Imaginemos un equipo de biofeedback donde los tres principios de la mecánica son expresados de forma alternativa aunque cuantitativamente equivalente, como en la ley de fuerza de Weber (1846): en vez de inercia, existe una suma cero de fuerzas; en vez de fuerzas constantes, la intensidad de las fuerzas depende del entorno; en vez de simultaneidad de acción y reacción, hay un “potencial retardado” y por tanto un tiempo interno o propio específico del sistema. La primera diferencia destacable entre estos principios y los más conocidos es que permiten, hasta cierto punto, interpolar la conciencia en su interior. La segunda es que se aplican igualmente a cuerpos o eventos puntuales y extensos, tornando innecesarios los artificios cruciales que apuntalan la relatividad especial, la general, o la mecánica cuántica haciéndolas incompatibles entre sí. La tercera es que hace posible una concepción del tiempo distinta de las de la física y la psicología.
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