Según el Foro Económico Mundial que acostumbra a reunirse en la montaña de Davos, «nada será igual» después del coronavirus. El Gran Reinicio nos espera apenas empiece el 2021; ya sólo queda subirnos al tren.
¿Cómo puede saberse cuándo un cambio es definitivo o meramente ocasional? ¿Cómo prever si sus consecuencias serán reversibles o irreversibles?
Se supone que la mal llamada «gripe española» de 1919 fue incomparablemente más mortífera que este virus, y con todo apenas pasó como un fantasma por la memoria de toda una generación, que sin embargo no pudo olvidar la Primera Guerra Mundial y la Paz de Versalles, o el crac del 29.
La gran guerra y la crisis de los años treinta sí tuvieron efectos irreversibles, que conducirían hasta el mundo de 1945; pero está claro que la gripe no, y en cuanto dejó de llenar las páginas de los periódicos quedó relegado a las hemerotecas. No falta quien dice que las cifras fueron infladas sin la menor vergüenza para asustar a la población y hacer olvidar la temible cuestión de la responsabilidad del conflicto, que había encontrado la oposición general de los sindicatos, y de cualquier persona capaz de sustraerse a la mucho más letal propaganda de guerra de la prensa.
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¿Es irreversible la globalización? ¿La inmigración masiva de los países pobres a los ricos? ¿La emigración a las ciudades en la mayoría del planeta? ¿El éxodo urbano en los Estados Unidos? ¿La escisión de esta nación en dos sociedades enfrentadas? ¿La huída del trabajo? ¿La «conquista» de derechos que a menudo son promovidos y concedidos desde arriba? ¿La expropiación de las técnicas por la tecnología a la que llamamos digitalización? ¿El cambio climático? ¿La concentración del capital? ¿La corrupción y descomposición del cuerpo social? ¿La civilización? ¿El progreso? ¿La domesticación humana?
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