La manipulación de la vida con las biotecnologías tiene lo necesario para desencadenar el más profundo cisma y la más grande conflagración entre seres humanos que hayamos conocido. Tarde o temprano la gente se verá obligada a definir su posición al respecto y esto, por más que se procure instrumentalizar, romperá por completo todos los lineamientos políticos conocidos basados en el cálculo de intereses.
Mientras escribía «Caos y transfiguración» pensaba en el papel que desempeña Israel en industrias odiosas como el ciberespionaje o las paramilitares empresas de seguridad que aspiran a convertir el mundo en una gigantesca franja de Gaza. «Al menos», me dije para mí mismo, «para ser un estado que prioriza el desarrollo tecnológico como quien empuña un arma, no se han metido en las biotecnologías». Eso creía. Quise atribuirlo a un cierto escrúpulo religioso, que uno aún supone que tiene su peso en ese país.
Para confirmar mi suposición, hice una rápida búsqueda en la red «biotecnología israel» y en las pocas entradas que ojeé no encontré nada que contrariara mi idea de que, ya fuera por la religión o por mero cálculo inteligente, o por una mezcla de ambos, e incluso por mero instinto, los ciudadanos del estado judío había decidido no mezclarse con ese género de asuntos —lo que me hablaba bien de su juicio.
Debo advertir, por si hay suspicacias, que mi interés primario en esta asociación de ideas era el estado de la biotecnología en el mundo, no el engendro sionista —éste por el contrario me parece un sismógrafo críticamente sensible en la falla tectónica, que no es menos juntura, entre la fe monoteísta y la hoy casi todopoderosa religión del mercado que sólo pudo surgir de la primera.
Cabe suponer, también, que la manipulación de la vida socava de manera igualmente crítica la autoridad religiosa, lo que tendría que ser un punto particularmente sensible en cuanto a la posición de un estado que ya supone un culto de suyo. En esta búsqueda desganada pude comprobar también que el último Congreso Mundial de Derecho Médico y Bioética se había celebrado en Tel Aviv en septiembre del 2018.
El caso es que a los pocos días y ya olvidado del asunto encontré un trabajo partisano que echó por tierra mis ideas bienpensantes, «El fabuloso negocio de los recién paridos» de María Poumier, cuyo capítulo final se titulaba «La responsabilidad israelí»1. Puesto que su autora se ha ganado el calificativo de «antisemita» e incluso ha sido amenazada de muerte desde hace muchos años, tengo buenas razones para pensar que sus imputaciones son más que fundadas, pues de otro modo ya tendría graves problemas.
Poumier, que habla de Israel como «el primer país en exportación de pornografía, trata de blancas y negras, y tráfico de órganos» también lo considera «el pionero en la globalización de este negocio». En cuanto a los primeros cargos, que muchos tomarán como propios de un libelo, dudo de que se pueda encontrar mucha documentación fiable, así que el lector tiene todo el derecho a ponerlas entre paréntesis o a olvidarlas por completo si así lo prefiere. Si que parece cierto que Israel figura en listas negras de tráfico de órganos e incluso un medio como el New York Times habla del «papel desproporcionado» que los israelíes han jugado en grandes tramas de tráfico de órganos 2; algo que también es admitido por Haaretz 3. En cualquier caso se comprenderá fácilmente que uno no esté demasiado interesado en rastrear estas tramas.
En cuanto a la globalización del negocio de los vientres del alquiler, es algo mucho más difícil de ignorar puesto que requiere toda una cobertura legal y un concertado «ecosistema», tal como ahora lo llaman, de médicos, abogados, psicólogos, publicidad, agencias y laboratorios de fama mundial. «En Israel», dice Poumier, «la actividad comercial no encuentra trabas estatales; toda la industria apunta al mercado global, y a nivel de legislación, la lógica del derecho mercantil contractual tiende a sustituir cualquier otra reflexión jurídica, como en EEUU». Por otra parte, desde el punto de vista religioso, según la misma autora, «no se considera pecado experimentar sobre los seres humanos no judíos» 4. Habría pues una connivencia entre el punto de vista religioso del judaísmo y los intereses demográficos, comerciales y estratégicos del estado judío y sus ciudadanos de derecho.
Para que nos hagamos una idea, Poumier resume algunos de estos manejos: «La agencia Tammuz fue la agencia pionera en el comercio triangular: importar células sexuales desde EEUU, fabricar embriones en Israel, congelarlos e implantarlos en úteros asiáticos, seleccionados por médicos locales en «granjas de bebés», entregárselos a parejas de cualquier parte del mundo, asegurando no sólo los cuidados médicos, sino los servicios de abogados para sobreponerse a la legislación propia de cada país, y lograr la exportación legal del niño, con los documentos y la nacionalidad deseada por los compradores, supuestos “padres de intención” 5.
Con un 25 por ciento, Israel tiene tal vez la tasa de infertilidad más alta del mundo, pero diversos factores como la proliferación de agresiones químicas, disruptores hormonales, aumento de la polución electromagnética y otras muchas condiciones de la vida moderna hacen cuanto pueden para que el problema se dispare casi en todas partes; espoleada por la indispensable publicidad, la demanda no dejará de crecer y la industria contempla un futuro dorado. Pero, evidentemente, no estamos aquí para hablar de negocios.
¿Qué tiene la biotecnología para poder trastocar todos los alineamientos políticos desde América a Australia, desde Rusia a Oriente Próximo, desde China e India a los países donde el Islam es mayoritario, desde Japón a Europa occidental? ¿Qué hay en ella tan decisivo, que pueda lograr que dentro de veinte o treinta años las relaciones diplomáticas de cualquier país con Washington se conviertan en un asunto secundario en comparación?
En un mundo con algo de sensatez nadie se atrevería a hacer estas preguntas; en un mundo con alguna sensatez se daría por supuesto que la vida tiene ascendiente sobre el dinero. No en este mundo nuestro, y ahí es precisamente donde puede plantearse la Gran Escisión. Del mismo modo que va adquiriendo fuerza la oposición a la globalización por su mismo triunfo y sus excesos, un rechazo cada vez más firme a la invasión de la vida por la lógica del mercado es no sólo inevitable, sino también deseable.
Que la teología del mercado ya ha invadido todos los órdenes de la vida y no sólo la economía no es ningún secreto. Que el punto de fisión se acerque al querer tratar la vida misma como puro objeto biológico será tan sólo por la más legítima reacción de autodefensa de la propia vida y la conciencia luchando por mantener un mínimo de integridad.
Pero hay una gran diferencia entre la creciente oposición a la globalización y el rechazo al tráfico y desnaturalización de la vida. El movimiento populista contra la globalización puede tener aspectos legítimos pero está sin duda motivado por el interés y el deseo de mantener ciertos privilegios entre amplios sectores que sólo conocen la movilidad social hacia abajo.
El rechazo a hacer de la vida misma una mercancía trasvasada de una probeta a otra es algo mucho más intenso y profundo, aunque no deje de tener una fortísima relación con la extremada desigualdad social. Seguramente es al combinarse ambos factores que entramos en un terreno peligroso y sin cartografiar.
Las llamadas de lo que antes se llamaba izquierda para luchar contra un supuesto fascismo en ascenso son hoy un mero juego de conveniencia electoral que cualquiera puede ver a la legua. Pero el oportunismo de esta desgastada épica burguesa con su no menos raído teatrillo burgués corre el riesgo de ignorar cosas mucho más serias que podrían empezar a concretarse, justamente, al dejar de repetirse una función de la que todos estamos cansados. Aquí es donde se ciernen, no tan lejos de nosotros, otros espectros bien distintos del totalitarismo, que además tienen todas las posibilidades de polarizarse y adoptar signos opuestos.
El antiliberal americano de hoy todavía comparte los mimetismos del poder económico hasta el punto de querer creer que un magnate inmobiliario puede representar sus intereses. Apelando a lo más egoísta y embotado de cada cual, se consigue aún ocultar la evidencia de que la mayoría de la población son negros al servicio de una minoría ínfima que íntimamente los desprecia. Aunque es de suponer que la ingeniería social del autoengaño tiene sus límites.
En cualquier caso, desprecio es la palabra clave. Y una de las muchas formas de estas «élites», de mostrar su desprecio, seguramente la mayor, es utilizar a las masas como su reserva biológica privada. Un desprecio insufrible que exige reciprocidad. Si ellos no quieren quitarle la mano a la vida de encima, es normal que otros quieran quitarse de encima esa mano de la forma más violenta.
Es verdad que en principio estas cosas no se hacen sin un consentimiento entre las partes, pero por otro lado, todo la ampliación de este negocio, y no sólo del negocio sino de la estrategia global de la que forma parte, depende de ir ganando más y más consentimiento de nuestra parte a estas prácticas. O estamos ya efectivamente muertos o tarde o temprano el conflicto está servido.
Puesto que el desprecio es un lujo, un deshacerse de algo que nos sobra, también las masas desfavorecidas quieren darse el lujo de despreciar, y nada hay hoy tan despreciable como estas élites a las que con mi mejor griego acostumbro a llamar la Megachusma.
Cuando mayor sea la presión para obtener nuestro consentimiento en cuestiones como la manipulación de la vida y su apropiación por otros, más fuerte ha de ser este rechazo. Es una cuestión de puro asco y de desprecio, que a su vez se muda en desprecio por toda visión que quiere reducir lo humano a la economía, ya sea desde la derecha o desde la izquierda moribundas: y así es como encontrará su fin el ridículo teatro ideológico al que todavía asistimos.
Entonces si que veremos una realineación masiva de posiciones e identidades, a las que dudo incluso que les duren sus nombres actuales. No soy tan milenarista como para creer que esto nos tenga que acercar a «la hora de la verdad», pero lo que sí es cierto es que supondrá todo un desafío para la larga tradición de la política del cálculo.
Efectivamente, y como bien lo prueba el asunto sobre el que estamos escribiendo, el actual sistema no quiere ni parece que puede privarse de aprovechar la más mínima oportunidad; no tiene otra fatalidad que ésta. Y así, también el cálculo político intentará cabalgar este tigre y aprovechar el casi ilimitado caudal de desprecio que ya hemos conseguido acumular. Sólo que esta vez probablemente no se trate de un gato castrado, ni siquiera de un animal hembra como el tigre, y los que jueguen con fuego tendrán ocasiones para arder en la pira como los mejores pirómanos.
El rechazo a inmiscuirse en lo más íntimo de la vida, su reproducción, difícilmente puede calificarse como «un prejuicio religioso» del monoteísmo, cuando vemos que ha sido justamente la cultura judeocristiana la que ha llevado las cosas hasta este punto. Por el contrario, la incapacidad para dejar nada tranquilo, si que parece un intolerable prejuicio de ese otro monoteísmo, el económico, que ya tiene decidido que nada tiene otro valor que el que le pone el hombre.
La misma idea del genoma como el Libro de la Vida o como programa informático no deja de ser otra fantasía fundamentalista, del mismo estilo que comparar nuestro cerebro a un ordenador. Afortunadamente para nosotros, la naturaleza demuestra ser bastante más compleja que todo eso, de otro modo la intervención humana ya habría llegado mucho más lejos. El mismo ADN, para garantizar la estabilidad de la herencia, tiene que ser una molécula pasiva, y son las enzimas las que demuestran discriminación sintetizando proteínas distintas partiendo de unas mismas bases. El ADN no ha hecho a la vida, sino que la vida ha hecho al ADN. ¿Quién pondrá en duda esto? Y a pesar de todo, se nos sigue intentando convencer de lo contrario. Si de hecho hay algún motivo para no ser del todo alarmista, no es por las intenciones del hombre, sino por la tenaz resistencia que ofrece todo lo vivo a la simplificación.
Pero si la genética siempre tendrá un alcance muy limitado, ya se encargan los talentos creativos de enmendar su insuficiencia con otros recursos, ya sean células madre, cultivos de tejidos y órganos, y todo un mundo de infinitas posibilidades que aquí no queremos ni mencionar. En definitiva, si la metáfora del código resulta tan estrecha para la vida, siempre podremos apelar a su plasticidad ilimitada.
Claro que esta lógica también se aplica entre los escalones cada vez más empinados de la pirámide social, y no como metáfora sino como cruda realidad. Dado que nos importa tan poco qué pueda ser la naturaleza más allá de los manejos humanos, estamos condenados a verificar cómo responde la naturaleza humana en las condiciones de aislamiento propias de una reserva, en eso que denominamos «el experimento social».
Ni una derecha ni una izquierda fundadas en los presupuestos económicos y que sólo disputan sobre cómo ha de administrarse lo humano podrán tener jamás la fuerza necesaria para rechazar como se debe lo que se nos viene encima. La manipulación de la vida no sólo socava la autoridad religiosa, también la poca credibilidad que le queda a los defensores del mercado. Más todavía: apunta directamente a esa «aristocracia financiera» que, de no cambiar sus planes, figurará como lo más despreciable de todo. Y en tales condiciones, sólo se puede gobernar con el terror, y no por mucho tiempo.
La justicia distributiva es sin duda una buena causa, pero al haberse diluido sin remedio por tanto cálculo, ha dejado de ser causa justa, causa capaz de justificar acciones y sacrificios, y no sólo de justificarlos, sino impulsarlos.
Poner la mano sobre la vida de estas maneras es atraer desgracias sin cuento sobre los humanos. ¿Superstición? Es lo único que cabe con la implacable lógica de estos negocios y paranegocios. Y ya que estas élites tan distinguidas no entienden otra lengua que la del comercio, sería de desear que las compañías se abstengan de ejercer su proverbial perspicacia y no adquieran gangas minutos antes de que se conviertan en muertos caminando.
Abstenerse es aquí palabra clave, la única tal vez que podría revertir la intoxicación del poder. Puesto que tras haber porfiado tanto, se ha llegado a poder hacer estas cosas, el único poder verdadero sería… poder abstenerse de ellas.
¿Se entiende el poder de la abstención en asuntos de este calibre? Crean un hueco y un espacio donde ya ha dejado de haberlo; donde es tan desesperadamente necesario. Dicen que el gobierno consiste en combinar el ejercicio de la fuerza y la capacidad de adhesión, aspectos que tanto gustan de excluirse. Saber no ejercer un poder también es ganar una espontánea capacidad de adhesión.
La abstención también vale para el «consumidor que se lo puede permitir», e incluso para el que no tiene otra cosa que su desprecio, tal vez demasiado fácil. Ceder es demasiado fácil en los tres casos, por eso la abstención conquista un mérito que atrae bendiciones, crea una situación nueva y de algún modo conjura ese aciago no poder resistir. Pero esta abstención no excluye otras formas de acción sino que más bien las alumbra.
Hay una atracción fatal del que se sitúa de espaldas a la vida por apropiarse de ella, que no puede subestimarse. Debe ser tomada muy en serio si se quiere obrar en consecuencia.
Notas
1
1 María Poumier, El fabuloso negocio de los recién paridos: Parte IV: ‘La responsabilidad israelí’
https://redinternacional.net/2019/04/17/el-fabuloso-negocio-de-los-recien-paridos-parte-iv-la-responsabilidad-israeli-por-maria-poumier/
2 Kevin Sack, Transplant Brokers in Israel Lure Desperate Kidney Patients to Costa Rica
https://www.nytimes.com/2014/08/17/world/middleeast/transplant-brokers-in-israel-lure-desperate-kidney-patients-to-costa-rica.html
3 Noga Klein, Israel Became Hub in International Organ Trade Over Past Decade https://www.haaretz.com/israel-news/.premium-israel-became-hub-in-international-organ-trade-over-past-decade-1.6492129
4 María Poumier, op. cit.
5 María Poumier, op. cit.