Otro punto de vista
Por una vez vamos a buscar una referencia extrahumana y extrasocial para algunos asuntos de nuestra especie, concretamente para la llamada “cuestión judía” y su relación con otros pueblos, y en particular con los grandes imperios. Apelar a un elemento metahistórico, no significa, naturalmente que podamos prescindir de interpretaciones que siempre serán altamente subjetivas y humanas. En todo caso, con sólo que nos permita adoptar otro ángulo y tomar otra distancia, ya resultaría saludable.
Las antiguas cosmografías eran mucho menos complejas que las actuales pero también menos reductivas. Los siete “climas” bajo los que vivían los pueblos a lo largo y ancho de la geografía también podían tener distintas influencias y estar bajo diversos polos de ascendencia espiritual; esos climas y polos podían estar representados, por añadidura, por los siete planetas, sin necesidad de confundirse con ellos: “el ángel mueve a la estrella”, se dijo para aludir a las remotas potencias.
A finales del 2020, justo en la puerta del solsticio de invierno, tuvo lugar la última conjunción de Júpiter y Saturno que acontece cada veinte años y sigue una curiosa pauta cíclica escandida entre los cuatro elementos. Estas conjunciones han sido muy estudiadas desde siempre en la astrología mundial como grandes puntos de referencia de lo que ahora llamamos “relaciones internacionales”, y también se han asociado, incidentalmente, con las grandes plagas y epidemias que surgen recurrentemente. Por poner sólo un caso, la famosa peste de Atenas del 430, 429 y 425 se ha vinculado con la también célebre conjunción del 424 antes de nuestra era.
Si hubiera que expresar en dos palabras qué significan Júpiter y Saturno —cuyos planetas suman casi todo el momento angular de nuestro sistema solar- bastaría decir que son los grandes arcontes de la expansión y contracción, del espacio y el tiempo; una traducción muy elemental que sin embargo ayuda a comprender muchas cosas.
Los judíos, “el pueblo del sábado”, sólo podían estar asociados con Saturno, y la verdad es que esta conexión va mucho más allá de la elección de un día de la semana como periodo de especial observancia. El pionero sionista Leo Pinsker sólo se hacía eco de un lugar común dentro y fuera de los suyos cuando decía que los judíos eran “el pueblo elegido para el odio universal”, y desde luego, Saturno es el más detestado de los planetas, puesto que también es el representante de “la odiosa vejez”, y en general, de todo lo que se deteriora bajo la acción del tiempo y su guadaña. También ha sido el planeta tradicionalmente asociado con la caída y la desgracia.
Todo imperio, al menos mientras se expande, está bajo el signo de Júpiter; y todo poder, cuando ya se alcanzado el límite de su onda expansiva, se instala definitivamente en el tiempo e involuciona bajo el signo de Saturno. Estas tendencias son tan correlativas como abarcar y apretar. Lo que reviste un interés especial es que pueblos distintos concurran en una misma empresa imperial con funciones y cometidos diferentes.
Los descendientes de Jacob vivieron a mitad de camino de las dos primeras grandes civilizaciones e imperios, Egipto y Babilonia, y, si se juzga por las propias Escrituras, bien pronto se las arreglaron para alcanzar el favor del poder, hasta el punto de dárseles, como en el caso de José, libertad de mando. El motivo se repite con el imperio persa que termina con Babilonia, y luego con el proyecto cristiano que cava la tumba del Imperio Romano y la Antigüedad.
La verosimilitud de muchas de estas historias de lo que los cristianos llaman “Antiguo Testamento” es más que dudosa, pero el hecho de que las intrigas por la infiltración y la toma de poder se presenten como historias ejemplares para el pueblo ya nos dice bastante. Pero este motivo se repetirá en la Edad Media con los monarcas carolingios y con los reinos cristianos en general, y de forma más acusada cuando éstos daban más claras muestras de pujanza y expansión.
A partir de la Reforma, con la ascenso de los estados del norte, la atención se dirige al nuevo credo protestante y en particular al calvinismo y el puritanismo, tan impacientes siempre por terminar con las limitaciones a la usura. Luego, desde Cromwell, se sella la gran alianza del anglosionismo que tanto éxito ha tenido hasta nuestros días, y que ha mostrado por más de tres siglos como el principal vector de los asuntos del mundo. Dado que esta larga hegemonía atraviesa un momento crítico, y se presiente su final, sería más que oportuno hacer un cierto balance.
Un balance histórico no es que lleve demasiado tiempo, es que no termina nunca. Así que intentaremos, si es que eso es posible, desplazar nuestra percepción a otras esferas. Todavía hoy, el término “anglosionismo” suena extravagante para muchos, que ignoran que el sionismo fue un engendro del puritanismo mucho antes de ser adoptado por los propios judíos. Lo que nos lleva a la tercera categoría de nuestro título, tras los judíos y los cristianos: los “fenicios”, que no son sino la alianza que en lo alto del poder han tenido los judíos y cristianos más ricos a expensas del resto de la población, y en nombre del libre comercio, las guerras, la extracción de impuestos y la usura o el crédito; puesto que cosas tan diversas en apariencia han demostrado demasiado a menudo estar bajo el signo de Marte.
Siendo Mercurio el dios del comercio y los ladrones, uno diría que el sistema de la banca moderna y su forma de crear y distribuir el dinero, la madre de todas las estafas, tendría que esta bajo el influjo de su planeta correspondiente. Pero Mercurio, estando tan cerca del Sol, no hace gran diferencia en los acontecimientos señalados, esos que llamamos “históricos”; su ámbito es demasiado cotidiano, como cotidiano es el papel de la estafa y el robo en los asuntos del dinero, la bolsa y el casino global.
Para expandir mercados a lo grande, saquear a gran escala, aumentar los impuestos, y disparar la deuda pública hace falta el impulso guerrero de Marte, y si las guerras no estallan, que por lo menos parezcan una amenaza creíble. Si nuestro fraudulento dinero es la gran estafa cotidiana, tan ordinaria que nos encuentra ya insensibilizados, la guerra es la gran estafa de los momentos críticos, donde ya no queda más remedio que los que ya han sido bien exprimidos, paguen además con su vida, sus libertades y sus penurias.
Hace mucho tiempo que en Occidente no se libran grandes guerras sin el beneplácito de la banca y los señores del dinero, así que buscar otras explicaciones no es sólo ocioso sino descarada distracción. Si esto tiene rango de certidumbre para los últimos dos o tres siglos, con más razón ha de estar ligado a los futuros movimientos, ahora que la guerra económica y monetaria alcanza nuevas dimensiones.
Por ejemplo, si con las nuevas monedas digitales China, Rusia y otros países pueden sortear las sanciones económicas, al parecer la única diplomacia que le queda al imperio, cabe esperar una intensificación de la guerra informática y los ciberataques no sólo a esos países sino dentro de los dominios imperiales para sembrar el pánico y mantener a las ovejas dentro del propio corral monetario. Hasta el Foro Económico y la muy ejercitada Dirección Cibernética de Israel nos anuncian ya a las claras una inminente “Ciberpandemia”.
Hay que reconocer que lo de llamar “fenicios” a la selecta clase parasitaria imperial está bastante bien elegido: no son “judíos” ni “gentiles” pero ciertamente quedan bastante más cerca de Jerusalén que de Atenas. No es simplemente que la mitad de las grandes fortunas sean judías, es que la otra mitad, que les ha concedido todos sus privilegios y que además suele ser abiertamente pro-sionista, está siempre pendiente de su iniciativa. La relación entre el engaño y la fuerza sigue siendo la de maestro y discípulo.
¿Porqué los judíos han sido los iniciadores e incitadores de los poderosos? Porque en Occidente los que llegaron al poder por la fuerza carecían de talento para explotar a fondo a su presa; de ahí que los reyes dejaran en sus manos la tesorería y la recaudación fiscal. Esto, en cuanto al ordeñado económico de la población. Y en cuanto a la política, los adiestraron en el arte de los manejos graduados, pues casi no hay cosa a la que gente no se acostumbre si se hace con la debida gradación —he ahí el verdadero sentido de la expresión “tomar medidas”.
La guerra se basa en gran medida en el engaño, y más aún para el más débil. Según sus propias escrituras, los judíos están llamados a dirigir a todas las naciones, pero un pueblo mucho más pequeño sólo puede prevalecer por el engaño sistemático, que en este caso no sólo está permitido sino prácticamente santificado, con tal de que sirva a la Misión. Los rabinos le dieron el sentido de misión a la mentira, lo que en los oídos del poderoso ha de sonar a música celestial. De ahí la atracción del sionismo para una ralea que no tiene más meta que mantener sus privilegios. Naturalmente, el empleo sistemático del engaño presupone que se está en guerra con los que no son de la tribu, una perspectiva también muy conveniente para la “élite” gentil.
Resumo sólo los motivos de esta profunda simbiosis, que desde hace tanto apuntaba a la consolidación de “un estado dentro del Estado”; porque la verdad es que tengo muy pocas ganas de detenerme en los detalles de esa abyecta intrahistoria. Los diálogos del fatuo Fausto y el solícito Mefistófeles de Goethe dan cierto tono literario a la cuestión, pero la realidad es infinitamente más fea.
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En otros artículos hemos hablado de la ley de potencias que radiografía la pirámide invertida de la riqueza, en que 1/5 de la población se lleva 4/5 de la riqueza, y así sucesivamente; también notábamos que el hecho de que en este proceso iterativo de acumulación, se diera un reparto 50/50 entre judíos y gentiles, 2/5 para cada uno, suponía una “radiografía de la radiografía”. ¿Será entonces pura casualidad que la ratio entre el periodo de Saturno y el de Júpiter, poco menos de 30 y 12 años, sea casi exactamente 2/5?
Bueno, tal vez la cosa sea menos esotérica de lo que parece, con sólo recordar que Saturno representa la acción continua del tiempo —y el interés compuesto- y Júpiter las fases cíclicas de expansión, en este caso del crédito y los ciclos de negocio. Puesto que ya dábamos casi por descontado que esta acumulación extrema, que lleva a unas 3 familias a tener la mayor parte del excedente en poder de compra, tenía que estar relacionada con la estructura de la deuda engrosada a lo largo de muchas generaciones.
El crédito para hacer guerras, y las intrigas para instigarlas, no sólo hicieron mucho más ricos a los usureros sino que les fueron dejando en la mano las palancas del poder. Los estados democráticos aún eran mucho más vulnerables, ya que los acreedores siempre podían cobrar en especie con bienes públicos, siendo esta la razón de más peso para su decidida promoción. Únicamente en la fase de ultraimperialismo monetario del dólar se llegó a saturar la posibilidad de crédito para el conjunto de la población, hasta tal punto que sólo destruyendo selectivamente franjas de la economía se puede hacer espacio para el exceso de capital. Es lo que ocurre ahora mismo, por ejemplo.
Los que ya lo tienen casi todo no pueden tener mucho que ganar, en términos absolutos, pero en términos relativos aún pueden aumentar grandemente la dependencia y sujeción de las masas. El miedo a ser derrocados pone en marcha una lógica implacable. ¿Quién no puede comprender esto? ¿No hicieron ya cosas mucho peores en el siglo pasado? ¿Y acaso no ha aumentado grandemente desde entonces su palanca de poder?
El Foro en cuestión, mera fachada para los que no dan la cara, descaradamente nos sondea: “dentro de diez años no tendrás nada… y serás feliz”.
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Imposible ponerse de acuerdo con los hombres. Sin embargo estamos condenados a llegar a un arreglo con potencias mucho más remotas, que sólo por la gracia literaria del mito hemos revestido de rasgos humanos. Y estamos condenados porque tales potencias ya llegaron a un arreglo con nosotros al nacer.
Se odia al judío porque Saturno resulta odioso, no al revés. Así es, al menos en una importante parte. Sin embargo de Saturno no conocemos nada, más que algunas manifestaciones odiosas, como si estas hubieran robado algo a su origen. Los planetas son sólo astillas de un orden fracturado, y dando vueltas hacen lo mejor que pueden para indicar el principio del que emanan.
Santayana decía que el protestantismo era antiascético y el judaísmo también. Es una aguda observación; lo que no sabía es que los católicos llegarían a ser mucho más antiascéticos que los protestantes y judíos que él conoció. Después de todo muchos judíos observan fielmente el sábado, y ayunan al menos un día al año; apreciar la inactividad y ayunar de vez en cuando tuvieron que ser cosas inevitables en la “religión natural” anterior a revelaciones y leyes. ¿Pero quiénes lo hacen hoy entre los cristianos, sean protestantes o católicos?
Aborrecemos los majestuosos campos de Saturno, no soportamos ni siquiera el exquisito aburrimiento de una tarde de domingo. Y el que no llega a su propio acuerdo con Saturno, encarnación del Karma, tendrá que darle de comer como a un intruso indeseado. Lo mismo ocurre con Shiva, dios tan diferente en muchos sentidos. Negar la muerte nos mata a diario, y son otros los que se ocupan de nuestra destrucción. Se supone que es uno mismo el que debería hacerse cargo de estas cosas.
No le he dedicado tiempo a estos asuntos, pero a veces me pregunto si el ritual del chivo expiatorio arrojado al desierto descrito en el Levítico no ha sido usado de la forma más desvergonzada y abusiva. Todo lo que se ha considerado sagrado o impuro y acaba sirviendo como pretexto termina teniendo consecuencias funestas.
El postmoderno huye de Saturno con los resultados que observamos. ¿Pero qué decir hoy de Júpiter? Pues que en las últimas cuatro décadas apenas es más que la expansión del crédito, un impulso que tenía que venir de “América”. Es decir, Júpiter ya había sido absorbido por la banca antes de transmitirnos “la nueva jovialidad”.
¿Han aprovechado los judíos el momento favorable en cada vaivén imperial o lo han incitado ellos mismos? Para Wiesenthal no fue casualidad que Colón zarpara para América justo con el vencimiento del decreto de expulsión, un 3 de agosto de 1492; pero, naturalmente, no ha sido el primero en notarlo. Ya viniera de Génova, de Pontevedra, de Mallorca o donde fuera, lo único que puede explicar las incógnitas de tan dudoso almirante es la misma naturaleza de su origen. Claro que Wiesenthal dice lo que quiere, y no nos habla del notorio aspecto judío de Eichmann, que incluso hablaba hebreo y yiddish.
Y eso ocurría tras la supuesta “limpieza de sangre” de España y las colonias. Una buena parte de las grandes fortunas criollas de Hispanoamérica, probablemente la mitad, pertenecen a familias con abundante sangre judía. ¿Qué no habrá ocurrido dentro del filojudaico ambiente puritano, sea en Inglaterra o en los Estados Unidos? La Compañía de las Indias Orientales y la Milla Cuadrada han sido los cuarteles generales de la Armada Fenicia, y aún hoy sigue siendo el nido predilecto de los ladrones del mundo. Hilario Belloc ya notó que a principios del siglo XX había en Inglaterra más aristócratas con linajes hebraicos que sin ellos; era el único resultado posible de tan rendida admiración.
En toda la expansión imperial de Occidente los cristianos han puesto la fuerza y los judíos, siempre por delante, la previsión y la inteligencia. Esto sería un mero truismo de no ser por la vanidad de unos y la justificada cautela de los otros. Claro que mi intención aquí no es ajustar las cuentas a nadie, puesto que estos temas ya han sido tratados en profundidad por todo tipo de autores, sino plantear la pregunta de cómo serían estas dos arcanas potencias de expansión y contracción si tratáramos con ellas directamente y sin facilitadores.
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Es totalmente imposible comprender el dinamismo de Occidente y la modernidad sin comprender la dualidad inherente a unos pueblos cristianos expansivos y conquistadores y unas comunidades judías con vocación de exilio y diáspora. Pues es evidente que la sinagoga eligió el exilio como una estrategia de máximo crecimiento a la vez que de máximo control sobre su comunidad. Si hay un genio judío en la organización, la distancia con respecto a todas las cosas y la psicología con respecto a los que no las guardan, se deriva enteramente de haber elegido estas circunstancias especiales, inspiradas sin duda por el polo saturnino a través del cual se relacionaron con el Principio.
La dirigencia judía ha procurado conducir el exceso de fuerzas de pueblos más jóvenes en beneficio propio; pero la relación con esos pueblos ha sido básicamente de arriba para abajo. No son esos pueblos los que han dado la bienvenida a estas gentes que iban buscándose la vida, sino las cúpulas del poder, a los que los rabinos se han dirigido directamente para proponerles tratos ventajosos —crédito o promesas de engrosar las arcas a cambio de privilegios y concesiones como la recaudación de impuestos. Como observa Guyenot, en general es falso que a los judíos no se les haya permitido otro modo de vida que la usura, y por el contrario a menudo se les han concedido privilegios vedados al grueso de la población.
Para ahorrarnos argumentos, sólo podemos remitir al lector interesado a los escritos de Laurent Guyenot, Michael E. Jones, Israel Shamir, Simone Weil, Douglas Reed, Roger Dommergue, Robert Faurisson, Miles Mathis y muchos otros. No hace falta compartir todo lo que dicen ni mucho menos para darse cuenta de que lo que están en general es mucho mejor informados, y al contrario: si la gente aún cae masivamente en manos de la propaganda es por su pasmosa ignorancia de la historia y las escrituras, además de por puro masoquismo y debilidad mental.
En la iconografía tradicional se ha considerado al escorpión como símbolo de la Sinagoga y del pueblo judío en general, lo que es fácil entender como una alusión al signo zodiacal de Escorpio, domicilio nocturno y acuático del planeta Marte. El hecho de que un planeta ígneo se encuentre en un signo de agua se asocia directamente con el fermento, el veneno y la ponzoña además de con la muerte. Esto redunda en la asociación ya mencionada con Saturno y las divinidades de lo deletéreo; y sin duda el Jehová que describen las escrituras más que celoso parece un psicópata extasiado con la destrucción, en particular la de los pueblos no elegidos que son todos menos uno.
En cualquier caso es claro que la expansión de Occidente es una sola cosa con su pérdida de cohesión interna, algo que todo imperio está llamado a comprobar; los Estados Unidos son sólo el último exponente de un proceso una y otra vez repetido. Sin embargo lo característico de los imperios occidentales es la simbiosis o connivencia mucho más íntima de dos intereses diferentes en la dirección del poder, algo sólo mitigado en la medida en que la parte más autóctona e irreflexiva termina asumiendo la iniciativa de la parte más previsora. No hace falta recordar que Júpiter y Saturno representan el dominio del espacio y el tiempo.
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Esta “simbiosis” tan íntima sólo fue posible gracias al cristianismo y su aceptación del Antiguo Testamento como libro sagrado. Sin duda se puede alcanzar cierto grado de conocimiento con independencia de cuál sea la religión de uno, pero no todo en el hombre es conocimiento. Tampoco es mi intención aquí atacar a ninguna fe, puesto que ya son demasiado agredidas y ofendidas tanto por la estupidez ambiente de los medios como por sus campañas dirigidas. Si las religiones son tan acosadas, algo bueno tendrán, es lo primero que uno piensa; pues no hay religión más mezquina ni estrecha que la de creer que todo es social.
Sin embargo esto no nos puede impedir ver el papel funesto que el cristianismo ha tenido como caballo de Troya frente a la integridad de la naturaleza humana y como infección moralizante; no le falta razón a Guyenot cuando lo llama un “santo anzuelo”. No puede haber mayor conquista ni colonización más profunda que el que uno mismo se esfuerce en poner una anomalía en el centro de su ser; desde ese momento bien puede decirse que su suerte está echada.
De nada sirve que en los últimos siglos la gente haya perdido la fe, pues desde entonces aún se ha hecho más vulnerable a la propaganda y al moralismo barato: a las nuevas religiones laicas del marxismo, el holocaustismo y el calentismo, siendo las dos primeras judías hasta la médula y la tercera simplemente fenicia. Si uno tiene dudas sobre el calentamiento global o sobre las cámaras de gas, automáticamente se convierte en “negacionista”; y a estos indeseables se ha sumado ahora un tercer grupo, los que tienen serias dudas sobre la presente epidemia y su origen.
Pero está claro que en vista de la clase de gente que usa el término, ser considerado un “negacionista” es lo más cercano a un elogio que puede esperarse. Pues es la clase de descalificación invariablemente esgrimida por los cobardes que sólo se apoyan en el número y la fuerza de la corriente de opinión, no en argumentos ni reflexiones. Igual de cobarde y falso que el uso del término “antisemita”: no deja de ser extraordinario que nadie hable de la existencia de una “raza semita” y que sin embargo se habla continuamente de “antisemitismo” como una forma de racismo.
Evidentemente, los calificados como “antisemitas” no parecen tener nada particular en contra de los hablantes de lenguas semíticas, que son más de 330 millones, en su mayoría del árabe, incluidos los palestinos. ¿Cuál es entonces la razón de que haya hecho fortuna este palabro de Steinschneider, no ya sólo entre los judíos, sino entre el grueso de la población? ¿Porqué no se habla nunca de antijudíos, que sería el término simple y apropiado? La única razón posible es que se quiere evitar que el término “judío” y sus derivaciones esté permanentemente en boca de los que mantienen controversias.
Ya que “antisemitismo” es un término necio, falso y cobarde —que ahora se oye y lee incluso en los discursos de la ultraderecha- lo único que hay que hacer es llamar a las cosas por su nombre y no caer en los condicionamientos de los dueños del discurso. Lo mismo puede decirse sobre las famosas cámaras de gas. ¿Cómo es posible que en todas las memorias de Eisenhower, Churchill y De Gaulle, que ocupan más de 7.000 páginas y fueron publicadas entre 1948 y 1959, no haya ni una sola mención a las famosas cámaras?
No nos detendremos en temas que ya han sido bien tratados por algunos de los autores citados. Está claro que hemos asistido a la creación de una nueva religión para condicionar la memoria de las masas y lobotomizar a pueblos enteros como el alemán. Pero cuando vemos a los mayores sinvergüenzas políticos en cualquier rincón del planeta recordándonos que es el “Día Internacional de Conmemoración del Holocausto”, sabemos lo que cabe esperar.
Figuras en el cielo
Según Wolfram von Eschenbach, Kyot aseguró que Flegetanis había encontrado los misterios del Grial escritos en las estrellas. Sin duda también hoy podría leerse más de un secreto en las figuras y configuraciones del cielo, pues tanto lo de arriba como lo de abajo demanda serios ajustes, en estos tiempos como en cualquier otro, pero en cada uno a su manera.
Lo extremado de la pirámide invertida de la riqueza, esa diáfana estructura matemática que los economistas y sociólogos tan bien ignoran, sólo puede mantenerse a condición de dividir a la población igualmente hasta grados extremos. Dividirla, envenenarla, neutralizarla, domesticarla y castrarla hasta donde sea posible, con todos los recursos del control, los medios de comunicación y la ciencia a su servicio.
Esta acumulación extrema tiene dos aspectos básicos: dinámica y estructura, que también se corresponden con las funciones respectivas de Júpiter y Saturno. Como dinámica, hoy se traduce sobre todo en la regulación del flujo monetario; como estructura, se trata de la misma distribución autosimilar que exhibe la ley de potencias, que entraña de arriba a toda una cadena socioeconómica de servidumbres y favores cuyo funcionamiento en vano buscaremos entre los llamados expertos. Por supuesto la dinámica, usurpada por la banca desde hace siglos, está abrumadoramente al servicio del mantenimiento de esta estructura, con su enorme peso muerto proyectado desde arriba. Se entiende por sí solo que el llamado “dinamismo del capital” sea cada vez menos y menos dinámico, pues todo el movimiento aparente, y en particular la permanente “revolución tecnológica”, también está cada vez más al servicio del control del aparato social.
Saturno domina las cumbres pero también comporta el miedo a la caída, que alienta un vértigo o paranoia proporcional al índice de la pendiente. En el zodíaco las cumbres están representadas por Capricornio, puerta del invierno, domicilio de Saturno, detrimento de la Luna, exaltación de Marte y caída de Júpiter: la constelación del poder por excelencia. Del poder trabajado, se sobreentiende.
La mayor vulnerabilidad del capital es su propia concentración: bastaría con que se hicieran públicos los nombres que hay detrás de las tres o cuatro mayores fortunas, y que fueran objeto de la misma vigilancia a la que ahora se somete al grueso de la población, para que la relación de poder cambiara de modo decisivo. Todo lo que esta gente tiene se lo debe al ocultamiento y la mentira, y no puede sobrevivir sin ellos; se parecen tanto a los vampiros que se deshacen en el aire con la primera luz. Sin embargo mucha gente vela para que eso no ocurra.
Su crónica dependencia de la mentira a todos los niveles intoxica a la sociedad entera, permanentemente inoculada con los más variados venenos. Hoy no hay prácticamente nada que esté libre de la propaganda y las operaciones psicológicas, en un grado cercano a la saturación. Es imposible recuperar la salud sin acabar con esta intoxicación crónica, y la única forma concebible es desarticulando la cúpula, como con cualquier banda criminal.
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Existe un ser fabuloso que aúna las características de Saturno, Júpiter y aun de Marte: el Dragón, especialmente en su versión china. China es hoy la única gran amenaza para la hegemonía fenicia anglosionista, y los intentos para infiltrarla y reducirla al vasallaje han fracasado estrepitosamente. Hasta ahora, no se ha dado una sola trasferencia de la hegemonía sin esos grandes ajustes tectónicos que solemos llamar guerras. ¿Pero hasta dónde estará dispuesta Fenicia a llevar las hostilidades?
Dependerá de los lineamientos geopolíticos, aunque la guerra híbrida blanda y no tan blanda ya está en pleno desarrollo. El Reino Unido salió de la Unión Europea, pero ésta no rompe con el atlantismo, que es el instrumento de la dominación militar americana. Estados Unidos no parece dispuesto a permitir que haya buenas relaciones entre Rusia y Alemania, y el gobierno germano se ve empujado a repetir los errores de siempre. Los anglosajones siempre azuzaron a Alemania contra Rusia para dividir y vencer, y a estas alturas deberían haber aprendido algo.
Está demostrado que los banqueros de Estados Unidos y de Inglaterra financiaron intensivamente a Hitler, hasta el punto de poseer una buena parte de la industria alemana. Alemania nunca pretendió hacer la guerra a los anglosajones, pero éstos no tenían ninguna duda sobre lo que hacían. ¿Alguien puede sorprenderse del resultado final?
Londres fue un caballo de Troya para la Unión e incluso fuera de ella sigue siendo su enemigo, ahora con más libertad de maniobra. En verdad, la mercurial capital de Inglaterra aún resulta insustituible en los esquemas de Fenicia, pues no sólo es el centro histórico de la trama, sino también el refugio de último recurso. Pero seguro que mientras Estados Unidos trata de separar a Europa de Rusia y China en contra de sus intereses, Inglaterra se dispone a beneficiarse de ello.
Decir que el sector financiero londinense estaba a favor de la permanencia en la Unión pero que la voluntad popular eligió salir no es más que una broma. No hay nada importante en Inglaterra que no haya pasado directamente por la Milla desde hace más de trescientos años; pero afirmando lo contrario, aún pueden echarle a la población la culpa de las consecuencias. A pesar de la intensa competencia, Londres sigue estando en forma como capital mundial de la mentira.
Estados Unidos se está hundiendo estrepitosamente, y si le siguen sus vasallos es porque no encuentran margen de maniobra. Si China es una amenaza, lo es ante todo para el estatus de los más privilegiados, que al parecer sí tienen mucho que perder. La mayoría ya no puede estar más vendida. Claro que los intereses de clase parecen estar muy por encima de los intereses nacionales.
Masculino, femenino y neutro
Dejemos la política barata y las cuestiones de actualidad para rozar siquiera algunas cuestiones de más calado. Si consideramos la dinámica interna de Occidente, con sus dos polos en Atenas y Jerusalén, o en Júpiter y Saturno, o la expansión y contracción, una buena pregunta es quién ha jugado un papel masculino y quién un papel femenino en esta intensa relación.
Y la primera respuesta no debería dejar lugar a dudas: es la cultura judía la que ha desempeñado un papel masculino, al impregnar a la cultura gentil, una vez que la cultura pagana fue destruída. Es decir, Occidente, más allá de su frente expansivo, es femenino y reactivo con respecto al fermento que lo hincha e impulsa. Sin duda lo esencial de esta complexión se debe a la implantación del cristianismo entre pueblos jóvenes y sin civilizar.
La lectura de más baja estofa atribuye la animosidad de los cristianos contra los judíos a su culpabilización por la muerte de Jesucristo, Judas y todo lo demás. No hace falta considerar semejantes argumentos, más propios del folklore que otra cosa, y que ni siquiera contemplan el otro lado de la animosidad. Pero creo que, a un nivel mucho más profundo, contra lo que se han intentado revelar siempre los pueblos jóvenes es contra la impregnación de un cuerpo extraño, contra ese embarazo indeseado que puede llevar a los extremos de la locura.
No escribo para resultar políticamente correcto, sino como parte de un Occidente que intenta llegar a un grado superior de autoconciencia. Una palabra tan falsa como “antisemitismo” ni siquiera ha sido diseñada para detener los golpes contra a los judíos, sino sobre todo contra su casta dirigente y los fenicios. Por lo demás, son estos fenicios los primeros en haber traicionado a los judíos menos favorecidos cuando lo han juzgado oportuno, igual que luego han intentado compensarlo del único modo que saben para acallar su conciencia. Al menos esto es lo que se colige de los tiempos más recientes y las últimas grandes guerras.
La estupidez infinita pero no gratuita de los medios aún se pregunta por las causas que podría haber tras “el ascenso del antisemitismo”, pero sólo a alguien que no le tomara el pulso a esos mismos medios podría parecerle misterioso. Pues, aparte de que ellos y su basura ya hacen suficientemente odioso todo aquello de lo que nos intentan persuadir, tampoco es nada misterioso que se deteste una serie de cosas, como la mentira sistemática, la usura, el control del discurso, la culpabilización directa e indirecta, y, para colmo, hasta el intento de control del propio odio. Como también es particularmente odioso el hecho de tener que admitir que a uno lo han engañado como a un primo.
Realmente esta gente no tiene medida ni saben lo que significa la palabra “contraproducente”. Seguramente el judío promedio es incapaz de ser inocente con respecto al no judío, pero en su egoísmo aún hay una enorme dosis de ingenuidad que no deja de sorprender. Alguien podría llamarlo su “punto ciego”, y sabido es que nadie alienta sin tener uno. Pero en cuanto a los fenicios que resultaron de la mezcla, dudo de que quede en ellos el menor rastro de inocencia ni de ingenuidad.
Si la “crítica” moderna intenta hoy tan a menudo minimizar y relativizar la importancia de la raza, del género, o de la religión, se puede estar seguro que no es por casualidad o ignorancia, sino por mera estrategia en las modernas guerras de la opinión. Si aquí he escogido otra clave de contraste completamente ajena a las que ellos manejan, no es porque no crea que las otras no tienen importancia —aparte de que dentro de tales condicionantes habría que incluir cosas que ahora ya ni se contemplan, puesto que tampoco la raza es una mera cuestión de “genética”, por ejemplo.
En cualquier caso, para que no quede ninguna duda, diremos que tampoco el simbolismo astrológico se reduce a una laxa cuestión de psicología, ya sea superficial o profunda, y que verdaderamente muestra una correspondencia cronológica con los hechos de la historia y las pasiones e inclinaciones del hombre, e incluso con sus componendas y tramas. Como ejemplo, propongo que se estudien las expulsiones y persecuciones de judíos, cuyo número compone una “base estadística” de unos cuantos cientos de eventos perfectamente datados, a la luz de las claves planetarias y zodiacales aquí apenas indicadas.
Hay muchos datos objetivos y subjetivos encajados en las constelaciones del antijudaísmo, pero si realmente nos interesaran, ciertamente nos habríamos empleado más a fondo. Lo poco que hemos dicho en contra de la versión ahora dominante es simplemente para compensar de algún modo el permanente diluvio de la más desvergonzada propaganda, financiada generalmente con el dinero de los perjudicados.
Volvamos ahora al tema, bastante más interesante, del género de determinadas influencias o tropismos, como el de Júpiter y Saturno. Hemos aventurado que el espíritu judío, su inteligencia, habría desempeñado un papel activo con respecto a unas almas pasivas —respecto a ese fondo ya de por sí machihembrado de voluntad y deseo. Esto mismo ya sugiere que la cosa es mucho más complicada de lo que pueden abarcar unas pocas palabras y merecería un estudio aparte, aunque aquí sólo señalaremos algo esencial.
En realidad, la inteligencia utilitaria es una inteligencia reactiva y por lo tanto derivada; es el espíritu inquieto al servicio de la vida que escapa, no ese espíritu que no necesita del movimiento para reunir las aspiraciones de la vida. Entre ambos hay tanta diferencia como entre la Tierra y el Cielo. En otro plano, uno puede preguntarse en qué sentido la contracción y la expansión de Saturno y Júpiter son femeninas y masculinas, y en qué sentido son lo contrario.
Este es un tema recurrente que ya tocábamos en un libro dedicado al Polo, recordando que los chinos y japoneses daban a menudo un sentido opuesto a los términos yin y yang en lo relativo a la contracción y expansión así como lo lleno y lo vacío. Este tipo de discusiones sobre cualidades pueden parecer especiosas e interminables, pero en realidad sólo piden una clarificación del contexto, ya que pueden emplearse en dominios claramente diferentes.
Así, como ya hemos notado repetidamente, Júpiter y Saturno representan la expansión y la contracción pero lo hacen en los dominios completamente diferentes del espacio y el tiempo. Por lo demás está claro que Júpiter es plétora material que busca expandirse, mientras que Saturno es amplitud de espacio en tanto que vacío material. Tenemos aquí ya tres categorías diferentes, espacio, tiempo y materia. En física y matemáticas existen formas bien conocidas de tratar dualidades en tales términos, aunque no vamos a detenernos ahora en ello.
Daremos en cambio una clave más acorde con el espíritu de este artículo, que concierne al tono fundamental de cada planeta. El septenario o semana de los planetas contiene, en consonancia con los siete metales tradicionales y sus matices cromáticos, tres astros masculinos, tres femeninos y uno neutro. Los masculinos son, en orden ascendente de pureza, Marte (hierro), Venus (cobre) y Sol (oro); mientras que los femeninos son, en idéntico orden, Saturno (plomo), Júpiter (estaño) y Luna (plata). Otro arreglo dispone del lado masculino a Júpiter, Marte, y Sol, y del femenino a Saturno, Venus y Luna.
Lo más relevante de cualquiera de estas dos disposiciones es el rol mediador que otorga a Mercurio como planeta neutral y eje de simetría que conecta a los demás.. Digamos que Mercurio, que también representa al movimiento y al intelecto, guarda el secreto de la transición entre lo masculino y lo femenino de las potencias, así como de su reversibilidad.
Decimos esto con la debida cautela puesto que sabido es que no hay conocimiento que no termine por emplearse para lo peor, lo que resulta particularmente cierto ahora. Aspectos mundanos de Mercurio son el dinero, el comercio y los medios de comunicación —los grandes moduladores de la vida cotidiana. Por supuesto, el hecho de que hoy hablemos mucho más de los medios de comunicación que de la comunicación en sí ya revela hasta dónde llega la instrumentalización de los actos más ordinarios.
Está completamente dentro del orden normal de cosas el que Mercurio, el gran modulador, sea el más desapercibido de los planetas; del mismo modo que nada es menos advertido por la inteligencia que su propia naturaleza. Ambos determinan y son determinados continuamente, pero somos incapaces de seguir la línea que describe su verdadera neutralidad, y sin duda es sólo en ese sentido que pudo verse a Mercurio como el espíritu de la sabiduría.
El Thoth egipcio, numen de la escritura, era un dios lunar; la escritura pasó con los griegos a ser un fenómeno mercurial, y hoy estamos a punto de convertirlo en un atributo de Urano, patrón de la era electrónica y «octava superior de Mercurio» al decir de muchos, que sin embargo ya sabemos fue castrado por Saturno; y es que para que las cosas adquieran su debida forma hay que recortar un poco las posibilidades. Sin embargo, el mercurio sabio, el mercurio neutral, conoce la ruta hacia el Verbo solar, y nada salvo la inconsciencia puede obstruir su paso: hay un poder supraviril en el precursor del Sol.