DEL CONTROLADOR INTERNO

«¡Oh Antaryamin! Morador de nuestros corazones, amigo del pobre, protector del desvalido, purificador del caído. Perdona nuestros pecados. Ten misericordia de nosotros. Muéstranos el sendero simple, el camino real para alcanzar la suprema morada de la paz».

Tras la guerra, Norbert Wiener se negó a trabajar con fondos militares o del gobierno y eso le honra, pero hoy cualquier científico se justifica pensando que si él no hace algo otro lo hará en su lugar; la excusa es demasiado fácil aunque tiene mucho de cierta. En todo caso, para compensar de algún modo la degradación general a la que han llegado las ciencias, degradación cuyos extremos el padre de la cibernética apenas podía prever, y el efecto deletéreo que tienen en los más variados órdenes de la existencia, hace falta algo más que privar a este u otro sector de nuestras cada vez más dudosas e intercambiables contribuciones.

Desde el 2020 ya no es posible ignorar que el fraude en las ciencias afecta a todo el sistema y está concienzudamente dirigido desde arriba; porque no hablamos ya del simple control y selección del discurso, sino de la omnímoda falsificación y ocultación de datos, adulteración de explicaciones y prácticas criminales que atentan directamente contra la integridad de la vida y la dignidad humana. El que intenta sobrevivir en este ambiente puede engañarse a sí mismo pensando que semejantes faltas no afectan a su área específica de trabajo, pero aun si eso fuera cierto, su mero silencio cómplice lo degrada. La corrupción no es solo un medio, es un fin en sí misma, el triunfo de quien busca la destrucción de cualquier estándar. La mayoría es incapaz de entender las consecuencias de esta lógica destructiva incluso si las tiene delante de sus ojos.

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Arte y teoría de la reversibilidad

Según el Foro Económico Mundial que acostumbra a reunirse en la montaña de Davos, «nada será igual» después del coronavirus. El Gran Reinicio nos espera apenas empiece el 2021; ya sólo queda subirnos al tren.

¿Cómo puede saberse cuándo un cambio es definitivo o meramente ocasional? ¿Cómo prever si sus consecuencias serán reversibles o irreversibles?

Se supone que la mal llamada «gripe española» de 1919 fue incomparablemente más mortífera que este virus, y con todo apenas pasó como un fantasma por la memoria de toda una generación, que sin embargo no pudo olvidar la Primera Guerra Mundial y la Paz de Versalles, o el crac del 29.

La gran guerra y la crisis de los años treinta sí tuvieron efectos irreversibles, que conducirían hasta el mundo de 1945; pero está claro que la gripe no, y en cuanto dejó de llenar las páginas de los periódicos quedó relegado a las hemerotecas. No falta quien dice que las cifras fueron infladas sin la menor vergüenza para asustar a la población y hacer olvidar la temible cuestión de la responsabilidad del conflicto, que había encontrado la oposición general de los sindicatos, y de cualquier persona capaz de sustraerse a la mucho más letal propaganda de guerra de la prensa.

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¿Es irreversible la globalización? ¿La inmigración masiva de los países pobres a los ricos? ¿La emigración a las ciudades en la mayoría del planeta? ¿El éxodo urbano en los Estados Unidos? ¿La escisión de esta nación en dos sociedades enfrentadas? ¿La huída del trabajo? ¿La «conquista» de derechos que a menudo son promovidos y concedidos desde arriba? ¿La expropiación de las técnicas por la tecnología a la que llamamos digitalización? ¿El cambio climático? ¿La concentración del capital? ¿La corrupción y descomposición del cuerpo social? ¿La civilización? ¿El progreso? ¿La domesticación humana?

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