retardado” sería un índice. No puede haber sensación subjetiva de tiempo sin que el movimiento se superponga o se conecte con el fondo homogéneo e intemporal del que necesariamente surge. Tal vez dentro de este medio homogéneo, cualquier movimiento y sensación de tiempo sea algo efímero y tiene algo de ficticio; pero desde luego no hay ficción mayor que la de una sincronización fuera del movimiento cuando de lo que se parte es del movimiento y no del potencial. Por otra parte, conceptos como tiempo, masa, potencial, energía o momento, entre otros, pueden exhibir las más variadas simetrías, pero su significado difícilmente puede revelarse en el marco de ecuaciones superficialmente elegantes que en realidad esconden todo tipo de cantidades heterogéneas y constantes falsas. Además de estos tres niveles, tenemos el tiempo imaginario o mental de la interacción y deriva de los signos, que en gran medida parece independiente del soporte físico y en otro sentido no puede serlo. Este tiempo del pensamiento es el primer plano de la subjetividad que absorbe nuestra atención, pero no su trasfondo. Físicos y matemáticos han desarrollado el campo de la dinámica simbólica, pero olvidamos el rango simbólico de la dinámica cuyo ápice está en los tres principios y su asociación con el triple tiempo. Podemos alinear estos niveles de formas muy diferentes a las ahora prevalentes.

Nuestra ciencia lo que quiere es manipular sin obstáculos, y cualquier sugerencia de que hay una inteligencia activa en la Naturaleza, por más impersonal que sea, ha de verse como un prejuicio a superar. Las leyes de la física, para ser leyes, no pueden ser inherentes a lo natural, sino que han estar por encima de la Naturaleza e imponerse a ella de manera que no haya apelación posible a su estatus. De un solo golpe, el físico cree situarse tanto por encima de la Naturaleza como de los prejuicios del vulgo que aún mantiene una justificada reverencia por ella. Y aunque sea al nivel más puramente intelectual, esto le da una enorme sensación de poderío que sin necesidad de pactos lo hermana con los que detentan el poder mundano desde posiciones de privilegio inatacables. Para su desgracia, además, la ciencia dispone de métodos siempre más sofisticados al servicio de objetivos siempre más groseros, y esa abismal desconexión aumenta exponencialmente su nocividad. Las intenciones de Bacon eran trasparentes, pero desde Newton pocos han calado la máscara de neutralidad y elegancia matemática.

Un filósofo tan remoto como Escoto Erígena, con cuatro distinciones básicas, pudo sostener una visión de la Naturaleza más vasta que la nuestra con todos nuestros mares de información. Habló el irlandés de una naturaleza increada y creadora, de la que nada cierto se puede saber; de la naturaleza creada y creadora de las formas o ideas; de la naturaleza creada y no creadora de la materia, y de la naturaleza increada y no creadora que está de espaldas a todo pero hacia lo que todo tiende. Cuádruple partición que a estas alturas puede resultar tosca, pero que está en perfecto acuerdo con la naturaleza inmutable del Nombre y el carácter inarticulado de su Alfa y su Omega. El cuarto aspecto es la no acción, donde lo visible se desvanece en lo indivisible, centro y destino último de todo.

Si la causa final no es una fuerza, sino una perspectiva, la idea de potencial nos permite entenderla mucho mejor que la de interacción. Raymond Ruyer hizo suyo el concepto de equipotencialidad para explicar la permanente formación de un organismo y su estabilidad, subrayando la diferencia insalvable entre dominios unitarios e interacciones dentro de agregados estadísticos. Una mecánica relacional o ambiental como la de Weber permite salvar esta brecha porque a diferencia de la mecánica convencional asume que no hay sistemas cerrados, es válida tanto para partículas puntuales como extensas y funciona a todas las escalas. La mecánica convencional se basa en leyes de extremos, máximos y mínimos, y el carácter absoluto de la sincronización global no puede evitar singularidades patológicas como los agujeros negros; con los “potenciales retardados” tales procesos están vedados y la misma física parece regirse por equilibrios óptimos en lugar de extremos.

Ruyer exageró su finalismo porque no pudo contemplar la regulación espontánea que opera en la dinámica relacional, en el principio de máxima entropía —hay más orden porque el orden produce más entropía-, o en el equilibrio ergoentrópico entre la máxima producción de entropía y la mínima variación de energía. Sin embargo, su concepción de la conciencia como sensación y supervisión absolutas es mucho más básica que todas las nociones del yo que desde Descartes dominan el ámbito derivado de la percepción, el pensamiento, los cuerpos y las series ordenadas. Su vislumbre de las ideas como regiones equipotenciales virtualmente eternas, que sin embargo se manifestarían de forma efímera en equilibrios con el entorno altamente condicionales, sigue mereciendo consideración. Por supuesto, un medio homogéneo solo puede ser sensación absoluta o pura actividad con respecto a cualquier supuesta alteración en él, pero esta es la forma que tiene de mantenerse inobstruido como coincidencia de lo en-sí y para-sí.

La cuestión es si estos nuevos avatares del concepto de equilibrio y otros sugeridos en escritos anteriores permiten comprender mejor los innumerables dominios que caben entre un medio indiferenciado y sus manifestaciones. Pero si la supervisión absoluta es la contemplación del desequilibrio o el equilibrio dinámico desde la homogeneidad, habría que empezar por buscar la homogeneidad o proporcionalidad en las cantidades que intentan describirlo. No puede dejar de haber sintonía entre principios, medios y fines; pero es que, además, para nosotros, el mismo medio homogéneo es la perspectiva e intérprete últimos.

Muchos podrán pensar que, a lo sumo, el tema aquí planteado es una cuestión de interpretación —pero es bastante más que eso. Para empezar, son los principios mismos de la mecánica los que rechazamos, sabiendo a conciencia que no son ni mucho menos insustituibles, como la mayoría piensa. Y no solo no son insustituibles, sino que son inaceptables por principio y desde el primer principio, la llamada ley de la inercia. Lo que el tercer principio con su sincronización global hace es sellar el primer principio y crear el espejismo de un solo nivel de causalidad. En cualquier caso la interpretación debería volverse hacia el principio de equilibrio que tiene un triple aspecto; pero quien cambia su interpretación y sus principios, también cambia sus métodos y selecciones, y en suma, la entera orientación de su pensamiento y de lo que se propone con él. Lo que pretende la ciencia actual ya no puede estar más claro, el desafío está en averiguar las implicaciones del principio de inmanencia. Y es solo normal que el científico promedio se quede aquí como una vaca mirando una puerta nueva.

Hacer del Principio la meta, más allá de los principios con que se dota el pensamiento, ya es un cambio fundamental. Encontrar algo que no esté muerto en el núcleo mismo de esta ciencia de muerte y adherirse a ello, ya es todo un triunfo, y cada paso significativo que se de en la misma dirección será otro triunfo más. Lo opuesto a esta ciencia de muerte no es el vitalismo; pues el equilibrio dinámico está más allá de la vida y de la muerte —o más bien, de nuestras ideas de lo vivo y de lo muerto, si es que la Vida, en el sentido más amplio, no tiene opuestos ni límites. Nacimiento y muerte sí pueden contraponerse, y en el equilibrio que cabe entre ellos también es posible una regeneración de la ciencia, y una ciencia de la regeneración cuyo origen es intemporal pero aún conocerá nuevos ropajes.