Bastarían 100 multiespecialistas con un mínimo acuerdo en sus prioridades y sin intereses personales en el actual sistema de producción científica para reescribir la ciencia por entero sin perder el grueso de sus logros efectivos, tan distintos de los teóricos.
Pensar hoy que la empresa colectiva de la ciencia está al servicio de todos es simplemente despreciable. Nunca lo estuvo, y con la pantalla de la sociedad de la información, mucho menos todavía. Es justo en esta época de «explosión informativa», en que vamos dándonos cuenta que lo que se publica sobre investigación es ante todo fachada, que hay que suponer que la investigación real ha pasado a las catacumbas y que sirve a intereses cada vez más particulares y minoritarios, en consecuente armonía con la pirámide invertida de distribución de la riqueza. ¿O qué esperábamos? ¿No sabemos todos que el científico depende de sus fondos no menos que el cobaya enjaulado de su ración periódica de comida?
Esto tendría que volver del revés nuestra apreciación del conocimiento científico como claraboya abierta en el techo hacia lo universal. Algo que nos resulta muy difícil, pues si no reconocemos lo universal en la ciencia… ¿dónde si no? Hace mucho que pasamos de hablar de la revolución científica a hablar de la revolución tecnológica, una admisión tácita de que la ciencia por sí sola cada vez nos interesa menos; y sin embargo ya en tiempos de Newton la balanza se inclinaba decididamente a hacer de la práctica teoría, y en eso seguimos después de todo. Continuar leyendo «El multiespecialista y la torre de Babel»