
Lo primero es lo primero, y antes que especular sobre lo que puede pasar de aquí a cinco o diez años es obligado atender al presente. Lo que ahora está a prueba es hasta qué punto los poderosos son capaces de moldear la percepción de la realidad a su antojo, y si hiciéramos caso a los medios, parece que están ganando de forma aplastante.
Uno ya sólo puede fiarse de su instinto, y lo que me dice el instinto es que hay que tirar las mascarillas a la basura y hacer una huelga general. Actuar en la unión, no en ese distanciamiento social que quieren imponer hasta sus últimas consecuencias. Todo lo demás es calculada ambigüedad, mediocridad y delirio, ganas de evadirse y no mirar lo que nos está pasando a la cara.
Esto sí sería realmente catártico, y el cruce de gestos supuestamente contradictorios supondría un serio cortocircuito para el poder y las divisiones ideológicas que están a su servicio.
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