LA LEY DEL 80/20 Y EL CÓDIGO SIÓN/BABILONIA

Todos han oído hablar de la ley de potencias o regla de Pareto del 80/20 que gobierna la distribución de la riqueza en el mundo: una quinta parte de la población tiene cuatro quintos de los bienes, pero a su vez la quinta parte de esa quinta parte posee 4/5 de los 4/5 (un 64% es del 4%), y así sucesivamente.

Todos han oído hablar de ello, y casi todos lo olvidan rápidamente, entre otras cosas, porque la mayor parte de los falsos problemas con que los medios dominantes tratan de jodernos la mente hasta el fondo, desde el cambio climático o el coronavirus hasta el trasgenderismo y la teoría crítica de la raza, se recalientan todas las mañanas para que nos olvidemos de este hecho y no le prestemos la suficiente atención.

Así que no nos queda más remedio que metérnoslo entre ceja y ceja y no mover nuestro punto de mira hasta que comprendamos cabalmente lo que esta distribución significa. Y aunque aquí no voy a desentrañar completamente la cuestión, ni mucho menos, ya habré cumplido con llamar debidamente la atención de los espíritus más independientes.

Hace más de un año un amable lector me comentaba que, más perturbador que las sucesivas potencias de la ley de Pareto en la distribución de los ingresos, le parecía el proceso de informatización/digitalización del ser como “proyecto de control y dominio consumados”. Supongo que mucha gente comparte esta misma opinión, aparentemente justificada, que sin embargo revela una comprensión demasiado superficial de lo que esta ley de distribución implica.

Y lo que esta ley implica es mucho más que la manida y para muchos escandalosa desigualdad de la riqueza, con tanta frecuencia resumida en la frase “tres fortunas poseen tanto como la mitad más pobre del planeta” —la mayoría dice 60 o 62 en lugar de 3 ó 4, pero si se comprende bien el espíritu de la ley uno sabe que lo segundo es mucho más real. Porque si realmente asistimos a algo que se parece tanto a un proyecto de control consumado, y que ahora algunos llaman “convergencia biodigital”, es precisamente debido al hecho de que esta descomunal acumulación no es algo amorfo, sino altamente estructurado e integrado en el tejido social y las instancias del poder. Hay un acelerado proyecto de dominio porque ya hay una situación de dominio abrumador que a la vez supone un enorme desequilibrio, no al contrario. Esta doble circunstancia tiene una forma matemática reflejada en la sociedad y es precisamente la de esta distribución.

Volvemos una y otra vez sobre este punto de buena gana y con la mejor de las razones: si los economistas y los sociólogos ignoran sistemáticamente el rasgo más llamativo de nuestra no-economía y nuestra no-sociedad, o lo tratan con una ligereza indigna incluso de animadores culturales, podemos estar seguros de que aún es más importante de lo que parece. Su silencio es doblemente informativo, y mi orden de prioridades no depende de lo que ellos consideren importante, sino más bien todo lo contrario.

Para no repetirme demasiado, me remito a lo escrito sobre esta distribución aquí, aquí, y en otros muchos artículos. Todos sabemos intuitivamente que una pirámide de riqueza invertida es potencialmente más inestable a medida que aumenta la pendiente de desigualdad; sin embargo los gráficos e ilustraciones de esta pirámide invertida, que facilitan los mismos bancos, esconden mucho más de lo que revelan.

El gráfico de arriba, por ejemplo, no dice absolutamente nada sobre las dinámicas subyacentes, y uno podría pensar que la riqueza tiene una tendencia natural a subir hacia arriba, mientras que los grandes beneficiarios en la cumbre, mágicamente aislados, nada quieren tener que ver con los de abajo. Hay en esto dos medias verdades que sirven para tapar las verdaderas enteras.

La ley o regla del 80/20 tiene una estructura autosimilar o fractal, como la que existe por ejemplo en los vasos sanguíneos de nuestro cuerpo: es por tanto una estructura que responde a una función optimizada y con un alto grado de organización. No hace falta rascarse la cabeza para adivinar qué tipo de “flujo” es el que aquí se está optimizando, pues en efecto, estamos hablando de una gran bomba de succión que llega hasta lo capilar en el detalle. Sólo el dinero, y en particular el dinero-deuda, pueden alcanzar en nuestra sociedad tamaño grado simultáneo de concentración y diversificación.

La distribución de Pareto tiene mucho más que ver con una jerarquía fractal como la de abajo, aunque las que aquí mostramos son mucho más simples y sin la debida proporción; por no hablar de que la mera estructura nada nos dice sobre la evolución temporal.

Ya hemos dicho en otras ocasiones que esta pirámide invertida es ante todo una gran jerarquía, un filtro altamente selectivo en ambos sentidos, hacia arriba y hacia abajo, que determina, posiciones, prioridades, favores, y obediencias. Se nos dice que vivimos en un “mundo líquido” y horizontal pero apenas se habla de los conductos que usan la fachada de “los mercados” en beneficio del Gran Sifón, la iniciativa hidráulica vertical que funciona literalmente a todas las escalas.

Es esta “realidad paralela”, que tan evidente sería en otras circunstancias, la que explica la muy gradual transición de las ficciones del libre mercado al tecnofeudalismo realmente existente. Lo que al poco avisado le resulta un fenómeno nuevo se ha estado fraguando sostenidamente desde hace siglos. Esta lenta fragua ha sido hasta ahora la garantía de su estabilidad, igual que puede serlo de su colapso pasado ya el umbral del no retorno.

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El principio de Pareto permanece como un mero hecho constatado por la observación, colgado como un cuadro en el aire, sin ninguna razón aparente que lo justifique. Ante la mirada curiosa del naturalista, esto multiplica su interés. Porque este principio o ley, según se mire, no sólo gobierna la distribución de los ingresos o la riqueza, sino de una lista casi innumerable de actividades humanas y procesos naturales por igual, desde el tamaño de las ciudades o las corporaciones, a los terremotos, los granos de arena y las estrellas.

Hay dos cosas notables en este principio: por un lado, que no tenga explicación, por otro, que se presente tanto en los productos de la Naturaleza y la Cultura, que creemos separados por una brecha insalvable.

Pero el número de veces que se reitera la ley de potencias, la pendiente y el espectro de desigualdad, depende enormemente del contexto, o como dicen los analistas, de las constantes, variables y parámetros del “sistema”. Algunos han querido esgrimir el principio de Pareto como prueba irrefutable de que la desigualdad humana es sólo un reflejo de la desigualdad y diversidad natural, y hasta cierto punto, eso puede ser cierto. ¿Pero hasta qué punto?

La desigualdad en cómo están repartidos los dones y talentos es innegable, y sólo los más mediocres podrían soñar con la igualación universal. Sin embargo, está claro que la distribución de la riqueza es incomparablemente más desigual que la de los talentos, porque nadie es mil millones de veces más listo o más fuerte o más rápido que los más impedidos, y muy a menudo se comprueba que los que más tienen a duras penas alcanzan el promedio. ¿Entonces?

El tamaño de los seres humanos tiene una distribución normal o en forma de campana, porque hay límites obvios a lo que uno puede engordar. Pero es característico de la ley de potencias el que pueda presentarse a todas las escalas, porque no hay límites apreciables para su crecimiento.

Sin embargo sí hay límites para lo que pueden crecer las fortunas, y ya se acercan peligrosamente a ellos. Hay límites tanto por el tamaño del mundo como por el hecho de que la monetización es relativa: si tienes todo, no tienes a nadie a quien venderlo, y por lo tanto tus propiedades no tienen precio, aunque tengan todo el valor.

Por otra parte, la regla del 80/20 no es la del 70/20 ni la del 80/10, y dice tanto que el 20 por cien tiene el 80, como que el 80 tiene el 20 por cien; es decir, al menos idealmente, una curiosa asimetría en la reciprocidad y una redonda reciprocidad en la asimetría, para que todos queden contentos. Se parte del todo y la cuestión es cuántas veces se repite la broma y cómo se acumula el saldo.

Parece obvio que la “libertad de escala” que el capital ha tenido para crecer, la condición para su permanente acumulación, es, antes incluso que la herencia, la apropiación de los mecanismos de creación del dinero y el crédito —pues también es obvio que la pirámide invertida de la riqueza tiene como contrapunto la montaña de deuda acumulada por nuestras economías.

Las escuelas de negocios americanas se desviven por darnos una idea diferente de la ley de potencias. Nassim Taleb asegura e incluso demuestra que es lo que cabe esperar de sistemas altamente “dinámicos”; por ejemplo, la mayor parte de las empresas de la lista de Fortune 500 no son las mismas que hace unas décadas. Por lo tanto, la ley nos da “ganadores a lo grande”, pero estos grandes ganadores cambian con el tiempo, como debe ser en sociedades donde prima la igualdad de oportunidades.

Cabe verlo de otra forma. Hacia 1835, una sola familia de banqueros controlaba la deuda pública y las finanzas de las principales potencias europeas, del Banco de Inglaterra para abajo. Esa familia se hizo con los resortes de los bancos nacionales, y por otro lado, no se sabe que dilapidara ni dividiera de cualquier manera su herencia, ni fuera objeto de expropiaciones ni exacciones.

Así que es sumamente improbable que esta fortuna menguara sostenidamente con el tiempo, mientras que sí es altamente probable que hiciera lo contrario, especialmente si se tiene en cuenta que no tenía ninguna necesidad de apuestas arriesgadas, y que el nombre del juego no es “innovación”, sino el aprovechamiento más frío e implacable de cualquier ventaja conseguida.

Por otra parte es trivialmente cierto que en un mundo en perpetua “destrucción creativa” siempre están surgiendo nuevas oportunidades, y que el que las explota consiguiendo el suficiente respaldo financiero puede crecer mucho más rápido. Entonces, los grandes excedentes financieros siempre están buscando nuevas posibilidades de inversión para diversificar y minimizar riesgos mientras salen discretamente de escena a la vez que procuran respaldar situaciones de monopolio u oligopolio porque son las más rentables. Esta “sinergia” permite explicar mucho más fácilmente el irresistible ascenso de imperios corporativos como el de la Standard Oil en el XIX o Amazon en el XXI.

Expertos en “ingeniería del riesgo” como Taleb tendrían que saberlo mejor. El casino bursátil es casi todo fachada, y las grandes compañías, especialmente desde que cuentan con el apoyo directo del banco central, son otros tantos artefactos de succión intensiva de fondos para hacer más ricos a los de dentro a expensas de los incautos de fuera; en estas condiciones es normal que los nombres de las compañías cambien, pues no están hechas para durar. Pero con las fortunas personales las cosas son muy distintas.

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Las estadísticas revelan una y otra vez que la mitad de las grandes fortunas de Estados Unidos, Europa o Rusia pertenecen a individuos de origen judío, un hecho realmente notable teniendo en cuenta que vienen a ser en torno a un 3 por ciento de la población. Si la ley del 80/20 y sus sucesivas potencias nos brinda la radiografía más reveladora del estado de cosas en la sociedad, esta oficiosa “ley del 50/50 por ciento” nos da una radiografía de la radiografía, una penetración adicional en la complexión de eso que, de forma tan convenientemente anónima, se ha llamado siempre “el capital”.

Estructuralmente, no tiene importancia que los titulares de esas fortunas sean judíos o no; pero históricamente sí. Especialmente, si se tiene en cuenta que la mayor parte de ellos, judíos o no, se alinean con la causa del sionismo o procuran obstaculizarla lo menos posible. El discípulo siempre sigue al maestro, dice el adagio, y lo que se mueve a lo que no se mueve. La ley del 50/50 refleja la fisiología interna de este engendro, y el delicado equilibrio entre la violencia y el engaño que le ha permitido imponer sus reglas. Lo que parece un resultado es por el contrario la causa.

La ley de potencias no es relevante para nuestra sociedad porque 3 tengan tanto como 3.500 millones. Después de todo, en el esquema general los desposeídos no cuentan prácticamente para nada, mientras que la punta de la pirámide cuenta tanto más cuanto menos se deja ver. Lo decisivo no es la relación de la cima con la mitad inferior, sino con la mitad superior, y más a medida que se sube en el escalafón. La clave de arco cuenta con la mayor parte del excedente de poder de compra, que no puede ser de los que están en deuda sino de los acreedores.

En cambio, los testaferros que aparecen continuamente en los medios y cuyos nombres todos conocemos sin duda están entre los que deben favores, y dar la cara por otros es parte del precio que deben pagar. La mera estructura recursiva de la deuda, que opera a todos los niveles y escalas, hace la conclusión forzosa; tanto como la mera lógica histórica en el desarrollo del capital. Cleptócratas pueden ser todos, pero entre la oligarquía famosa y la criptarquía plutárquica hay algo más que diferencias cuantitativas.

¿Por qué la causa de Sión sirve de aglutinante entre los más ricos de los judíos y los goyim? Porque el Antiguo Testamento provee de la más vieja y acrisolada narrativa supremacista y puede justificarlo todo en nombre de la Misión. Y dado que el sionismo se gestó en la Inglaterra puritana, hablar de Anglosionismo es cualquier cosa menos una extravagancia.

Esta minoría o “élite”, por aquello de creerse elegidos, no puede verse a sí misma como una cleptocracia, sino como la verdadera creadora de la riqueza. Para ellos, la ley del 80/20 es la de “los pocos indispensables y los muchos triviales” (o prescindibles), pero siempre hay unos más indispensables que otros.

El modo en que se mide la riqueza lleva a pensar que “crea más riqueza” el que tiene más talento para explotar. Pero para explotar más y mejor hay que encargarse, antes incluso de extraer plusvalías, de que quien se emplea tenga que trabajar para su subsistencia muchas veces más de lo que hubiera hecho en otras condiciones. Deben combinarse los beneficios de la división del trabajo, gran reclamo de la sociedad, con un encarecimiento del nivel de vida que sea aprovechable desde unas estructuras de succión. El dinero y su sistema de creación y distribución cumple los requisitos para desempeñar este doble papel, pues el dinero es dual por naturaleza.

80 partido por 20 da 4; 20 partido por 80 da un cuarto (1/4), con lo que tenemos una diferencia de 16. Esta diferencia estaría bastante cercana a la que puede haber entre el valor real del trabajo y los salarios percibidos: en otro lugar dijimos que dicha diferencia debería estar en “algún lugar intermedio” entre 1 y 100, probablemente cercano a un factor de 10. La enorme, y para muchos increíble diferencia, sólo puede crearse con la manipulación a máxima escala del dinero, el crédito y los precios, y por la deuda agregada e invisible presente a todos los niveles. Esto a su vez facilita el fraude y el saqueo a gran escala, que conducen a un mayor endeudamiento. La plusvalía siempre fue una cuestión menor.

Si las proporciones de la succión y la desigualdad extrema de la pirámide de la riqueza ya son un escándalo, igual de malo o peor es la dosis masiva de cizaña e intoxicación colectiva que requiere para su justificación o incluso para su mera subsistencia. Semejante desequilibrio y desigualdad numérica sólo puede compensarse con el debilitamiento extremo de la población que reduzca al mínimo su capacidad de reacción —y con una organización de los pocos sólo comparable con la desorganización de los muchos.

El código Sión/Babilonia no es otro que el viejo “divide e impera”, pero con un acento propio y un instinto infalible para corromper y envenenarlo todo, transfiriendo a otros el propio sentido de la culpa. En otro tiempo el virus se transmitió con la religión y hoy han tomado el relevo un sesgo muy definido sobre todo tipo de cuestiones sociales. Sión es la fortaleza del espíritu y el artificio que tanto más se eleva cuanto más se hunde el resto en la disolución y en la anomia: de nuevo la oposición entre lo vertical y lo horizontal, entre el aparato de extracción y el depósito de circulante.

Por descontado que esta variante del “espíritu”, ocupado permanentemente en convertir todo lo que no es él mismo en objeto y en materia, no es sino la inversión más cumplida de lo que en otras culturas se ha entendido como tal: la antítesis de cualquier elevación. Sin embargo esta bajeza tiende a proyectarse en “Babilonia”: se siembra el fermento del caos y luego sus efectos se atribuyen a la confusión del “estado natural”.

El “divide y gobierna”, la Operación Caos y el empujarlo todo hacia la disyuntiva orden/desorden de tal forma que “la élite” se presente como polo de salvación son sólo distintas palabras para lo mismo.

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El código Sión/Babilonia desemboca inevitablemente en un síndrome, en el que una minoría muy reducida justifica cualquier medio con tal de mantener su posición crecientemente amenazada —aunque sin duda más por sus propios actos e iniciativa que por cualquier otra cosa.

Nada sería más incruento, para desactivar esta situación, que identificar a las contadas personas que constituyen la cúpula. El mero hecho de terminar con su anonimato cambiaría de modo decisivo la relación de fuerzas. Por el contrario, todos los intentos de excitar las bajas pasiones, de buscar chivos expiatorios y el derramamiento de sangre en nombre de la “revolución” apestan a subversión organizada por los más poderosos para aplacar la ira del populacho y desviar la atención de los verdaderos responsables. Ya lo hemos visto demasiadas veces, y no hay más que ver quiénes manejan “el activismo” en los países occidentales y en los Estados Unidos en particular, para saber qué puede esperarse de ellos. En cambio, si apenas se sabe nada de la oposición a las medidas de confinamiento, a las campañas masivas de pseudo vacunación, o la demencial, descerebrada y repugnante ingeniería genética es porque nada de esto está patrocinado.

La guerra a gran escala contra la Naturaleza que se ha emprendido desde arriba coincide absolutamente con la guerra contra nuestra propia naturaleza; ya operaba a todos los niveles y ahora se está cumpliendo de la forma más concreta y literal con la manipulación genética. Cualquier naturaleza es “Babilonia” para los que pretenden darle forma y reglas.

Es preciso saber el nombre y apellidos de los que están más arriba, porque después de todo, aunque la responsabilidad se distribuya muy orgánicamente entre el 1 por ciento que decide o el 10 por ciento que sirve para administrar el Sifón, la estructura de esta Organización apunta con claridad meridiana hacia arriba. Y es imprescindible porque el mismo anonimato necesario para la impunidad del capital es el punto más frágil de este empinado castillo de naipes. Si todo se ha ido pudriendo desde la cabeza hacia abajo, si la iniciativa de esta guerra ha partido de la cúpula, sólo cabe proceder con total frialdad y precisión quirúrgica. Habría que ver el efecto dominó de esta pirámide invertida y apalancada hasta el extremo si caen las fichas más altas.

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En el modelo o simulación que hacía Bruce Bogoshian sobre la cinética de la riqueza conforme a la ley de Pareto, el sistema tendía a una singularidad en la que todo acababa en manos de un solo propietario mientras el resto de la población terminaba completamente desposeído. Pero creo muy poco en la pertinencia de las singularidades matemáticas para el mundo real; la realidad es más “retorcida e interesante”, y a lo que asistimos es, en virtud de los mecanismos de deuda que ni siquiera se mencionan en su estudio, a una transmutación de la riqueza en influencia y sujeción de arriba hacia abajo. El efecto del Gran Sifón es mucho más profundo y desnaturalizador que el que resultaría de dejarnos a todos sin nada.

En verdad, la combinación de la Cifra y el Verbo, de la pauta matemática de la regla 80/20 con su evolución temporal en “condiciones próximas al mundo real”, lo tiene todo para desarrollar el más absorbente de los juegos de estrategia: idea que propongo desde ya, y que espero que se extienda como la pólvora y sirva para adquirir conciencia de nuestra situación y verdadero problema en lugar de distraernos con los pseudoproblemas promovidos expresamente para alejarnos de la cuestión. ¿Instruir deleitando? Yo creo que es más bien aprender con el asco, porque aún hay que sentir mucho más asco por lo que está pasando antes de poder obrar en consecuencia. Este juego y su metajuego ayudarán; al menos hablaremos de ello.

Desarrolladores de juegos, tomad nota. Tenéis aquí todo un mundo de posibilidades para emular la sordidez existente logrando al mismo tiempo de una perspectiva incomparable que no dará ninguna escuela de negocios. ¿Habéis pensado alguna vez en cuántas veces se itera el 80/20 desde lo más bajo hasta lo alto? Dejo al lector el fácil cálculo, que le servirá para saber en qué lugar está dentro de la jerarquía, cuántos “escalones” tiene por debajo o por encima, cuáles son sus perspectivas de trepar o hundirse, etcétera.

Sabido es que la regla de Pareto es de naturaleza continua y no tiene otros “escalones” que sus sucesivas potencias; sin embargo las fortunas son concretas y de naturaleza discreta, como cualquier número de individuos. De esta circunstancia se deriva toda una cascada de posibilidades para el juego, que los desarrolladores sabrán usar con sagacidad.

Por supuesto puede haber muchas variantes, modalidades y niveles en el juego del 80/20 y su “Código Sión/Babilonia”, unas más centradas en la averiguación histórica de hechos e identidades, otras en las tácticas sistemáticas de división, diversión y desinformación (3D), otras en el Asalto a la Fortaleza, otras en los métodos de contra-organización frente a la Organización, otras en los mecanismos de creación del dinero-deuda y sus alternativas… todas pueden ser extraordinariamente instructivas, y el denominador común es la estructura iterada del 80/20 y la exploración exhaustiva de sus implicaciones en todos los órdenes. Y es que esta estructura es literalmente la quintaesencia del sistema.

En previsión del éxito arrollador que preveo para este “entretenimiento educativo”, hay que contar desde ahora con los sucedáneos, las versiones sesgadas y las más descaradas adulteraciones. Los bancos, las agencias de inteligencia y hasta el Pentágono ya tienen montones de desarrolladores a su servicio, y pronto veremos “versiones mejoradas” que nos lleven a pensar que la desigualdad extrema nos protege del desorden, o que ésta se debe al patriarcado y a la insuficiente vacunación, o que el sufrimiento de los judíos es tan incomparable como la posición de privilegio que detentan.

Tampoco parece muy recomendable jugar a este juego en línea por el alto grado de infiltración y vigilancia a que estaría sometido; es mil veces preferible compartir el mismo espacio y evitar intrusos indeseados. Además, su dialéctica no sólo nos enseña cuestiones de cálculo, sino también y muy especialmente sobre las personas y el instinto que en ellos predomina: el del arribista y el explotador nato, o el del que tiende a nadar contracorriente. Entre ambos se sitúa la mayoría, que sólo busca adaptarse ahorrándose en lo posible esfuerzos innecesarios.

Autoconciencia es el nombre del juego; autoconciencia social, naturalmente, porque la otra, mucho más amplia y descuidada, no sabe de cálculos ni estructuras. Pero desde el punto de vista estructural, el nombre del juego es asimetría. Los opresores aprovechan la asimetría con una lógica hidráulica, aplastante; los que quieren el cambio tienen que valerse de su movilidad para la lucha asimétrica y aprovechar hasta el fondo la profunda incapacidad para el cambio real del orden establecido, cuyo aluvión de “innovaciones” termina fluyendo siempre en la misma dirección.

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La escenificación de la pandemia ha servido para demostrarnos hasta qué punto eso que llamamos “Ciencia” es arma masiva y muralla defensiva para el poder. Incluso los que ya sabíamos hace décadas qué puede esperarse de la Gran Ciencia o de los medios en estos tiempos que vivimos, seguimos sin poder dar crédito a los niveles de propaganda y supresión que se han alcanzado en los dos últimos años.

Las ciencias hoy son meras prostitutas al servicio de muy exclusivos intereses, y esto no sólo pasa en la medicina y la biología, la economía o la sociología. Es absolutamente general, y afecta de lleno incluso a las mismas matemáticas, que en principio no deberían depender de recursos para proseguir sus investigaciones.

Buen ejemplo de ello es la misma ley de Pareto o de potencias. El lector poco informado puede creer que esta distribución no deja de ser algo episódico, otra más de las incontables curiosidades de la matemática. Pero, lejos de ser algo episódico, este principio es una de las máximas estrellas del análisis masivo de datos o Big Data intensivamente filtrado por los gigantes tecnológicos y las grandes agencias gubernamentales. Está por todas partes, desde las clasificaciones de Google al tráfico de datos, la logística, la gestión y administración, el marketing, deudas, impagos, etcétera, etcétera —porque, efectivamente, es clave en la eficiencia de la explotación de recursos.

Incluso dejando a un lado por un momento su papel maestro en la fisiología del llamado cuerpo social, aún sigue teniendo toda suerte de aplicaciones cruciales en detalle para la estadística y la selección de datos, clientes y problemas. Y sin embargo los artículos científicos disponibles sobre el tema en internet no son ni muy numerosos, ni muy profundos, ni muy reveladores.

La impresión inevitable es que, como en muchas otras disciplinas, estamos ante una “materia reservada” o sensible en la que cada institución o corporación se guarda lo mejor que puede sus averiguaciones. Si los datos masivos son “el nuevo oro negro”, las formas de extraerlos y refinarlos aún han de estar más celosamente vigiladas.

El interés particular, una vez más, prevalece sobre la aspiración general al conocimiento; ese viejo ideal de la ciencia que hoy más que nunca parece una quimera. Y sin embargo también aquí tenemos una gran oportunidad, en el sentido más contrario al oportunismo que quepa imaginar.

Efectivamente, deberíamos crear alguna suerte de plataforma abierta para la discusión de la naturaleza matemática de esta distribución y sus restricciones en del tiempo y las variables físicas o de cualquier otro tipo. No se requieren premios ni dotaciones económicas, porque habrá gente con motivación de sobra para hacer contribuciones, sea con sus nombres o con seudónimos. El problema puede parecer demasiado especioso y falto de concreción, pero existen unas pocas líneas maestras que no deben perderse de vista.

Esta discusión debería estar tan alejada como sea posible de las instituciones y sus secuaces. De paso hay que decir no se necesitan las grandes masas de datos y de computación de agencias y corporaciones para conseguir nuevas revelaciones sobre el tema, sino una visión independiente de los fundamentos de las cosas, que ellos nunca tendrán jamás; lo que nos brindará otra oportunidad de demostrar la insignificancia de sus medios y la inoperancia de sus criterios.

Por otro lado, muchos matemáticos tendrán la mejor oportunidad de desquitarse por tener que emplear su talento en trabajos indignos, estériles y no sólo sin sentido sino radicalmente opuestos a cualquier ideal.

La distribución de ley de potencias parece en principio un asunto trivial pero tiene en realidad un valor trascendental para la civilización y la cultura, puesto que no sólo plantea la cuestión de la continuidad entre Sociedad y Naturaleza, sino también cómo y en qué medida se produce el alejamiento, amplificando y llevando ciertas desigualdades hasta el límite.

O hasta qué punto y grado las jerarquías, aspecto inherente la civilización, son inevitables, necesarias, o procesos patológicos y degenerados. También ha tener relaciones profundas con la dinámica de poblaciones, la estabilidad general, y muchos otros ámbitos que nos conciernen a todos y que no deberían ser objeto de secretismo sino estar expuestos a la más franca discusión en el dominio público.

En la ciencia actual no existe ninguna conexión sólida entre naturaleza y sociedad. El darwinismo y el neodarwinismo deben su éxito precisamente a ser una mera narrativa a caballo entre lo natural y la social, pero el hecho de no tener la menor signatura matemática evidencia su escasa o nula entidad para el conocimiento: la selección natural siempre ha servido para todo y para nada. Aquí en cambio tenemos una estructura matemática aún por explicar y que es crucial en la la ecología de poblaciones.

Por lo demás, las llamadas élites nunca han creído realmente ni en el darwinismo ni en la competencia, ideologías expresamente creadas para las masas. Pensaron siempre en términos de explotación de nichos y ecosistemas, y el marketing moderno o la minería de datos son sólo una puesta al día de dicha mentalidad: este es el hilo que conecta al feudalismo medieval con la sociedad postindustrial y el neofeudalismo digital.

La expresión “el pez grande se come al chico” tiene sentidos muy diferentes según el eje de coordenadas en que nos movamos. La ecología horizontal de nuevo cuño nos hace un flaco favor si ignora la ecología vertical del elitismo que había llegado mucho antes y había demarcado territorios. Código Sión/Babilonia en acción: el eje vertical administra los recursos y crea escasez artificial, mientras que en el horizontal se pelean por ellos.

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La forma discreta, y por lo tanto más concreta, de la distribución de Pareto es la ley de Zipf o distribución zeta truncada, tan usada en el tráfico de datos. Se ha dicho que si se resolviera la hipótesis de Riemann sobre la función zeta se podrían romper todos las claves de criptografía y ciberseguridad, lo que no deja de ser pura especulación, pues nadie ha precisado cómo eso podría conducir a métodos de factorización más rápidos. Sin embargo, tal vez sí se pueda usar la ley de Zipf para rastrear los movimientos financieros, desde los flujos anónimos de los mercados y fondos, hasta las fortunas de origen —incluso con las indescriptibles tramas financieras, el capital sigue necesitando transacciones para apreciarse, y ese movimiento lo delata.

Por supuesto, las grandes corporaciones y los propios estados harán cuanto puedan por obstaculizar el acceso a los datos, siendo siempre cómplices de los más poderosos por pasiva y por activa. Son los mismos que quieren tener absoluto control de cada uno de nuestros movimientos y están a uno o dos pasos de conseguirlo. Nunca se debería aceptar un dinero digital con semejantes niveles de asimetría incorporados.

Para ser tratada en profundidad, la distribución 80/20 debe conectarse de la forma más natural posible con el dominio del tiempo. Esto nos conduciría a hablar no sólo del dominio de frecuencias y el ruido 1/f, sino también de consideraciones fundamentales sobre el cálculo y la entropía que están fuera del propósito de este artículo, pero que tienen gran potencial para cambiar nuestra idea de la Naturaleza, y aun de la información.

Por ejemplo, aquí y allí se ha asociado esta regla con el principio de máxima entropía, lo cual es plausible pero demasiado vago y general. Si incluso con la energía es imposible determinar unívocamente las causas, mucho menos podrá hacerse con la entropía. Además, sigue persistiendo la idea vulgar, originada en Boltzmann, de que entropía es igual a desorden, cuando es el orden el que produce más entropía, lo que está de acuerdo con el citado principio.

Hemos recordado en otras ocasiones, citando a Eric Chaisson, que la tasa de densidad de energía es una métrica de la complejidad mucho más inequívoca que la entropía y puede aplicarse a la evolución temporal de todo tipo de sistemas con una gran amplitud de escalas, desde los seres vivos a las estrellas. También indicábamos que el bucle creado entre el flujo de densidad de energía, mínima acción y tamaño máximo genera leyes de potencias; pueden hacerse simulaciones de este bucle con una simple CPU.

Cabe argumentar que la regla de Pareto no tiene una causa definida, que “ocurre porque sí”. El dinero llama al dinero, del mismo modo que las masas de las moléculas de hidrógeno atraen a otras moléculas hasta formar estrellas. Sólo que, para empezar, las moléculas de hidrógeno no pueden aglutinarse para hacer una estrella sin condiciones adicionales; y en cuanto al dinero, no hay “dinero en sí”, sino que éste ya es puro dispositivo, pura organización. Una cosa es que no se puedan determinar unívocamente las causas de una distribución estadística, con lo cual estoy de acuerdo, y otra muy diferente que no se pueda avanzar mucho en su comprensión.

La matemática aplicada aún es muy joven, pero eso no significa que todo tenga que hacerse siempre más complicado e ininteligible. Al contrario, sólo hay avances reales si las cosas se hacen más simples —pero no es ese el camino actual del big data y sus expertos, que amparados en tecnicismos siempre crecientes y dependiendo de intereses particulares tienden, como todo lo demás, a una opacidad exponencial. Estas son sólo algunas de las razones de la presente torre de Babel de las ciencias.

En la nueva ciencia del tratamiento de datos, otra palabra para las estadísticas masivas, “la correlación reemplaza a la causación”. Pero la estadística y la probabilidad han evolucionado con el cálculo. En distribuciones como la de Pareto, se intuye la importancia que el grado tiene en la Naturaleza, pero en las leyes fundamentales de la física los grados no tienen entidad propia. Este es un enorme agujero que sólo puede cubrirse satisfactoriamente con formas alternativas de cálculo que den otro sentido a la relación entre lo continuo y lo discreto en el cambio o movimiento, algo de lo que ya hemos hablado en numerosas ocasiones. Aunque cualquier acercamiento al cálculo tiene sus ventajas e inconvenientes, ni el análisis estándar ni el no estándar están hechos para abordar este problema, no digamos clarificarlo.

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Para Lao-tse, gobernar una gran nación no difiere de freír un pequeño pescado; seguramente estaba aludiendo aquí a la importancia de la gradualidad en las medidas, aún secundaria con respecto a la Virtud, que consiste en interferir lo menos posible. Para Heráclito todo es hijo del conflicto, pero la tensión es el mismo principio de equilibrio dinámico visto desde el otro lado.

La misma creciente ineficiencia de la Gran Ciencia, sus rendimientos siempre decrecientes, pueden evaluarse con la regla de Pareto y sus potencias sucesivas; aunque está claro que, desde el otro punto de vista, los que tienden a optimizar los grandes proyectos es la extracción de fondos. Si algo se puede hacer con mil millones, sería de tontos hacerlo con diez, y además lo que no mueve dinero ni siquiera cuenta. La cuestión, sin embargo, no es que haya rendimientos decrecientes, sino que la objetividad y el debate dejan de tener sentido en semejante contexto. Dinero y calidad de investigación son inversamente proporcionales.

Pero si la “ciencia barata” no cuenta para nada en el cuadro actual, aún es más importante para los que tampoco queremos tener nada que ver con ese cuadro. Hoy los expertos tienden a complicar hasta lo más simple para su propio interés; otros en cambio sólo tenemos interés en la complejidad porque esconde cosas más simples. Habrá que ver quién tiene la última palabra.

La ciencia moderna es de una naturaleza tal que no puede aprovechar el conocimiento sin una montaña acumulada de mediaciones y complejidad, haciendo del conocimiento y la simplicidad polos opuestos. Esto es así porque el conocimiento está al servicio del gobierno y control de lo ajeno, mientras que la virtud reside en el gobierno de lo propio.

El biofeedback o interacción con señales biológicas parece un tema bastante inocuo, y sin embargo nos da el reverso o antítesis de la teoría del control, puesto que el rango de control posible no pasa por la acción voluntaria. Cabría hablar, más bien, de una capacidad de sintonía o receptividad.

Nuestro propio organismo genera muchas señales con un espectro 1/f, la expresión en el tiempo de la ley de potencias. Y la actividad espontánea del cerebro es una fuente ideal de este tipo de “ruido”, que también aparece en las fluctuaciones de tono de casi cualquier tipo de música. Es en extremo curioso que una pauta que aparece espontáneamente en nuestro cerebro y continuamente en la música resulte “contraintuitiva” para los matemáticos. Por otra parte, la resonancia estocástica, que puede ser adaptativa, nos dice que el nivel óptimo de ruido no es un ruido cero y que el mismo ruido es señal por derecho propio. El ruido 1/f parece responder al principio de máxima entropía de la información, mientras que la resonancia estocástica lleva la entropía al mínimo.

El biofeedback es una modesta pero significativa indicación de cómo se puede “hacer sin hacer” y “saber sin saber”; si conectamos debidamente ese tipo de “acción” y “saber” con el conocimiento formal que nos brinda la física y las matemáticas, se habrá conseguido algo extraordinario.

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Tener muchas posesiones hace imposible disfrutarlas, mientras que al que tiene verdadera receptividad todo le llega aun sin quererlo. “En el 2030 no tendrás nada y serás feliz”, nos dice cierto foro. Hay que ver cómo se preocupan de aligerar nuestra carga los mismos que han hecho bandera de la privatización y el saqueo, y cómo se preparan para llevarla sobre sus hombros. Absolutamente lógico.

Pero no deberían ser tan altruistas. La carga se puede repartir mucho más equitativamente y podemos aliviarles de tamaña responsabilidad. Después de todo, son ellos los que necesitan aprender a vivir más que nadie.

La variante del 80/20 que gobierna nuestro sistema es obviamente un caso degenerado, como son degenerados los criterios econométricos que se usan para ocultarlo. Pero queda precisar respecto a qué es degenerado. La estructura monetaria que se ha optimizado para acaparar debe terminar y ser sustituida por otra completamente diferente, y esto no presenta ninguna dificultad técnica; ellos son la única dificultad.

Si hoy la economía es tan importante es sólo por cómo ha creado escasez artificial, y porque en simbiosis con lo digital ha devenido la forma más “eficaz” de control. Sin embargo, si tienen que intervenir hasta tal punto en todo y propiciar toda suerte de crisis, no hay eficacia en absoluto, sino sólo la forma más difusa pero omnímoda de opresión.

Lo que está optimizado para una sola cosa seguramente está pesimizado para todo lo demás. Si el poder real interviene cada vez más en todo, es porque realmente lo hace sin costo, e incluso obtiene beneficios, mientras aún disocia y trastorna más a la población.

Si se ha empujado el péndulo hasta el extremo, lo normal es que la dirección se invierta —si es que es verdad que el retorno es el camino del Tao. Operando tanto a nivel “interno” como “externo”, parece que la “ley del 50/50” tiene más significados prácticos que el que hemos indicado, y uno en particular en el que coinciden la dialéctica, la Naturaleza y el cálculo. La ciencia moderna hace todo lo posible para impedir que lo veamos.